No es difícil ser valiente, sentirse valiente, cuando todo va saliendo bien; y aun tampoco es difícil sentirse valiente mientras se está en la lucha.
Es que la lucha templa los aceros del espíritu. Pero sentirse valiente en la derrota, eso ya no es tan fácil.
Sentirse con ánimo de seguir adelante cuando todo se derrumbó, cuando todo salió mal, eso es propio solamente de los verdaderos valientes.
Sentirse con fuerzas y ánimos aun en la propia derrota, está reservado a los hombres auténticos, que han puesto su confianza en Dios, que de la derrota más humillante con capaces de hacer surgir la más espléndida victoria.
No te olvides de que las grandes victorias pueden estar muy cercanas a las grandes derrotas; está en ti y en Dios el que la derrota se convierta en victoria.
“No perdáis ahora vuestra confianza, que lleva consigo una gran recompensa. Necesitáis paciencia en el sufrimiento, para cumplir la voluntad de Dios y conseguir así lo prometido” (Heb 10,35). Hay que tener también paciencia en nuestros mismos fracasos, en las mismas derrotas y caídas; Dios permite todo eso en nuestra vida porque quiere que nos mantengamos en la humildad.
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