Son muchas las ocupaciones que tenemos a lo largo del día; si no sabemos ordenar nuestras obligaciones, llegaremos a vernos abrumados por ellas.
No pensemos en todo lo que debemos hacer a lo largo del día, porque no lo deberemos hacer todo en un solo momento, sino poco a poco, una cosa tras otra.
En cada momento hay que concentrarse únicamente en aquello que se debe hacer en ese instante. Nos esperarán luego otras cosas: visitas que hacer, cartas que contestar...; pero todo puede esperar; en cambio, no puede ser prorrogado lo que debes hacer en este preciso instante.
Más que preocuparnos por hacer muchas cosas, será preciso responsabilizarnos por hacer mejor y vivir mejor el momento presente.
No tanto más, sino mejor.
Sin olvidar lo único necesario: tu “minuto de Dios”.
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