“Maldito sea aquel que fía en hombre y hace de la carne su apoyo y de Yahvé se aparta su corazón... Bendito sea aquel que fía en Yahvé, pues no defraudará Yahvé su confianza; es como árbol plantado a las orillas del agua, que a la orilla de la corriente echa raíces. No temerá cuando viniere el calor...” (Jer 17,5-8). El verdadero hijo de Dios no teme, ni aún cuando oiga rugir la tempestad. Sabe que está en Dios y que en Él encuentra seguridad”.
Todos pedimos y todos esperamos conseguir lo que pedimos: mejoras, confort, comodidades, privilegios...
Todos pedimos y son pocos los que dan.
Son pocos los que imitan a Cristo, cuyas manos nunca pidieron y siempre dieron; y porque siempre dieron, se le fueron gastando de tal forma, que hasta se le llegaron a perforar.
Nuestras manos, a semejanza de las suyas, también pueden gastarse y romperse de tanto dar: dar consuelo, dar ayuda, dar comprensión, dar fuerza; dar, dar y siempre dar.
Es la mejor manera de realizarse uno mismo, aún a costa de que se nos perforen las manos, como las de Cristo.
No debemos contentarnos con dar, ni aun con darnos esporádicamente; debemos estar en constante disposición y actitud de darnos; debemos hacer del “darnos” algo así como una especie de estado de vida.
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