Hoy se habla mucho del amor; no siempre del verdadero amor. Es que el mundo solamente se salvará con amor y no con odio.
Pero, eso sí, hay que amar a todos sin excepción; aun a los propios enemigos, como nos lo manda Cristo en el Evangelio.
Hay que amar sin desfallecimiento ni descanso. Lo mismo en las buenas que en las malas; en la primavera que en verano; a la persona que nos resulta simpática y a la que nos es antipática; a la que nos hace bien, como a la que nos persigue.
Hay que amar a todos sin excepción.
Se han estrenado muchos métodos para arreglar el mundo, y el mundo sigue desarreglado; ¿no será porque no se ha probado el método del amor? Las familias, las personas, ¿no serían más felices si en ellas reinara el amor, en lugar de la incomprensión?
Hay una sola bomba que al estallar no destruye, sino que construye: es la bomba del amor.
“Conoced el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que os vayáis llenando hasta la total Plenitud de Dios” (Ef 3,19). Cristo es el verdadero Pléroma del Padre, y el cristiano ha de constituirse en un Pléroma o Plenitud de Cristo; así el mundo irá a Cristo por el cristiano, y al Padre por Cristo.
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