Te quejas de que te sientes solo y es que no has llegado a descubrir los secretos de la soledad.
Soledad no es la de los picos nevados de nuestros montes; ni la de la pampa dilatada e infinita; ni la del arenal del desierto; ni la de las grandes cascadas de aguas, que rompen el silencio con el trueno siempre tenso del quebrar de sus aguas.
La soledad es más bien el silencio pacífico, el atardecer sereno, el retiro del bullicio; y todo eso puede serte ocasión de que te acerques más a Dios.
Porque donde hay mucho ruido, no es fácil reconocer la voz de Dios; ya que la voz de Dios es muy suave; es preciso hacer silencio a nuestro alrededor, para poder captarla.
La soledad podrá hacerte conocer a ti mismo, desde el momento que penetrarás en ti, en tu interior, en tu propia conciencia y verás tu propia vida.
Soledad no es peso; es alivio. No es tortura, es paz.
“Una voz exclama: En el desierto abrid el camino a Yahvé, trazad en la estepa una calzada recta a nuestro Dios” (Is 40,3). “Por eso yo la voy a seducir, la llevaré al desierto y hablaré a su corazón” (Oseas 2,16). Muchas veces la voz de Dios solamente se la puede escuchar en el silencio y en la oración.
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