viernes, 10 de febrero de 2012

DOMINGO VI TIEMPO ORDINARIO

Marcos 1,40-45
En aquel tiempo, se acercó a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas: - «Si quieres, puedes limpiarme.» Sintiendo lástima, extendió la mano y lo tocó, diciendo: «Quiero: queda limpio.» La lepra se le quitó inmediatamente, y quedó limpio. Él lo despidió, encargándole severamente: «No se lo digas a nadie; pero, para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés.» Pero, cuando se fue, empezó a divulgar el hecho con grades ponderaciones, de modo que Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en descampado; y aun así acudían a él de todas partes.

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La lepra era considerada un castigo de Dios por el pecado. Así, al sufrimiento corporal del leproso, se añadía la exclusión social y la marginación religiosa. Jesús, sin embargo, ofrece el rostro de Dios, fuente de santidad y de pureza. Atiende al enfermo que le pide la curación porque Dios es compasivo con el que sufre. Sin embargo, hoy seguimos marginando a muchas personas y grupos de personas. Pero ¿quién es más impuro, el marginado o el que margina? Jesús abrió el reino a todos los excluidos y nos dejó la misión de tender nuestras manos hacia los “leprosos” de todos los tiempos.

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