miércoles, 14 de marzo de 2012

Imagen y semejanza de Dios

Si no te pareces a quien amas, es porque no amas a quien te parece, porque el amor, o encuentra semejantes a los que se aman, o los hace semejantes. Y, si lo amas, si eres semejante a él, lo defenderás en su ausencia y lo amonestarás en su presencia; y, si lo defiendes, lo harás con sinceridad y, si lo amonestas, lo harás con profunda caridad.
Si lo defiendes con sinceridad y, si lo amonestas con caridad, lo ganarás para ti y para Dios, le habrás hecho un bien, habrás contribuido a su mejoramiento; y, al hacerlo mejor a él, te habrás hecho mejor a ti mismo.
Y de esta forma te habrás dado a los demás, porque el verdadero amor lleva a darse, pero a darse de verdad, sin regateos, ni limitaciones, sin falsificaciones, ni hipocresías.
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La actitud de caridad te llevará en ocasiones a corregir a quien amas; pero entonces deberás corregirlo, porque lo amas y no pensar que lo amas, porque lo corriges. “Sea cual fuera su agravio, no guardes rencor al prójimo y no hagas nada en un arrebato de violencia” (Ecli 10,6). Si te examinas, con sinceridad y profundidad, verás que cuando corriges, o llamas la atención, hay en ti un tanto por ciento de buena intención, pero otro buen tanto por ciento de nerviosismo, de mal genio, de impaciencia.

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