miércoles, 2 de septiembre de 2009

El pueblo ora con los Salmos

La oración de los Salmos es una oración principalmente comunitaria, que recoge la tradición de oración del pueblo judío y expresan su diálogo con Dios en su vida, su caminar y sus experiencias. Conocemos salmos que surgieron de experiencias individuales o personales, pero el pueblo de Israel, al reconocer en esas súplicas y oraciones un modelo sencillo y verdadero para el encuentro con Dios, fue aprendiendo a guardarlos, a reunirlos, a memorizarlos y finalmente, a expresar con ellos su fe comunitaria.
En estos 150 poemas religiosos, los judíos expresaron sus experiencias y aspiraciones más profundas, sus luchas y sus esperanzas, sus triunfos y sus fracasos, su adoración y su acción de gracias, sus rebeldías y sus arrepentimientos y sobre todo, la súplica ardiente que surge de la enfermedad, la pobreza, el destierro, la injusticia y todas las miserias del ser humano.

Los Salmos cantan nuestra propia experiencia
Los salmos son como el espejo donde el ser humano se descubre a sí mismo, en sus situaciones más profundas: alegría, angustia, gozo y dolor, esperanza y fidelidad. Estos sentimientos y vivencias humanas expresados con tal belleza poética, son válidos para los hombres y mujeres de todos los tiempos, porque encierran todas las experiencias humanas básicas y comunes de todo ser humano. Al mismo tiempo, los salmos expresan experiencias que son ejemplo para todos (as), ya que han sido vividas con un contenido fuertemente religioso, es decir, a la luz de la fe en Yahvé y de la fidelidad a su Alianza.

Los Salmos, oración de Jesús y de la Iglesia
Los cristianos, desde muy antiguo, hicieron del Salterio su libro de oración por excelencia, pues, si bien es cierto los salmos fueron patrimonio de Israel, también supieron rezarlos a la luz de Cristo, muerto y resucitado, y hacerlos suyos. Los “releyeron” con un nuevo espíritu, a la luz pascual. Este hecho es particularmente significativo, si se tiene en cuenta que los elementos cultuales de la antigua alianza, como por ejemplo, el templo, el sacerdocio y los diversos sacrificios de la religión judía, quedaron abolidos por Cristo, el verdadero Templo, el Sumo Sacerdote y la única Víctima agradable a Dios.
Al conservar y utilizar los Salmos, los primeros cristianos no hicieron más que seguir el ejemplo de Cristo. Los Salmos, en efecto, animaron su constante diálogo con Dios, su Padre. Un salmo expresa el sentido de su misión, en el momento de venir a este mundo (Sal 40,8-9, Heb 10,9). Cuando iba en las grandes peregrinaciones a Jerusalén, Jesús, como buen hijo de Israel, cantó los salmos graduales (Lc 2,41-42; Sal 120-134, Éx 23,14-19). En la última cena, antes de padecer por nosotros, entonó los salmos que recitaban los judíos, en la cena pascual (Mt 26,30; Sal 113-118). Y, en la cruz, Él recurrió, una vez más, al Salterio, para expresar su dolor, abandono y confianza sin límites en las manos de Dios, su Padre (Mt 27,46; Lc 23,46; Jn 19,28; Sal 22, 1; 31,6; 69,22).

La liturgia de las Horas
La Iglesia, siguiendo esta tradición que viene de Jesús, ha querido que su oración oficial sea basada en los salmos. Es la llamada “Liturgia de las Horas”, que es la oración que, a lo largo de los siglos, ha organizado la Iglesia, siguiendo el ritmo del día y de la noche, la mañana y la tarde (Laudes y Vísperas). Consta del rezo de los salmos, himnos y lecturas bíblicas, con los cuales se une a Cristo, el cual une a sí a toda la comunidad humana, de modo que se establece una íntima unión, entre la oración de Cristo y la del todo el género humano y, de una manera especial, a los que formamos parte de su Cuerpo, la Iglesia.
Esta oración, que antes era rezada casi sólo por los sacerdotes y religiosos (el llamado Breviario), ahora es de toda la Iglesia. De allí que todos los fieles son invitados a hacerla, según sus posibilidades, porque es la oración oficial de la Iglesia y no de unos pocos, en especial, en Laudes y Vísperas, como pueblo de Dios unido a Cristo.

El Salmo responsorial de la misa
También en la celebración de la Eucaristía y los demás sacramentos, tenemos el Salmo Responsorial, cuyo nombre indica que la comunidad, en forma responsorial, con el salmo que la asamblea litúrgica canta o reza, responde a la Palabra de Dios proclamada, en la medida de lo posible de forma cantada. Con el Salmo responsorial, se trata de dar a la comunidad un tono de serenidad contemplativa, pues el salmo prolonga poéticamente y ayuda a la comunidad a interiorizar el mensaje de la primera lectura bíblica. Por eso, se recomienda que se proclame de la forma más apta, para la meditación de la Palabra de Dios, sobre todo, con el canto, porque éste favorece la percepción del sentido espiritual del salmo y la meditación del mismo.

Numeración de los Salmos
Existen dos numeraciones de los Salmos: una de la Biblia hebrea y otra de la Biblia griega. Las dos numeraciones coinciden sólo en los salmos 1.2.3.4.5.6.7.8 y 148.149.150. La Iglesia Católica utiliza en sus libros litúrgicos la numeración de la «Vulgata», la traducción latina que hizo San Jerónimo, que es la misma numeración de los Setenta, es decir, el texto griego. Generalmente, las traducciones de la Iglesia ponen primero el número del salmo hebreo y, entre paréntesis, el número del texto latino, que es el que utiliza la Iglesia. Consulte su Biblia y vea cualquier salmo a partir del salmo 10. Recuerde que no son dos salmos distintos sino un mismo salmo con diversa numeración. Por lo general, en la liturgia, utilizamos la numeración que se encuentra entre paréntesis.

Divisiones del Salterio
Los 150 salmos están divididos originalmente en cinco libros, de amplitud desigual. Cada uno de los cuales termina con una doxología o aclamación de bendición. Estos libros están compuestos por los salmos que siguen: Libro 1: Salmos 1-41. Libro 2: Salmos 42-72. Libro 3: Salmos 73-89. Libro 4: Salmos 90-106. Libro 5: Salmos 107-150. El salmo 150 sirve de doxología a la quinta parte y a todo el libro de los Salmos.

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