lunes, 21 de septiembre de 2009

El carrerismo, una de las plagas de la Iglesia católica


Entre el clero católico, hay de todo: lo bueno, lo buenísimo, lo malo y lo peor. Tanto entre el alto como entre el bajo clero. Como siempre. Al bajo (por definirlo de alguna manera) pertenece el cura que se ordena para consagrarse a ser párroco toda la vida. Vivir y morir con el pueblo. Miles de curas de pueblo que, cuando todos se van, ellos permanecen al pié del cañón en las aldeas envejecidas y despobladas. Metidos en la piel del pueblo. Como uno más y, al mismo tiempo, como el pastor. La mayoría de estos curas, como es lógico, aspira a pasar a parroquias mejores. Pero fundamentalmnente por tener más gente y por querer ayudar a más cantidad de personas. Pero el ascenso y el poder no es el motor de sus vidas. Incluso algunos optan por las parroquias que nadie quiere y no hacen ni xcargos ni prebendas.
Aunque también hay, en estos escalones, los típicos curas que hacen todo lo posible por medrar. Se les ve el plumero. En el presbiterio los calan. Pero algunos obispos se dejan engañar y los promocionan a puestos importantes de la pastoral o de las curias.
Está después el alto clero. Los que han estudiado (en Roma, claro), dan clases, escriben libros. ocupan los despachos de las curias y las mejores parroquias de ciudades y villas y aspiran a la mitra. Y son muchos los aspirantes a obispos. Unos porque creen valer. Otros, por puro deseo de poder. Y, desde muy pronto, orientan su vida hacia esa meta. Y lo dan toda por ella. Se entregan por completo a ella. Arden en la pasión del poder y viven por y para él. Y, como tienen mucho tiempo disponible (sustento básico asegurado y sin mujer ni hijos), pueden dedicarse a confabular, maniobrar y buscar su sueño por todos los medios.
El poder (o la búsqueda del poder) es el gran pecado de muchos altos clérigos. Y de muchos obispos que aspiran sempre a más. Hasta llegar al capelo. Y como los puestos cardenalicios son pocos, se los tienen que disputar...
De ahí que no sea la primera vez que el Papa fustiga el "carrerismo" del alto clero y de los obispos. Dicen que Benedicto XVI es de los que cree que el obispo debe ser nombrado para una diócesis y, salvo casos excepcionales, casarse con ella para siempre. Así se evitaría el carrerismo. Pero la praxis de la Curia no va por ahí. Los casos, a patadas.
Ayer lo volvía a repetir el cardenal Cafarra, arzobispo de Bolonia y uno de los líderes del sector conservador: "El mayor pecado de la Iglesia es la ambición de los clérigos y su deseo de hacer carrera".
Pues, que el Papa le ponga coto. Puede y debe hacerlo. Menos carrera y más evangelización. Y que las mitras lleguen a los mejores y a los que no aspiran a ellas.
José Manuel Vidal

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