Para los que no conocimos esos acontecimientos, son interesantes las obsevaciones que hace el filósofo Ralph McInerny a propósito de “qué salió mal” en el concilio Vaticano II. El veterano profesor de la universidad de Notre Dame (Indiana, Estados Unidos) escribió un opúsculo titulado precisamente así (“What Went Wrong with Vatican II”), del que se acaba de publicar la versión italiana. Como ha sido una de las lectura veraniegas, señalo algunas anotaciones.
Según McInerny, los principales problemas vividos por la Iglesia católica en los años que nos separan del Vaticano II no tuvieron su punto de arranque en el concilio, sino en la publicación de la encíclica Humanae vitae. La oposición que encontró la encíclica –especialmente entre los teólogos- fue un hecho inédito en la historia de la Iglesia. El problema de fondo no era realmente la contracepción, sino la autoridad en la Iglesia y, con ello, la concepción de la misma Iglesia. ¿A quien hay que obedecer, al Papa que dice una cosa o a los teólogos que dicen la contraria?
A partir de entonces se difundió la idea de que la misión profesional de los teólogos era la de valorar y filtrar las enseñanzas del magisterio de la Iglesia, para ver si son aceptables o no. La prensa encontró en los teólogos disidentes del magisterio de la Iglesia unos aliados muy rentables: cada vez que el Vaticano hablaba, los medios podían contar con la opinión contraria (animando así la polémica). Los disidentes aparecían como héroes implicados en la lucha contra la opresión.
Según McInerny, esta situación solo empezó a cambiar tras la publicación del libro entrevista de Vittorio Messori con el cardenal Ratzinger “Informe sobre la fe”, que apareció en 1985. Para entonces, el disenso estaba ya “institucionalizado” y muchos nuevos sacerdotes se habían formado en ese clima.
Según McInerny, los principales problemas vividos por la Iglesia católica en los años que nos separan del Vaticano II no tuvieron su punto de arranque en el concilio, sino en la publicación de la encíclica Humanae vitae. La oposición que encontró la encíclica –especialmente entre los teólogos- fue un hecho inédito en la historia de la Iglesia. El problema de fondo no era realmente la contracepción, sino la autoridad en la Iglesia y, con ello, la concepción de la misma Iglesia. ¿A quien hay que obedecer, al Papa que dice una cosa o a los teólogos que dicen la contraria?
A partir de entonces se difundió la idea de que la misión profesional de los teólogos era la de valorar y filtrar las enseñanzas del magisterio de la Iglesia, para ver si son aceptables o no. La prensa encontró en los teólogos disidentes del magisterio de la Iglesia unos aliados muy rentables: cada vez que el Vaticano hablaba, los medios podían contar con la opinión contraria (animando así la polémica). Los disidentes aparecían como héroes implicados en la lucha contra la opresión.
Según McInerny, esta situación solo empezó a cambiar tras la publicación del libro entrevista de Vittorio Messori con el cardenal Ratzinger “Informe sobre la fe”, que apareció en 1985. Para entonces, el disenso estaba ya “institucionalizado” y muchos nuevos sacerdotes se habían formado en ese clima.
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