Este pasado fin de semana se ha cumplido el cincuentenario del anuncio del Concilio Vaticano II por el Romano Pontífice, Juan XXIII. Aquel Concilio Ecuménico supuso un pentecostés para la Iglesia Católica. Con un aire renovador, pero fiel a la tradición, Juan XXIII, recién subido a la Sede de Pedro, abrió la Iglesia a los laicos, llamándoles a la vocación divina de ser auténticos hijos de Dios, de ser santos. Este gran acontecimiento de la Iglesia convocado en 1962 por el Papa Juan XXIII, fue clausurado por su Santidad Pablo VI.
El Concilio Vaticano II fue una puesta al día de la Iglesia con el fin de promover el desarrollo de la fe. En él se trataron y profundizarón problemáticas actuales y antiguas para alcanzar una renovación moral de la vida de los fieles adaptándola a las necesidades de los nuevos tiempos sin desorientarse de la Tradición. Tanto los dos Romanos Pontífices que intervinieron como los Padres Conciliares supieron conjugar el espíritu de renovación como el significado y la herencia de la Tradición. De este modo, y todavía hoy, el Concilio Vaticano II es la brújula de los cristianos que buscan alcanzar la plenitud de su vida cristiana.
El Concilio Vaticano II fue una puesta al día de la Iglesia con el fin de promover el desarrollo de la fe. En él se trataron y profundizarón problemáticas actuales y antiguas para alcanzar una renovación moral de la vida de los fieles adaptándola a las necesidades de los nuevos tiempos sin desorientarse de la Tradición. Tanto los dos Romanos Pontífices que intervinieron como los Padres Conciliares supieron conjugar el espíritu de renovación como el significado y la herencia de la Tradición. De este modo, y todavía hoy, el Concilio Vaticano II es la brújula de los cristianos que buscan alcanzar la plenitud de su vida cristiana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario