Todos estamos empeñados en buscar a Dios, lo buscamos en todas y por todas partes: en los libros, en las personas, en la ciencia… y tristemente la mayoría de las veces nos sentimos insatisfechos, porque lo que encontramos no se corresponde con lo que anhela nuestro corazón. Tenemos una imagen de Dios muy particular, -cada uno tiene la suya-; nos hemos creado un Dios a nuestra medida, capaz de satisfacer todas nuestras necesidades. Si pregunto a la gente ¿quién es Dios para ti? pocas respuestas coinciden, depende en gran parte de la situación actual y personal en la que se encuentre. Si están enfermos, su idea de Dios es la de un Dios sanador, si están en paro, la de un Dios sindicalista y defensor de los trabajadores, si están solos, la de un Dios compañero de camino. Podría seguir enumerando distintos dioses, porque según la circunstancia de cada cual, y dependiendo de quien pida, así será su petición y “su” Dios; y aunque no niego que Dios es todo eso y más, el problema es que no aceptamos a Dios en su esencia, es decir, en su totalidad, sino que nos empeñamos en fragmentar a Dios y tomar sólo aquello que nos conviene.
Dice la Escritura que estamos hechos a imagen y semejanza de Dios, me atrevería a decir que ese concepto bíblico lo hemos vuelto del revés: ¡Dios está hecho a imagen y semejanza nuestra!: según vivimos así hacemos a Dios, según la educación recibida así es Dios, según la sociedad en la que vivimos así es Dios…
En nuestras oraciones personales utilizamos distintos métodos de oración para conseguir lo que queremos: oración de petición, oración de súplica, oración de sanación, etc… y no digamos los métodos modernos tan en boga hoy: que si yoga, que si relajación, que si oración trascendental, todos ellos válidos siempre que no nos alejen del verdadero Dios, del Dios Trinitario, del Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo.
Pero ¿cuál es el verdadero peligro? me viene a la mente una respuesta: conceptualizar a Dios, querer etiquetar a Dios con conceptos humanos que nos satisfagan y colmen nuestro deseo de El. Y sí, no voy a negar que nuestra mente humana necesite un Dios humano, que nuestro corazón inclinado al amor, necesite un Dios amante, pero no olvidemos que a parte de todo eso, Dios es también trascendente, nos supera, se escapa a ideas preconcebidas o aprendidas en la niñez.
Mi experiencia de Dios como trinitaria es la de un Dios cercano y amigo, compañero y amante, es la de un Dios en Tres Personas con el cual me comunico y recreo, me realizo y supero, su presencia es tan real y efectiva que negarlo sería como negarme a mí misma, su fuerza es tan visible, que mi pequeñez, en vez de debilitarse por la impotencia de mi ser, se engrandece al contacto de su ternura y amor. No necesito pedir, no necesito su intercesión, pero sí necesito su presencia en mí, su amor envolvente, su delicadeza de amigo, de esposo, de….
Ahora debería reformular la pregunta del enunciado y en vez de decir ¿dónde está Dios? preguntar: ¿dónde estoy yo? ¿dónde estoy cuando Dios me busca y no me encuentra?, ¿hacia dónde miro cuando me siento interpelada y desvío la mirada hacia otro lado? ¿dónde me escondo cuando intuyo que me está pidiendo algo que no le quiero dar?
Debería comprender que mi felicidad es su felicidad, que como dice San Ireneo “la gloria de Dios es que el hombre viva”, que no necesito hacer grandes sacrificios para tenerle contento; no necesito inventar colosales plegarias para que mi oración sea más aceptable, ¡no! todo lo contrario, la sencillez, la limpieza de espíritu, la mirada serena, la acogida, el abandono en El… son actitudes agradables a Dios.
Y recordad que Dios SIEMPRE está disponible, no pone nunca el cartel de “ocupado”, que después de invitarnos, espera a que demos el primer paso para dar El, el segundo, el tercero, el cuarto y todos los que hagan falta, porque sabemos que el don más preciado que tenemos los humanos es la libertad, y que con ella decidimos, actuamos, nos movemos y pensamos. Nadie podrá decir nunca que Dios acosa, Dios invita, y la respuesta que le demos, siempre será libre y personal. El método que usemos al buscarlo es y será responsabilidad nuestra, y la acogida que hagamos cuando Dios se presente en nuestras vidas, será lo que nos marque en el futuro, lo que nos distinga entre creyentes felices o insatisfechos, entre creyentes convencidos o resentidos.
Espero que, nuestro corazón siempre inclinado al amor y a la felicidad, encuentre lo que busca, y lo encuentre en el Dios Trinitario, en el Dios-Amor.