viernes, 4 de diciembre de 2009

MARÍA DEL ADVIENTO


Oración a la Virgen Encinta
¿Qué es lo que miras María, con ojos tan abiertos y atentos? Cerrados aL mundo exterior los abres grandes al hondón infinito de tus entrañas. Y allí los posas, serenos, sobre el fruto bendito que vas madurando.
Tus ojos, sin verlo todavía, lo cuidan y cobijan. Tu mano, sin tocarlo aún, lo acaricia con ternura. Lo amas sin haberlo visto, María, con fe viva lo sabes dentro de ti, presente y con esperanza firme, aguardas su sonrisa.
Tus labios, sin hablar, sin que se escuche tu voz, repiten suavemente su nombre: Ieshuah. Y como una brisa ligera, como un suave aliento, en tu dulzura lo concibes por fe y amor, antes aun de que el Ruah eterno fecunde tu virginidad.
¿Qué es lo que escuchas tan atenta María? ¿Sobre qué Palabra inclinas tu oído, hija dilecta de Sión? La Escritura entera se agolpa a las puertas de tu corazón pidiendo permiso para ver al que prefiguraba, y cada cual te ofrece callado su profecía cual añejos hilos con que puedas tejer en tu intacto talar los rasgos del Prometido. Y los muchos fragmentos y modos constelan tu cielo ante el diminuto y mudo Logos, en Quien todo fue hecho. Cruje el cosmos, pequeña María, mientras luna tras luna, en tu amplísimo interior Dios exclama, robado de amor y de locura: ¡Qué bien estamos aquí! ¡Hagamos tres carpas!
Y los hombres todos, sedientos y sin rumbo, se acercan al umbral de tu callada faz para oír el cristalino Amén que inaugura un mundo de sentido.
Dímelo, te lo suplico, dime tan sólo esto, Madre: ¿qué le dices a tu Hijo?
Tal vez le hables de tu pueblo, su gente y sus costumbres; tal vez le compartas la imaginación de los años por venir, en que le enseñes a caminar, a jugar, reír, llorar: a rezar. Tal vez sólo dejes pasar silenciosas imágenes por tu corazón y soples o suspires sobre ellas el dulce Nombre con que el Ángel te encomendó revestir al Verbo sin carne.
Cierto: de todas las escenas de tu vida es posible aprender. Pero a la hora de elegir, Madre, no lo dudo: verte embarazada, andando pesada y callada, expectante, mirando con adorante asombro tan para dentro…ésa, ésa es mi escuela favorita de Oración: exquisita, sublime, eficaz.
Es que tu Hijo está tan en mis entrañas como en las tuyas; tan en la retina de mi imaginación, como en la tuya; tan en mi nocturna fe, como en tu camino a Belén. Sí, Madre: su Rostro tan inasible como cercano me es tan íntimo y lejano como para ti en tu embarazo.
Virgen encinta, Orante y Maestra: dame gozar como tú de Aquél que me vive por dentro, y que crece en mi interior hasta el parto de mi partida.
Dame inclinarme como tú sobre la Escritura para que resuenen todos sus armónicos y quede el Rostro de tu Hijo en mis entrañas dibujado.
Dame tu Fiat, tu Amén y tu Maranathá : ¡dámelos, Madre mía ! para que así, en mi oscura carne el lejano Verbo pueda volverse a quedar. Amén

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