Jesús, ésta es hoy mi oración:
Gracias por mi parroquia.
¡Estoy recibiendo tanto de ella!
¡Tengo tanto que agradecerle!
En ella te estoy descubriendo,
en ella estoy aprendiendo a amarte y a seguirte.
Desde ella escucho tu Buena Noticia,
desde ella recibo el pan necesario para el camino.
Cuando me canso, me deja su palabra de ánimo,
cuando me caigo, me entrega tu perdón.
Cuando me siento débil, ella me fortalece,
cuando me duermo, ella me despierta.
Gracias, Jesús, por mi parroquia,
Gracias por los niños y los jóvenes,
por los mayores y los ancianos.
Todos, formamos tu Comunidad, tu Iglesia.
También hoy quiero pedirte
por ella, Señor,
por sus grupos y actividades,
por su gente.
¡Cuánto me ayudan!
Que seamos un rincón cálido,
un lugar donde nos queramos y respetemos,
un espacio donde vivamos como hermanos,
donde, unidos, nos esforcemos por tu Reino.
Y te ruego algo más,
con la fuerza de que soy capaz.
Que mi parroquia no luche por sí y por su causa.
Se empeñe, más bien, en Ti y en tu causa.
Que no destaquemos por hacer muchas cosas,
por ser muchos e importantes.
Que nos conozcan, Señor, por vibrar y soñar
con lo que tú vibraste y soñaste.
lunes, 14 de noviembre de 2011
domingo, 13 de noviembre de 2011
Domingo XXXIII Tiempo Ordinario
“Tener talento” es, entre nosotros, una frecuente expresión popular, en la que el término “talento” llega a equipararse con la propia inteligencia. De hecho, en otros países de habla española, una persona inteligente o brillante suele ser designada como una persona “talentosa”.
Un talento equivalía a 6000 denarios, una cantidad muy importante, si tenemos en cuenta que un denario correspondía al jornal de un día de trabajo. Las cifras de que habla la parábola son, en cualquier caso, considerables. Y ello nos aporta ya una primera clave, que conviene no olvidar.
El don es abundante. El dador –como había puesto de relieve la parábola del sembrador- se caracteriza por el exceso y el derroche.
Frente a ese exceso de don, resulta todavía más mezquina la actitud del tercer empleado que, llevado por el miedo, esconde lo recibido.
Pero, antes de adentrarnos en el contenido de la parábola, me parece necesario advertir que se trata de un texto susceptible de alimentar justamente la actitud opuesta a la que Jesús preconizaba.
Leído en clave “religiosa” –y, en general, del yo-, pareciera que la narración es una apología de la idea del mérito y de la recompensa. Así hemos funcionado, con frecuencia, en la vida religiosa, también en la Iglesia.
El esquema básico se apoyaba en tres pilares: DON – EXIGENCIAS – RECOMPENSA. Este modo de plantear la relación entre Dios y el ser humano se derivaba de los pactos que los reyes solían hacer con sus vasallos. (No es extraño que la propia parábola se haya leído de esta forma: el rey da los talentos – les exige que los hagan fructificar – y recompensa a quien lo logra, mientras que castiga a quien fracasa).
Se aprecia fácilmente que ese esquema establece una relación mercantil. Y hoy también somos más conscientes de que una religiosidad establecida en clave de rivalidad –“do ut des”: “te doy para que me des”- no puede generar sino culpabilidad, rebeldía o resentimiento…
Por otro lado, esa manera de vivir la religión ha conducido a desviaciones graves como la autojustificación beata o la angustia culpabilizadora, donde el sujeto religioso llegaba a tener la sensación de haber sido encerrado por Dios mismo en un chantaje afectivo de imposible salida.
Personalmente, estoy convencido de que el mensaje y la propia práctica de Jesús constituyen un poderoso desactivador de tales posibles desviaciones, porque echan por tierra el esquema mismo.
No es el mérito, sino la gratuidad, lo que constituye el núcleo del mensaje de Jesús. Todo es don, Dios mismo es Gracia que rompe nuestras supuestas barreras de méritos y de “dignidad”.
¿Cómo leer entonces esta parábola? ¿No está insistiendo explícitamente en la obligatoriedad de “hacer producir” el don recibido para eludir la condena final?
Me parece que, para evitar, en lo posible, errores de lectura, es importante reconocer, de entrada, la limitación de los conceptos y de las palabras, así como su dependencia del contexto inmediato en el que se dicen.
Junto a ello, al acercarnos a un texto evangélico, no podemos olvidar nunca los elementos nucleares y característicos del propio evangelio. De otro modo corremos el riesgo de interpretar una perícopa determinada en contradicción con el evangelio en su conjunto.
En lo que se refiere a nuestro caso, lo que la parábola pretenda transmitir no puede ir nunca en contra de algo que para Jesús era prioritario: la gratuidad misericordiosa de Dios.
Un Dios “que ama a los ingratos y a los malos” (Lucas 6,35), que abraza al “hijo pródigo” y organiza una fiesta para él, sin ningún tipo de condición (Lucas 15,20-24), que es “amigo de publicanos y de pecadores” (Mateo 11,19)…, no puede luego “pasar cuentas” para admitir con él únicamente a quien ha “cumplido” y hecho suficientes méritos. Así pensaban los fariseos, no Jesús.
¿Qué significa esto? Que la “parábola de los talentos” no tiene por finalidad decirnos cómo es Dios –a diferencia, por ejemplo, de aquella otra del “hijo pródigo”-, sino que su objetivo es animarnos a despertar de la modorra y a superar el miedo que nos mantiene paralizados. Y en este sentido, se trata realmente de una narración sabia y estimulante.
Los talentos –sean cinco, dos o uno; en cualquier caso, una riqueza fabulosa- representan la riqueza que somos, de la que generalmente apenas conocemos una mínima parte.
La parábola viene a decirnos: tienes una riqueza, eres un tesoro…, ¡no tengas miedo ni te “entierres” en la mediocridad o superficialidad! Atrévete a vivir todo lo que eres.
Nos negamos a vivir cada vez que nos reducimos al pequeño mundo de nuestro ego, encerrándonos en él y en sus mezquinos intereses, ignorando la verdad de quienes somos. Esta ignorancia hace que olvidemos la riqueza que somos y compartimos.
Sin embargo, en la medida en que nos vamos abriendo a nuestra verdad, experimentamos el “gozo de nuestro señor”, no como un “premio” o recompensa a los méritos del yo –esto sería fariseísmo-, sino porque nuestra verdad coincide con ese mismo gozo: uno y otra son la Plenitud anhelada.
Por el contrario, cuando nos encerramos en el ego, lo que ahí aparece es “llanto y rechinar de dientes”, es decir, sufrimiento inútil y desazón constante, que no son un “castigo” proveniente de un Dios airado o molesto con nuestro comportamiento, sino consecuencia directa de ignorar la verdad de quienes somos. No olvidemos que ego es sinónimo de ignorancia, confusión y sufrimiento.
El “llanto y el rechinar de dientes” son imágenes apocalípticas, usadas para expresar un malestar agudo: la desesperación de los “impíos”, cuando se ven excluidos de la salvación. Es una pena que, durante tanto tiempo, se hayan leído de un modo literalista, hasta el punto de crear, a partir de ellas, un “infierno” para después de la muerte, como lugar de los condenados por Dios.
El infierno lo provoca nuestra ignorancia. Pero lo que somos –como don- es gozo y plenitud.
www.enriquemartinezlozano.com
Un talento equivalía a 6000 denarios, una cantidad muy importante, si tenemos en cuenta que un denario correspondía al jornal de un día de trabajo. Las cifras de que habla la parábola son, en cualquier caso, considerables. Y ello nos aporta ya una primera clave, que conviene no olvidar.
El don es abundante. El dador –como había puesto de relieve la parábola del sembrador- se caracteriza por el exceso y el derroche.
Frente a ese exceso de don, resulta todavía más mezquina la actitud del tercer empleado que, llevado por el miedo, esconde lo recibido.
Pero, antes de adentrarnos en el contenido de la parábola, me parece necesario advertir que se trata de un texto susceptible de alimentar justamente la actitud opuesta a la que Jesús preconizaba.
Leído en clave “religiosa” –y, en general, del yo-, pareciera que la narración es una apología de la idea del mérito y de la recompensa. Así hemos funcionado, con frecuencia, en la vida religiosa, también en la Iglesia.
El esquema básico se apoyaba en tres pilares: DON – EXIGENCIAS – RECOMPENSA. Este modo de plantear la relación entre Dios y el ser humano se derivaba de los pactos que los reyes solían hacer con sus vasallos. (No es extraño que la propia parábola se haya leído de esta forma: el rey da los talentos – les exige que los hagan fructificar – y recompensa a quien lo logra, mientras que castiga a quien fracasa).
Se aprecia fácilmente que ese esquema establece una relación mercantil. Y hoy también somos más conscientes de que una religiosidad establecida en clave de rivalidad –“do ut des”: “te doy para que me des”- no puede generar sino culpabilidad, rebeldía o resentimiento…
Por otro lado, esa manera de vivir la religión ha conducido a desviaciones graves como la autojustificación beata o la angustia culpabilizadora, donde el sujeto religioso llegaba a tener la sensación de haber sido encerrado por Dios mismo en un chantaje afectivo de imposible salida.
Personalmente, estoy convencido de que el mensaje y la propia práctica de Jesús constituyen un poderoso desactivador de tales posibles desviaciones, porque echan por tierra el esquema mismo.
No es el mérito, sino la gratuidad, lo que constituye el núcleo del mensaje de Jesús. Todo es don, Dios mismo es Gracia que rompe nuestras supuestas barreras de méritos y de “dignidad”.
¿Cómo leer entonces esta parábola? ¿No está insistiendo explícitamente en la obligatoriedad de “hacer producir” el don recibido para eludir la condena final?
Me parece que, para evitar, en lo posible, errores de lectura, es importante reconocer, de entrada, la limitación de los conceptos y de las palabras, así como su dependencia del contexto inmediato en el que se dicen.
Junto a ello, al acercarnos a un texto evangélico, no podemos olvidar nunca los elementos nucleares y característicos del propio evangelio. De otro modo corremos el riesgo de interpretar una perícopa determinada en contradicción con el evangelio en su conjunto.
En lo que se refiere a nuestro caso, lo que la parábola pretenda transmitir no puede ir nunca en contra de algo que para Jesús era prioritario: la gratuidad misericordiosa de Dios.
Un Dios “que ama a los ingratos y a los malos” (Lucas 6,35), que abraza al “hijo pródigo” y organiza una fiesta para él, sin ningún tipo de condición (Lucas 15,20-24), que es “amigo de publicanos y de pecadores” (Mateo 11,19)…, no puede luego “pasar cuentas” para admitir con él únicamente a quien ha “cumplido” y hecho suficientes méritos. Así pensaban los fariseos, no Jesús.
¿Qué significa esto? Que la “parábola de los talentos” no tiene por finalidad decirnos cómo es Dios –a diferencia, por ejemplo, de aquella otra del “hijo pródigo”-, sino que su objetivo es animarnos a despertar de la modorra y a superar el miedo que nos mantiene paralizados. Y en este sentido, se trata realmente de una narración sabia y estimulante.
Los talentos –sean cinco, dos o uno; en cualquier caso, una riqueza fabulosa- representan la riqueza que somos, de la que generalmente apenas conocemos una mínima parte.
La parábola viene a decirnos: tienes una riqueza, eres un tesoro…, ¡no tengas miedo ni te “entierres” en la mediocridad o superficialidad! Atrévete a vivir todo lo que eres.
Nos negamos a vivir cada vez que nos reducimos al pequeño mundo de nuestro ego, encerrándonos en él y en sus mezquinos intereses, ignorando la verdad de quienes somos. Esta ignorancia hace que olvidemos la riqueza que somos y compartimos.
Sin embargo, en la medida en que nos vamos abriendo a nuestra verdad, experimentamos el “gozo de nuestro señor”, no como un “premio” o recompensa a los méritos del yo –esto sería fariseísmo-, sino porque nuestra verdad coincide con ese mismo gozo: uno y otra son la Plenitud anhelada.
Por el contrario, cuando nos encerramos en el ego, lo que ahí aparece es “llanto y rechinar de dientes”, es decir, sufrimiento inútil y desazón constante, que no son un “castigo” proveniente de un Dios airado o molesto con nuestro comportamiento, sino consecuencia directa de ignorar la verdad de quienes somos. No olvidemos que ego es sinónimo de ignorancia, confusión y sufrimiento.
El “llanto y el rechinar de dientes” son imágenes apocalípticas, usadas para expresar un malestar agudo: la desesperación de los “impíos”, cuando se ven excluidos de la salvación. Es una pena que, durante tanto tiempo, se hayan leído de un modo literalista, hasta el punto de crear, a partir de ellas, un “infierno” para después de la muerte, como lugar de los condenados por Dios.
El infierno lo provoca nuestra ignorancia. Pero lo que somos –como don- es gozo y plenitud.
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viernes, 11 de noviembre de 2011
DESPIÉRTANOS, SEÑOR
Despierta, Señor, nuestros corazones,
Que se han dormido en cosas triviales
Y ya no tiene fuerza para amar con pasión.
Despierta, Señor, nuestra ilusión,
Que se ha apagado con pobres ilusiones
Y ya no tiene razones para esperar.
Despierta, Señor, nuestra sed de ti,
Porque bebemos aguas de sabor amargo
Que no sacian nuestros anhelos diarios.
Despierta, Señor, nuestra hambre de ti,
Porque comemos manjares que nos dejan hambrientos
Y sin fuerzas para seguir caminando.
Despierta, Señor, nuestras ansias de felicidad,
Porque nos perdemos en diversiones fatuas
Y nos abrimos los secretos escondidos de tus promesas.
Despierta, Señor, nuestro silencio hueco,
Porque necesitamos palabras de vida para vivir
Y sólo escuchamos reclamos de moda
y el consumo.
Despierta, Señor, nuestro anhelo de verte,
Pues tantas preocupaciones nos rinden
Y preferimos descansar a estar vigilantes.
Despierta, Señor, esa amistad gratuita,
Pues nos hemos instalado en los laureles
Y sólo apreciamos las cosas que cuestan.
Despierta, Señor, nuestra fe dormida,
Para que deje de tener pesadillas
Y podamos vivir todos los días como fiesta.
Despierta, Señor, tu palabra nueva,
Que nos libre de tantos anuncios y promesas
Y nos traiga tu claridad evangélica.
Despierta, Señor, nuestro espíritu,
Porque hay caminos que sólo se hacen
Con los ojos abiertos para reconocerte.
Despierta, Señor, tu fuego vivo.
Acrisolado por fuera y por dentro,
Y enséñanos a vivir despiertos y
Darnos cuenta que siempre caminas
Con nosotros.
Que se han dormido en cosas triviales
Y ya no tiene fuerza para amar con pasión.
Despierta, Señor, nuestra ilusión,
Que se ha apagado con pobres ilusiones
Y ya no tiene razones para esperar.
Despierta, Señor, nuestra sed de ti,
Porque bebemos aguas de sabor amargo
Que no sacian nuestros anhelos diarios.
Despierta, Señor, nuestra hambre de ti,
Porque comemos manjares que nos dejan hambrientos
Y sin fuerzas para seguir caminando.
Despierta, Señor, nuestras ansias de felicidad,
Porque nos perdemos en diversiones fatuas
Y nos abrimos los secretos escondidos de tus promesas.
Despierta, Señor, nuestro silencio hueco,
Porque necesitamos palabras de vida para vivir
Y sólo escuchamos reclamos de moda
y el consumo.
Despierta, Señor, nuestro anhelo de verte,
Pues tantas preocupaciones nos rinden
Y preferimos descansar a estar vigilantes.
Despierta, Señor, esa amistad gratuita,
Pues nos hemos instalado en los laureles
Y sólo apreciamos las cosas que cuestan.
Despierta, Señor, nuestra fe dormida,
Para que deje de tener pesadillas
Y podamos vivir todos los días como fiesta.
Despierta, Señor, tu palabra nueva,
Que nos libre de tantos anuncios y promesas
Y nos traiga tu claridad evangélica.
Despierta, Señor, nuestro espíritu,
Porque hay caminos que sólo se hacen
Con los ojos abiertos para reconocerte.
Despierta, Señor, tu fuego vivo.
Acrisolado por fuera y por dentro,
Y enséñanos a vivir despiertos y
Darnos cuenta que siempre caminas
Con nosotros.
miércoles, 9 de noviembre de 2011
FELICIDAD
Son desesperados los esfuerzos que el hombre realiza para conseguir la felicidad; ¿por qué no llega nunca a alcanzarla de un modo pleno?
Es que un ser no será feliz hasta que no posea aquello para lo que fue creada su naturaleza.
El corazón humano ha sido creado solamente para Dios y, en consecuencia, en tanto será feliz en cuanto se acerque a Dios,, en cuando se haga poseer por Dios, en cuanto viva para Dios.
Los pulmones no viven sin oxígeno, los ojos sin luz, la flor sin la caricia del sol, el pájaro sin los dilatados espacios... y el hombre no puede vivir sin Dios.
Dios para él es el oxígeno, la luz, el sol, el espacio, la vida; Dios es la apetencia más urgente de todo su ser.
“Señor, eres justo en todo lo que nos has hecho, todas tus obras son verdad, rectos todos tus caminos, verdad todos tus juicios” (Dan 3,27). Siempre está bien lo que Dios hace; siempre busca Él nuestro bien personal, pro más que en determinadas ocasiones nosotros, no alcancemos a comprender cómo todo eso contribuye o a la gloria del Señor o a nuestro bien personal. Se impone un acto de fe, impulsado por el amor.
Es que un ser no será feliz hasta que no posea aquello para lo que fue creada su naturaleza.
El corazón humano ha sido creado solamente para Dios y, en consecuencia, en tanto será feliz en cuanto se acerque a Dios,, en cuando se haga poseer por Dios, en cuanto viva para Dios.
Los pulmones no viven sin oxígeno, los ojos sin luz, la flor sin la caricia del sol, el pájaro sin los dilatados espacios... y el hombre no puede vivir sin Dios.
Dios para él es el oxígeno, la luz, el sol, el espacio, la vida; Dios es la apetencia más urgente de todo su ser.
“Señor, eres justo en todo lo que nos has hecho, todas tus obras son verdad, rectos todos tus caminos, verdad todos tus juicios” (Dan 3,27). Siempre está bien lo que Dios hace; siempre busca Él nuestro bien personal, pro más que en determinadas ocasiones nosotros, no alcancemos a comprender cómo todo eso contribuye o a la gloria del Señor o a nuestro bien personal. Se impone un acto de fe, impulsado por el amor.
PRESENCIA:
Tómate un momento para comprobar
si estás Aquí realmente.
Con anterioridad a lo correcto y lo equivocado,
estamos Aquí sin más.
Con anterioridad al bien o al mal,
a lo digno o a lo indigno,
al pecador o al santo,
estamos Aquí, sin más.
Quédate Aquí,
en el lugar del Silencio,
donde el silencio interior danza;
justo aquí,
antes de saber algo, o de no saber nada.
Quédate Aquí,
donde todos los puntos de vista
se funden en un solo punto,
y ese único punto desaparece.
Intenta encontrar el Ahora,
donde rozas lo eterno,
y siente el eterno vivir y morir de cada momento,
para encontrarte aquí,
nada más,
antes de convertirte en experto,
antes de convertirte siquiera en principiante.
Quédate Aquí,
nada más,
donde eres lo que siempre será,
donde nunca le añadirás nada,
ni le quitarás nada a eso.
Quédate Aquí,
donde no quieres nada,
y donde no eres nada.
En el Aquí,
que es indescriptible,
donde encontramos el Misterio sólo desde el misterio,
o nos dejamos de encontrar.
Quédate Aquí
donde te descubres al no encontrarte,
en este lugar donde la tranquilidad es ensordecedora,
y la quietud se mueve
demasiado rápido como para atraparla.
Quédate Aquí,
donde eres lo que deseas
y deseas lo que eres,
y desaparece todo
en un radiante Vacío.
(Adyashanti)
si estás Aquí realmente.
Con anterioridad a lo correcto y lo equivocado,
estamos Aquí sin más.
Con anterioridad al bien o al mal,
a lo digno o a lo indigno,
al pecador o al santo,
estamos Aquí, sin más.
Quédate Aquí,
en el lugar del Silencio,
donde el silencio interior danza;
justo aquí,
antes de saber algo, o de no saber nada.
Quédate Aquí,
donde todos los puntos de vista
se funden en un solo punto,
y ese único punto desaparece.
Intenta encontrar el Ahora,
donde rozas lo eterno,
y siente el eterno vivir y morir de cada momento,
para encontrarte aquí,
nada más,
antes de convertirte en experto,
antes de convertirte siquiera en principiante.
Quédate Aquí,
nada más,
donde eres lo que siempre será,
donde nunca le añadirás nada,
ni le quitarás nada a eso.
Quédate Aquí,
donde no quieres nada,
y donde no eres nada.
En el Aquí,
que es indescriptible,
donde encontramos el Misterio sólo desde el misterio,
o nos dejamos de encontrar.
Quédate Aquí
donde te descubres al no encontrarte,
en este lugar donde la tranquilidad es ensordecedora,
y la quietud se mueve
demasiado rápido como para atraparla.
Quédate Aquí,
donde eres lo que deseas
y deseas lo que eres,
y desaparece todo
en un radiante Vacío.
(Adyashanti)
martes, 8 de noviembre de 2011
PEDID, BUSCAD, LLAMAD
El que reza “ha de aprender que no puede pedir cosas superficiales y banales que desea en ese momento, la pequeña esperanza equivocada que lo aleja de Dios. Ha de purificar sus deseos y sus esperanzas. Debe liberarse de las mentiras ocultas con que se engaña a sí mismo: Dios las escrita, y la confrontación con Dios obliga al ser humano a recocerlas también...” (Spe Salvi)
COMPLEJOS
Modernamente se está hablando mucho de complejos que alteran la vida del hombre.
Unos tienen complejos de inferioridad, que los anulan.
Otros, complejos de timidez, que los inhiben.
No faltan quienes experimentan el complejo de superioridad o de dominio, que los lanza a empresas desorbitadas que ineludiblemente terminan en fracasos desalentadores.
Dicen los psicólogos que, quien más quien menos, todos estamos en el ámbito de algún complejo.
¿Por qué entonces extrañarnos de tener el complejo de Dios?
Sí, al fin y al cabo, es el único complejo verdaderamente liberador, el único que no aplasta, sino que alienta, el único que no corta las alas sino que las extiende y aumenta su potencialidad.
Ver en todo a Dios no destruye la propia personalidad, sino que la reafirma, la orienta, la fundamenta y la robustece.
“Exaltándose a sí mismo el hombre como regla absoluta, o hundiéndose hasta la desesperación, la duda y la ansiedad se siguen en consecuencia... La Biblia nos enseña que el hombre ha sido creado a imagen de Dios, con capacidad para conocer y amar a su Creador y que por Dios ha sido constituido señor de la entera creación visible, para gobernarla y usarla, glorificando a Dios” (GS 12)
Unos tienen complejos de inferioridad, que los anulan.
Otros, complejos de timidez, que los inhiben.
No faltan quienes experimentan el complejo de superioridad o de dominio, que los lanza a empresas desorbitadas que ineludiblemente terminan en fracasos desalentadores.
Dicen los psicólogos que, quien más quien menos, todos estamos en el ámbito de algún complejo.
¿Por qué entonces extrañarnos de tener el complejo de Dios?
Sí, al fin y al cabo, es el único complejo verdaderamente liberador, el único que no aplasta, sino que alienta, el único que no corta las alas sino que las extiende y aumenta su potencialidad.
Ver en todo a Dios no destruye la propia personalidad, sino que la reafirma, la orienta, la fundamenta y la robustece.
“Exaltándose a sí mismo el hombre como regla absoluta, o hundiéndose hasta la desesperación, la duda y la ansiedad se siguen en consecuencia... La Biblia nos enseña que el hombre ha sido creado a imagen de Dios, con capacidad para conocer y amar a su Creador y que por Dios ha sido constituido señor de la entera creación visible, para gobernarla y usarla, glorificando a Dios” (GS 12)
lunes, 7 de noviembre de 2011
EL MEJOR CUADRO
Érase una vez un rey que ofreció una gran recompensa al artista que hiciera el mejor cuadro sobre la paz. De entre los presentados, el rey eligió uno que dibujaba montañas puntiagudas y desnudas sobre las que el cielo iracundo lanzaba rayos y una pertinaz lluvia. Cuando se le preguntó la razón de su elección señaló una hendidura de la roca. Sobre ella un pájaro había construido su nido y descansaba esperando que se abrieran los huevos. Y es que la paz, explicó el monarca, no significa estar en un lugar donde no haya ruidos ni problemas ni duros trabajos. Paz es vivir en medio de todas esas turbulencias y sin embargo tener tranquilo el corazón.
TODO CON LOS DEMÁS
Compadecer es padecer con otro; pero no se puede padecer con otro si antes no se ha padecido solo.
Comprender es aprender con otro; pero eso requiere que antes hayamos aprendido nosotros solos.
Por eso, no debes juzgar que está perdiendo el tiempo ni los esfuerzos cuando estás sufriendo solo; te estás capacitando para sufrir con los demás.
Quien sabe sufrir, sabe hacer sufrir menos; quien sabe llorar, sabe comprender mejor a los que lloran.
A veces se sufre más de lo que Dios quiere, o porque se sufre como Dios no quiere, o porque no se sufre con los demás.
No se puede llegar a comprender lo que significa una lágrima si antes no se ha gustado su sabor salado rodando por las propias mejillas y llegando a los propios labios.
¡Qué cosa llamativa! Las lágrimas propias saber a salado; las lágrimas de los demás saben a dulce cuando se mezclan con las propias.
“Escucha mi súplica, oh Señor, presta oído a mi grito, no te hagas sordo a mis lágrimas, pues soy un forastero junto a ti, un huésped como todos mis padres” (Salmo 39). Dios siempre escucha nuestras súplicas, si es que éstas se hallan presentadas con la debida humildad y confianza en su bondad infinita.
Comprender es aprender con otro; pero eso requiere que antes hayamos aprendido nosotros solos.
Por eso, no debes juzgar que está perdiendo el tiempo ni los esfuerzos cuando estás sufriendo solo; te estás capacitando para sufrir con los demás.
Quien sabe sufrir, sabe hacer sufrir menos; quien sabe llorar, sabe comprender mejor a los que lloran.
A veces se sufre más de lo que Dios quiere, o porque se sufre como Dios no quiere, o porque no se sufre con los demás.
No se puede llegar a comprender lo que significa una lágrima si antes no se ha gustado su sabor salado rodando por las propias mejillas y llegando a los propios labios.
¡Qué cosa llamativa! Las lágrimas propias saber a salado; las lágrimas de los demás saben a dulce cuando se mezclan con las propias.
“Escucha mi súplica, oh Señor, presta oído a mi grito, no te hagas sordo a mis lágrimas, pues soy un forastero junto a ti, un huésped como todos mis padres” (Salmo 39). Dios siempre escucha nuestras súplicas, si es que éstas se hallan presentadas con la debida humildad y confianza en su bondad infinita.
domingo, 6 de noviembre de 2011
PREVISORES
Señor Jesús:
“Aparta de nosotros todos los males,
Para que, bien dispuesto nuestro cuerpo y nuestro espíritu,
Podamos libremente cumplir tu voluntad”.
Estar bien dispuesto supone “tomar las lámparas
Y salir a esperar al esposo”.
La actitud de “velar” exige de nuestra parte:
Fe dinámica.
Esperanza segura y activa.
Amor real y concreto...
Muchas veces “nos entra sueño y nos dormimos”,
Pero lo importante es tener el “aceite” preparado....
Para el momento oportuno.
Señor Jesús:
Tú sabes que ese “aceite” se consigue poco a poco,
Con una vida de piedad constante,
Y un comportamiento creyente y coherente...
Ese “aceite” no se puede improvisar,
Ni tampoco recibir de otros,
Porque hay que conseguirlo día a día y cada uno...
No basta con decir:
“Señor, Señor, ábrenos”,
Sino que hay que tener “aceite” en reserva,
Sabiendo que “lo encuentran los que lo buscan”
Y que transforma y fortalece “nuestro corazón”.
“Aparta de nosotros todos los males,
Para que, bien dispuesto nuestro cuerpo y nuestro espíritu,
Podamos libremente cumplir tu voluntad”.
Estar bien dispuesto supone “tomar las lámparas
Y salir a esperar al esposo”.
La actitud de “velar” exige de nuestra parte:
Fe dinámica.
Esperanza segura y activa.
Amor real y concreto...
Muchas veces “nos entra sueño y nos dormimos”,
Pero lo importante es tener el “aceite” preparado....
Para el momento oportuno.
Señor Jesús:
Tú sabes que ese “aceite” se consigue poco a poco,
Con una vida de piedad constante,
Y un comportamiento creyente y coherente...
Ese “aceite” no se puede improvisar,
Ni tampoco recibir de otros,
Porque hay que conseguirlo día a día y cada uno...
No basta con decir:
“Señor, Señor, ábrenos”,
Sino que hay que tener “aceite” en reserva,
Sabiendo que “lo encuentran los que lo buscan”
Y que transforma y fortalece “nuestro corazón”.
IMAGEN Y SEMAJANZA
Dice la Biblia que Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza; esta afirmación está henchida de significado.
Esa imagen y semejanza de Dios deberá existir en todas y cada una de nuestras acciones exteriores e interiores.
De tal forma que dios pueda reflejarse y contemplarse a Sí mismo cuando se asome a la ventana de nuestro espíritu.
Cada acción del día de mañana deberá ser, pues, una semejanza de Dios.
En cada una de ellas deberemos poder hallar un parecido de Dios por el que cuantos nos rodean puedan llegar a descubrirlo en nosotros.
Cada uno de nuestros actos deberá llevar un poco de la belleza de Dios, de la bondad de Dios, del amor de Dios.
Así, más que vivir nosotros en el día de mañana, será Dios el que viva en nosotros.
“Ahora te seguimos de todo corazón, te tememos y buscamos tu rostro. No nos dejes caer en la confusión, trátanos conforme a tu bondad y según la abundancia de tu misericordia” (Dan 3,4). Más nos conviene fiarnos de la bondad de Dios que en la de las criaturas.
Esa imagen y semejanza de Dios deberá existir en todas y cada una de nuestras acciones exteriores e interiores.
De tal forma que dios pueda reflejarse y contemplarse a Sí mismo cuando se asome a la ventana de nuestro espíritu.
Cada acción del día de mañana deberá ser, pues, una semejanza de Dios.
En cada una de ellas deberemos poder hallar un parecido de Dios por el que cuantos nos rodean puedan llegar a descubrirlo en nosotros.
Cada uno de nuestros actos deberá llevar un poco de la belleza de Dios, de la bondad de Dios, del amor de Dios.
Así, más que vivir nosotros en el día de mañana, será Dios el que viva en nosotros.
“Ahora te seguimos de todo corazón, te tememos y buscamos tu rostro. No nos dejes caer en la confusión, trátanos conforme a tu bondad y según la abundancia de tu misericordia” (Dan 3,4). Más nos conviene fiarnos de la bondad de Dios que en la de las criaturas.
viernes, 4 de noviembre de 2011
UNA MIRADA TRANSPERSONAL
Cuando la enésima crisis económica,
que castiga siempre a los más pobres,
nos dice que el capitalismo resulta definitivamente inviable;
cuando la recurrente crisis ecológica
nos hace conscientes del peligro
que se cierne sobre nuestro planeta;
cuando la injusticia social
ahonda la brecha entre personas y pueblos;
cuando las relaciones interpersonales se deterioran
y es difícil mantener el respeto y el amor a los otros;
cuando las religiones son incapaces de dar respuestas
o, peor aún, se convierten en amenaza para la convivencia…,
algo nos está diciendo
que necesitamos cambiar nuestra mirada.
Porque los cambios transformadores no llegarán de fuera,
ni de políticas sociales
-por más que sean imprescindibles-,
ni de compromisos voluntaristas
-aunque el compromiso vendrá-,
sino de una transformación de la conciencia,
de un nuevo modo de percibirnos y de percibir,
de descubrir quienes somos,
en la gran Red de lo que Es…,
cuando podamos cambiar nuestra mirada.
La mirada es un reflejo de la Conciencia,
del “lugar” donde estamos situados
y de la mayor o menor capacidad y amplitud
para permitir que aquélla nos ilumine.
A más ego,
a mayor identificación con la mente,
más bloqueo de la luz;
a más pensamiento, menos Conciencia
y más reductora y pobre nuestra mirada.
Hijos de nuestra historia
y del propio proceso evolutivo,
venimos de una identificación completa con el “yo”;
hasta el punto de definirnos como “animales racionales”,
haciendo de la mente nuestra identidad más elevada.
Sin embargo, la mente no puede sino separar,
fracturar, dividir, aislar,
a partir de su propia naturaleza dualista.
Emergida como un inmenso logro de la evolución,
quedó atrapada en su orgullo
-la “diosa Razón”-,
se erigió en juez y árbitro supremo,
conduciéndonos a callejones sin salida,
para acabar distorsionando nuestra mirada.
La del yo –la de la mente-
es una mirada dual
que se pierde en sus análisis
y se revela incapaz de captar
el núcleo último de lo Real.
Por eso mismo,
nos entretiene y despista,
nos empequeñece y reduce,
nos oprime y nos aísla.
El yo sólo sabe de apego,
víctima de un deseo insaciable,
origen de todo sufrimiento
y, en último término,
causa de la ignorancia
que vela nuestra mirada.
Lo que propugnamos, sin embargo,
no es un retorno ingenuo a lo pre-mental,
un regreso retrorromántico a lo prerracional
-como ocurre en ciertas corrientes de la Nueva Era-,
en un viaje ilusorio a ninguna parte.
Asumimos nuestro pasado,
arcaico, mágico, mítico y racional,
lo valoramos y agradecemos,
pero no echamos de menos su mirada.
Nos hallamos en un punto de inflexión,
en el que, agotado el modelo mental
-y el yo, sustentado sobre él
y por él posibilitado-,
ha emergido en nosotros la capacidad inédita
de observar la propia mente:
así, al poder desidentificarnos de ella,
empezamos a verla como un “objeto”
-un “objeto mental” es también el propio “yo”-
y empezamos a percibirnos capaces de trascenderla:
indudablemente, está naciendo una nueva mirada.
Es cierto:
todavía habremos de seguir integrando el yo,
necesitado de un trabajo psicológico
que, sobre las bases de la lucidez y de la humildad,
y gracias a una mirada amorosa,
favorezca su unificación y armonía.
La misma evolución nos dice
que no se dan saltos en el vacío,
por lo que, aun reconocido el carácter ilusorio del yo,
es necesario integrarlo para trascenderlo,
si no queremos seguir siendo esclavos de su miope mirada.
Aceptado, agradecido e integrado;
acallada la mente
en un silenciamiento que la trasciende,
fruto de ser sencillamente observada,
emerge, serena y silenciosa,
gozosa y ecuánime,
la Identidad que observa:
Porque no somos nunca lo observado,
sino el Testigo
de donde nace una nueva mirada.
Al observar la mente,
desde la distancia,
“salimos” de ella.
Y, al salir,
liberándonos de la tiranía del pensamiento,
percibimos que se ha creado un “Espacio”
en torno a ella.
Espacio que, siendo libertad y descanso,
es, en último término,
nuestra más profunda Identidad.
Espacio que es pura Presencia consciente,
Presencia que compartimos todos los seres,
lo Mismo que somos,
aunque no seamos “iguales”.
Espacio y Presencia
donde se genera una nueva mirada.
Ese Espacio es Conciencia,
donde está la mente,
siendo mucho más que mente;
es Presencia,
donde el yo ha perdido su carácter
de identidad última y definitiva;
es Océano,
en el que las olas surgen,
porque es el Agua
sustancia común de uno y otras.
Y del mismo modo que el Agua
no ve la realidad como la ven las olas,
de la Presencia que somos,
de la Conciencia-sin-pensamientos
brota una nueva mirada.
A esa mirada,
que no divide, juzga ni separa,
a falta de otro término mejor,
la llamamos “transpersonal”;
sencillamente, porque trasciende el yo,
desvelándonos la Identidad compartida,
en la que “todo está bien”,
porque todo es un fluir y desplegarse,
manifestarse y expresarse,
del Misterio último que Es y Somos,
Misterio que nos regala su propia mirada.
Se está operando así en nosotros
la ampliación o transformación de la conciencia,
desde la que,
modificándose nuestra propia capacidad de percibir,
todo es visto de un modo nuevo:
nuestra identidad,
la realidad de los otros,
el valor de las cosas,
el objeto y sentido de nuestra existencia,
las relaciones interpersonales, sociales y políticas,
la economía, la ecología, la cultura, la política y la religión…
Sobre todo ello cae una nueva mirada.
La misma Realidad
que las religiones, desde el nivel mental,
han llamado “Dios”,
así como los textos sagrados:
mapas maravillosos que leen nuestra búsqueda
y apuntan –aun sin saberlo conscientemente-
a nuestra última Identidad.
“Dios” mismo,
llamado “Tú”, “Él” o “Yo”
-no importan tanto nuestra etiquetas mentales-,
se hace presente en toda su Belleza y Amor,
no como un “individuo” separado,
intervencionista y arbitrario,
sino como lo Real mismo,
en la Presencia Una que compartimos:
la Suya es nuestra mirada.
Favorecemos así que esta nueva Conciencia nos “ocupe”,
“habituándonos” a ella,
y que se expanda, más y más,
generando en el universo entero
un nuevo modo de ver,
del que surja un nuevo modo de obrar,
nacido, no de la mera voluntad,
sino de la Comprensión de lo que somos.
Un modo nuevo,
una nueva mirada,
que se plasme
en la economía y en la política,
en la ecología y en la sociedad,
en la cultura y en la religión.
Favorecer la transformación de la conciencia
es, por eso, un inmenso acto de amor.
Meditar se convierte en una forma de vivir,
una forma de ser
-venir al presente, atender a lo que acontece, acallar la mente-,
vivida como amor, bondad y compasión,
que franquea la puerta hacia la Plenitud,
otorgándonos la mirada transpersonal,
la mirada más ajustada.
En este reto estamos,
éste es nuestro desafío
y lo más característico de la “nueva conciencia”:
la capacidad de trascender el pensamiento,
descubriendo en nosotros un “espacio”
anterior al pensamiento
e infinitamente más vasto que él:
no soy el yo que piensa,
sino la conciencia que está detrás
y es consciente de ellos:
la Conciencia es el sujeto de la mirada transpersonal.
La mirada transpersonal
no nace de la mente,
sino de la Conciencia;
no surge del pensamiento,
sino de la Presencia;
no brota del ego,
sino de la Identidad compartida
en la que nos descubrimos que,
sin ser iguales,
somos lo mismo:
el Ser del que todo está “hecho”.
La mirada transpersonal
es desapropiada,
porque no hay un ego que persiga la apropiación;
y, por ello mismo, des-interesada,
porque no hay un ego que busque su interés;
es, en una palabra,
desegocentrada, es decir,
espaciosa, abierta y admirada,
inocente, gozosa y esperanzada,
ecuánime y no-juzgadora,
serena y creadora de espacios de libertad.
La mirada transpersonal
es transmental:
requiere haber tomado distancia de la mente,
de sus pre-juicios y etiquetas,
de su afán controlador
y de sus pretensiones de tener razón.
Es una mirada
únicamente posible en el silenciamiento mental,
en la insondable profundidad del “aquí y ahora”,
en la Belleza inigualable del momento Presente
cuando, acallada la mente,
emerge y se desvela la Plenitud que siempre Es.
La mirada transpersonal
es no-dual,
como el propio Presente integrador:
no puede ver algo, sin ver Todo;
ni aprecia la diferencia, sin percibir la Unidad
que en toda ella late.
Sin negar la omnipresente polaridad,
sabe ver, más allá de ella,
el Misterio que todo lo abraza,
en el que descansa
y desde el que vive.
Por eso mismo,
porque en todo ve el Todo,
la mirada transpersonal
es siempre una mirada compasiva:
en una Compasión genuina,
que no nace de la voluntad,
sino de la Comprensión.
La mirada transpersonal
“es paciente y bondadosa;
no tiene envidia,
ni orgullo, ni jactancia.
No es grosera ni egoísta;
no se irrita ni lleva cuentas del mal;
no se alegra de la injusticia,
sino que encuentra su alegría en la verdad.
Todo lo excusa,
todo lo cree,
todo lo espera,
todo lo aguanta”,
igual que el Amor
(Primera Carta a los Corintios 13,4-7).
Indudablemente,
la mirada transpersonal es…
la mirada de Dios.
Y, gracias a ella,
descubrimos también que,
aun en medio de todas las dificultades,
problemas, conflictos y oscuridades,
todo el Universo,
el Misterio último de lo Real,
Dios mismo
-si os gusta ese nombre-
está inspirando y conspirando
a nuestro favor para que,
como el gusano de seda
que cree morir en la oscuridad de su caparazón,
podamos ser transformados
en la mariposa libre y luminosa
que, de fondo, somos.
La mirada transpersonal
sabe y nos capacita
para que, muriendo al “gusano” del ego,
gracias a la Comprensión,
pueda nacer y expresarse
la “mariposa” que somos,
en la Plenitud del Presente,
en el que se nos revela
nuestra identidad más profunda,
la Identidad compartida,
en la Unidad-sin-costuras de lo Real.
La mirada transpersonal
sabe ver las crisis como oportunidad,
el dolor como maestro,
el fracaso como “lugar” de desapropiación.
Porque no olvida que
“cuando el corazón (ego) llora por lo que ha perdido,
el espíritu ríe por lo que ha encontrado”.
Conoce la riqueza que encierra el Silencio,
matriz fecunda
donde se fragua, pacientemente, la transformación.
Y acoge todo lo que llega,
dándole la bienvenida,
como al huésped más esperado,
aunque su llegada descoloque al yo.
El cambio duele y nos resistimos a él
porque, como le pasa al gusano,
no sabemos que nos vamos a transformar
en un nuevo ser.
Por eso seguimos aferrados a las viejas estructuras egoicas
que, aunque caducas y estériles,
parecen aportarnos seguridad.
Desde la mirada del yo
-de la mente dual-
no lograremos trascenderlas.
Sólo el silenciamiento mental,
al venir al presente,
nos da la mirada adecuada,
que nos permite
sospechar…, intuir…, vislumbrar…
y empezar a saborear
-no se sabe hasta que no se saborea,
no se conoce hasta que no se es-
el Misterio inefable
que a la mente se le escapa
y que se nos hace patente…
en la mirada transpersonal.
Enrique Martínez Lozano,
Sabiduría para despertar.
Una lectura transpersonal del evangelio de Marcos,
Desclée de Brouwer, Bilbao 2011, pp. 387-399.
que castiga siempre a los más pobres,
nos dice que el capitalismo resulta definitivamente inviable;
cuando la recurrente crisis ecológica
nos hace conscientes del peligro
que se cierne sobre nuestro planeta;
cuando la injusticia social
ahonda la brecha entre personas y pueblos;
cuando las relaciones interpersonales se deterioran
y es difícil mantener el respeto y el amor a los otros;
cuando las religiones son incapaces de dar respuestas
o, peor aún, se convierten en amenaza para la convivencia…,
algo nos está diciendo
que necesitamos cambiar nuestra mirada.
Porque los cambios transformadores no llegarán de fuera,
ni de políticas sociales
-por más que sean imprescindibles-,
ni de compromisos voluntaristas
-aunque el compromiso vendrá-,
sino de una transformación de la conciencia,
de un nuevo modo de percibirnos y de percibir,
de descubrir quienes somos,
en la gran Red de lo que Es…,
cuando podamos cambiar nuestra mirada.
La mirada es un reflejo de la Conciencia,
del “lugar” donde estamos situados
y de la mayor o menor capacidad y amplitud
para permitir que aquélla nos ilumine.
A más ego,
a mayor identificación con la mente,
más bloqueo de la luz;
a más pensamiento, menos Conciencia
y más reductora y pobre nuestra mirada.
Hijos de nuestra historia
y del propio proceso evolutivo,
venimos de una identificación completa con el “yo”;
hasta el punto de definirnos como “animales racionales”,
haciendo de la mente nuestra identidad más elevada.
Sin embargo, la mente no puede sino separar,
fracturar, dividir, aislar,
a partir de su propia naturaleza dualista.
Emergida como un inmenso logro de la evolución,
quedó atrapada en su orgullo
-la “diosa Razón”-,
se erigió en juez y árbitro supremo,
conduciéndonos a callejones sin salida,
para acabar distorsionando nuestra mirada.
La del yo –la de la mente-
es una mirada dual
que se pierde en sus análisis
y se revela incapaz de captar
el núcleo último de lo Real.
Por eso mismo,
nos entretiene y despista,
nos empequeñece y reduce,
nos oprime y nos aísla.
El yo sólo sabe de apego,
víctima de un deseo insaciable,
origen de todo sufrimiento
y, en último término,
causa de la ignorancia
que vela nuestra mirada.
Lo que propugnamos, sin embargo,
no es un retorno ingenuo a lo pre-mental,
un regreso retrorromántico a lo prerracional
-como ocurre en ciertas corrientes de la Nueva Era-,
en un viaje ilusorio a ninguna parte.
Asumimos nuestro pasado,
arcaico, mágico, mítico y racional,
lo valoramos y agradecemos,
pero no echamos de menos su mirada.
Nos hallamos en un punto de inflexión,
en el que, agotado el modelo mental
-y el yo, sustentado sobre él
y por él posibilitado-,
ha emergido en nosotros la capacidad inédita
de observar la propia mente:
así, al poder desidentificarnos de ella,
empezamos a verla como un “objeto”
-un “objeto mental” es también el propio “yo”-
y empezamos a percibirnos capaces de trascenderla:
indudablemente, está naciendo una nueva mirada.
Es cierto:
todavía habremos de seguir integrando el yo,
necesitado de un trabajo psicológico
que, sobre las bases de la lucidez y de la humildad,
y gracias a una mirada amorosa,
favorezca su unificación y armonía.
La misma evolución nos dice
que no se dan saltos en el vacío,
por lo que, aun reconocido el carácter ilusorio del yo,
es necesario integrarlo para trascenderlo,
si no queremos seguir siendo esclavos de su miope mirada.
Aceptado, agradecido e integrado;
acallada la mente
en un silenciamiento que la trasciende,
fruto de ser sencillamente observada,
emerge, serena y silenciosa,
gozosa y ecuánime,
la Identidad que observa:
Porque no somos nunca lo observado,
sino el Testigo
de donde nace una nueva mirada.
Al observar la mente,
desde la distancia,
“salimos” de ella.
Y, al salir,
liberándonos de la tiranía del pensamiento,
percibimos que se ha creado un “Espacio”
en torno a ella.
Espacio que, siendo libertad y descanso,
es, en último término,
nuestra más profunda Identidad.
Espacio que es pura Presencia consciente,
Presencia que compartimos todos los seres,
lo Mismo que somos,
aunque no seamos “iguales”.
Espacio y Presencia
donde se genera una nueva mirada.
Ese Espacio es Conciencia,
donde está la mente,
siendo mucho más que mente;
es Presencia,
donde el yo ha perdido su carácter
de identidad última y definitiva;
es Océano,
en el que las olas surgen,
porque es el Agua
sustancia común de uno y otras.
Y del mismo modo que el Agua
no ve la realidad como la ven las olas,
de la Presencia que somos,
de la Conciencia-sin-pensamientos
brota una nueva mirada.
A esa mirada,
que no divide, juzga ni separa,
a falta de otro término mejor,
la llamamos “transpersonal”;
sencillamente, porque trasciende el yo,
desvelándonos la Identidad compartida,
en la que “todo está bien”,
porque todo es un fluir y desplegarse,
manifestarse y expresarse,
del Misterio último que Es y Somos,
Misterio que nos regala su propia mirada.
Se está operando así en nosotros
la ampliación o transformación de la conciencia,
desde la que,
modificándose nuestra propia capacidad de percibir,
todo es visto de un modo nuevo:
nuestra identidad,
la realidad de los otros,
el valor de las cosas,
el objeto y sentido de nuestra existencia,
las relaciones interpersonales, sociales y políticas,
la economía, la ecología, la cultura, la política y la religión…
Sobre todo ello cae una nueva mirada.
La misma Realidad
que las religiones, desde el nivel mental,
han llamado “Dios”,
así como los textos sagrados:
mapas maravillosos que leen nuestra búsqueda
y apuntan –aun sin saberlo conscientemente-
a nuestra última Identidad.
“Dios” mismo,
llamado “Tú”, “Él” o “Yo”
-no importan tanto nuestra etiquetas mentales-,
se hace presente en toda su Belleza y Amor,
no como un “individuo” separado,
intervencionista y arbitrario,
sino como lo Real mismo,
en la Presencia Una que compartimos:
la Suya es nuestra mirada.
Favorecemos así que esta nueva Conciencia nos “ocupe”,
“habituándonos” a ella,
y que se expanda, más y más,
generando en el universo entero
un nuevo modo de ver,
del que surja un nuevo modo de obrar,
nacido, no de la mera voluntad,
sino de la Comprensión de lo que somos.
Un modo nuevo,
una nueva mirada,
que se plasme
en la economía y en la política,
en la ecología y en la sociedad,
en la cultura y en la religión.
Favorecer la transformación de la conciencia
es, por eso, un inmenso acto de amor.
Meditar se convierte en una forma de vivir,
una forma de ser
-venir al presente, atender a lo que acontece, acallar la mente-,
vivida como amor, bondad y compasión,
que franquea la puerta hacia la Plenitud,
otorgándonos la mirada transpersonal,
la mirada más ajustada.
En este reto estamos,
éste es nuestro desafío
y lo más característico de la “nueva conciencia”:
la capacidad de trascender el pensamiento,
descubriendo en nosotros un “espacio”
anterior al pensamiento
e infinitamente más vasto que él:
no soy el yo que piensa,
sino la conciencia que está detrás
y es consciente de ellos:
la Conciencia es el sujeto de la mirada transpersonal.
La mirada transpersonal
no nace de la mente,
sino de la Conciencia;
no surge del pensamiento,
sino de la Presencia;
no brota del ego,
sino de la Identidad compartida
en la que nos descubrimos que,
sin ser iguales,
somos lo mismo:
el Ser del que todo está “hecho”.
La mirada transpersonal
es desapropiada,
porque no hay un ego que persiga la apropiación;
y, por ello mismo, des-interesada,
porque no hay un ego que busque su interés;
es, en una palabra,
desegocentrada, es decir,
espaciosa, abierta y admirada,
inocente, gozosa y esperanzada,
ecuánime y no-juzgadora,
serena y creadora de espacios de libertad.
La mirada transpersonal
es transmental:
requiere haber tomado distancia de la mente,
de sus pre-juicios y etiquetas,
de su afán controlador
y de sus pretensiones de tener razón.
Es una mirada
únicamente posible en el silenciamiento mental,
en la insondable profundidad del “aquí y ahora”,
en la Belleza inigualable del momento Presente
cuando, acallada la mente,
emerge y se desvela la Plenitud que siempre Es.
La mirada transpersonal
es no-dual,
como el propio Presente integrador:
no puede ver algo, sin ver Todo;
ni aprecia la diferencia, sin percibir la Unidad
que en toda ella late.
Sin negar la omnipresente polaridad,
sabe ver, más allá de ella,
el Misterio que todo lo abraza,
en el que descansa
y desde el que vive.
Por eso mismo,
porque en todo ve el Todo,
la mirada transpersonal
es siempre una mirada compasiva:
en una Compasión genuina,
que no nace de la voluntad,
sino de la Comprensión.
La mirada transpersonal
“es paciente y bondadosa;
no tiene envidia,
ni orgullo, ni jactancia.
No es grosera ni egoísta;
no se irrita ni lleva cuentas del mal;
no se alegra de la injusticia,
sino que encuentra su alegría en la verdad.
Todo lo excusa,
todo lo cree,
todo lo espera,
todo lo aguanta”,
igual que el Amor
(Primera Carta a los Corintios 13,4-7).
Indudablemente,
la mirada transpersonal es…
la mirada de Dios.
Y, gracias a ella,
descubrimos también que,
aun en medio de todas las dificultades,
problemas, conflictos y oscuridades,
todo el Universo,
el Misterio último de lo Real,
Dios mismo
-si os gusta ese nombre-
está inspirando y conspirando
a nuestro favor para que,
como el gusano de seda
que cree morir en la oscuridad de su caparazón,
podamos ser transformados
en la mariposa libre y luminosa
que, de fondo, somos.
La mirada transpersonal
sabe y nos capacita
para que, muriendo al “gusano” del ego,
gracias a la Comprensión,
pueda nacer y expresarse
la “mariposa” que somos,
en la Plenitud del Presente,
en el que se nos revela
nuestra identidad más profunda,
la Identidad compartida,
en la Unidad-sin-costuras de lo Real.
La mirada transpersonal
sabe ver las crisis como oportunidad,
el dolor como maestro,
el fracaso como “lugar” de desapropiación.
Porque no olvida que
“cuando el corazón (ego) llora por lo que ha perdido,
el espíritu ríe por lo que ha encontrado”.
Conoce la riqueza que encierra el Silencio,
matriz fecunda
donde se fragua, pacientemente, la transformación.
Y acoge todo lo que llega,
dándole la bienvenida,
como al huésped más esperado,
aunque su llegada descoloque al yo.
El cambio duele y nos resistimos a él
porque, como le pasa al gusano,
no sabemos que nos vamos a transformar
en un nuevo ser.
Por eso seguimos aferrados a las viejas estructuras egoicas
que, aunque caducas y estériles,
parecen aportarnos seguridad.
Desde la mirada del yo
-de la mente dual-
no lograremos trascenderlas.
Sólo el silenciamiento mental,
al venir al presente,
nos da la mirada adecuada,
que nos permite
sospechar…, intuir…, vislumbrar…
y empezar a saborear
-no se sabe hasta que no se saborea,
no se conoce hasta que no se es-
el Misterio inefable
que a la mente se le escapa
y que se nos hace patente…
en la mirada transpersonal.
Enrique Martínez Lozano,
Sabiduría para despertar.
Una lectura transpersonal del evangelio de Marcos,
Desclée de Brouwer, Bilbao 2011, pp. 387-399.
jueves, 3 de noviembre de 2011
Maestra, ¿qué es el amor?
Uno de los niños de una clase de educación infantil preguntó:
• Maestra… ¿qué es el amor?
La maestra sintió que la criatura merecía una respuesta que estuviese a la altura de la pregunta inteligente que había formulado. Como ya estaban en la hora del recreo, pidió a sus alumnos que dieran una vuelta por el patio de la escuela y trajeran cosas que invitaran a amar o que despertaran en ellos ese sentimiento. Los pequeños salieron apresurados y, cuando volvieron, la maestra les dijo:
• Quiero que cada uno muestre lo que ha encontrado.
El primer alumno respondió:
• Yo traje esta flor… ¿no es bonita?
A continuación, otro alumno dijo:
- Yo traje este pichón de pajarito que encontré en un nido… ¿no es gracioso?
Y así los chicos, uno a uno, fueron mostrando a los demás lo que habían recogido en el patio.
Cuando terminaron, la maestra advirtió que una de las niñas no había traído nada y que había permanecido en silencio mientras sus compañeros hablaban. Se sentía avergonzada por no tener nada que enseñar.
La maestra se dirigió a ella:
• Muy bien, ¿y tú?, ¿no has encontrado nada que puedas amar?
La criatura, tímidamente, respondió:
- Lo siento, seño. Vi la flor y sentí su perfume, pensé en arrancarla pero preferí dejarla para que exhalase su aroma durante más tiempo. Vi también mariposas suaves, llenas de color, pero parecían tan felices que no intenté coger ninguna. Vi también al pichoncito en su nido, pero…, al subir al árbol, noté la mirada triste de su madre y preferí dejarlo allí…
Así que traigo conmigo el perfume de la flor, la libertad de las mariposas y la gratitud que observé en los ojos de la madre del pajarito. ¿Cómo puedo enseñaros lo que he traído?
La maestra le dio las gracias a la alumna y emocionada le dijo que había sido la única en advertir que lo que amamos no es un trofeo y que al amor lo llevamos en el corazón.
El amor es algo que se siente.
Hay que tener sensibilidad para vivirlo.
Uno de los niños de una clase de educación infantil preguntó:
• Maestra… ¿qué es el amor?
La maestra sintió que la criatura merecía una respuesta que estuviese a la altura de la pregunta inteligente que había formulado. Como ya estaban en la hora del recreo, pidió a sus alumnos que dieran una vuelta por el patio de la escuela y trajeran cosas que invitaran a amar o que despertaran en ellos ese sentimiento. Los pequeños salieron apresurados y, cuando volvieron, la maestra les dijo:
• Quiero que cada uno muestre lo que ha encontrado.
El primer alumno respondió:
• Yo traje esta flor… ¿no es bonita?
A continuación, otro alumno dijo:
- Yo traje este pichón de pajarito que encontré en un nido… ¿no es gracioso?
Y así los chicos, uno a uno, fueron mostrando a los demás lo que habían recogido en el patio.
Cuando terminaron, la maestra advirtió que una de las niñas no había traído nada y que había permanecido en silencio mientras sus compañeros hablaban. Se sentía avergonzada por no tener nada que enseñar.
La maestra se dirigió a ella:
• Muy bien, ¿y tú?, ¿no has encontrado nada que puedas amar?
La criatura, tímidamente, respondió:
- Lo siento, seño. Vi la flor y sentí su perfume, pensé en arrancarla pero preferí dejarla para que exhalase su aroma durante más tiempo. Vi también mariposas suaves, llenas de color, pero parecían tan felices que no intenté coger ninguna. Vi también al pichoncito en su nido, pero…, al subir al árbol, noté la mirada triste de su madre y preferí dejarlo allí…
Así que traigo conmigo el perfume de la flor, la libertad de las mariposas y la gratitud que observé en los ojos de la madre del pajarito. ¿Cómo puedo enseñaros lo que he traído?
La maestra le dio las gracias a la alumna y emocionada le dijo que había sido la única en advertir que lo que amamos no es un trofeo y que al amor lo llevamos en el corazón.
El amor es algo que se siente.
Hay que tener sensibilidad para vivirlo.
CONTRA LA POBREZA
La pobreza se concibe como la situación que afecta a las personas que no pueden satisfacer sus necesidades básicas. Implica no tener la oportunidad de vivir una vida larga, sana, creativa...
Sudáfrica se destaca como ejemplo de país donde se ha producido la interacción entre el pueblo, el mercado y el Estado para erradicar la pobreza. El ímpetu político de la lucha contra el apartheid impulsa ahora la lucha contra la pobreza humana. Este proceso cuenta con el compromiso político, con estrategias basadas en las asociaciones entre el sector público y el privado, y con un proceso de desarrollo impulsado por el pueblo.
Sudáfrica se destaca como ejemplo de país donde se ha producido la interacción entre el pueblo, el mercado y el Estado para erradicar la pobreza. El ímpetu político de la lucha contra el apartheid impulsa ahora la lucha contra la pobreza humana. Este proceso cuenta con el compromiso político, con estrategias basadas en las asociaciones entre el sector público y el privado, y con un proceso de desarrollo impulsado por el pueblo.
miércoles, 2 de noviembre de 2011
PEDID, BUSCAD, LLAMAD
El que reza “ha de aprender que no puede pedir cosas superficiales y banales que desea en ese momento, la pequeña esperanza equivocada que lo aleja de Dios. Ha de purificar sus deseos y sus esperanzas. Debe liberarse de las mentiras ocultas con que se engaña a sí mismo: Dios las escrita, y la confrontación con Dios obliga al ser humano a recocerlas también...” (Spe Salvi)
DIOS DE VIVOS
Señor Jesús:
Tú eres nuestra esperanza, cuando nos dices:
“Yo soy la resurrección y la vida;
El que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá;
Y el que esté vivo y cree en mí no morirá para siempre”.
Tú devolviste la vida a :
- Lázaro, tu amigo,
- La hija de Jairo,
- El hijo de la viuda de Naín...
Más aún, recuperaste la vida en el “misterio pascual”.
De esa VIDA, nos hablan los evangelios,
Que la Iglesia nos ofrece en este día:
- La alegría de seguir el camino de las Bienaventuranzas.
- El descanso de abandonarnos en tu “corazón”.
- La vigilancia de tener las “lámparas encendidas”.
- El amor a los demás del examen futuro.
- La fe de proclamarte y descubrirte Resucitado.
- La conciencia limpia del “criado” servicial.
- El perdón del que se arrepiente.
- La seguridad de que nos acompañas siempre.
- La fuerza de la Eucaristía como “viático”...
No es éste un día triste ni pesimista,
Sino de súplica e intercesión,
Para que “otorgues a los que han muerto
El lugar de luz y de la paz”,
Y de afianzar en todos “los creyentes
La esperanza de resucitar”. Amén.
Tú eres nuestra esperanza, cuando nos dices:
“Yo soy la resurrección y la vida;
El que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá;
Y el que esté vivo y cree en mí no morirá para siempre”.
Tú devolviste la vida a :
- Lázaro, tu amigo,
- La hija de Jairo,
- El hijo de la viuda de Naín...
Más aún, recuperaste la vida en el “misterio pascual”.
De esa VIDA, nos hablan los evangelios,
Que la Iglesia nos ofrece en este día:
- La alegría de seguir el camino de las Bienaventuranzas.
- El descanso de abandonarnos en tu “corazón”.
- La vigilancia de tener las “lámparas encendidas”.
- El amor a los demás del examen futuro.
- La fe de proclamarte y descubrirte Resucitado.
- La conciencia limpia del “criado” servicial.
- El perdón del que se arrepiente.
- La seguridad de que nos acompañas siempre.
- La fuerza de la Eucaristía como “viático”...
No es éste un día triste ni pesimista,
Sino de súplica e intercesión,
Para que “otorgues a los que han muerto
El lugar de luz y de la paz”,
Y de afianzar en todos “los creyentes
La esperanza de resucitar”. Amén.
martes, 1 de noviembre de 2011
CRISTO ES TODO
Cristo es todo para nosotros. Si quieres curar una herida, él es el médico; si estás ardiendo de fiebre, es fuente; si estás oprimido por la iniquidad, es justicia; si tienes necesidad de ayuda, es fuerza; si tienes miedo de la muerte, es vida; si deseas el cielo, es camino; si huyes de las tinieblas, es luz; si buscas comida, es alimento (San Ambrosio de Milán)
SIGNOS FELICES
Señor Jesús:
“Nos encaminamos alegres, guiados por la fe
Y gozosos por la gloria de los mejores hijos de la Iglesia”
Hacia la “ciudad santa, la Jerusalén celeste”,
Y nos presentas a Todos los Santos,
Porque “en ellos encontramos ejemplo y ayuda para nuestra debilidad”.
También nosotros somos de los “que te buscan”
Y queremos tener “manos inocentes y puro corazón”
Deseamos vivir las Bienaventuranzas cada día
Y hacer realidad en nosotros:
- La humildad y sencillez para adelantar el Reino,
- La firmeza y paciencia, para transformar la tierra,
- La constancia y fortaleza, para encontrar consuelo en ti,
- La fortaleza y solidaridad, para compartirlo todo con los demás,
- La comprensión y la tolerancia, para participar de su misericordia,
- La trasparencia y sinceridad, para verte y sentirte cerca,
- La concordia y la reconciliación, para ser en verdad “los hijos de Dios”,
- El testimonio y la alegría, para demostrar tu ayuda, aún en las dificultades...
Ayúdanos, Señor Jesús, a imitar a los Santos
“realizando nuestra santidad
Por la participación en la plenitud de tu amor”. Amén.
“Nos encaminamos alegres, guiados por la fe
Y gozosos por la gloria de los mejores hijos de la Iglesia”
Hacia la “ciudad santa, la Jerusalén celeste”,
Y nos presentas a Todos los Santos,
Porque “en ellos encontramos ejemplo y ayuda para nuestra debilidad”.
También nosotros somos de los “que te buscan”
Y queremos tener “manos inocentes y puro corazón”
Deseamos vivir las Bienaventuranzas cada día
Y hacer realidad en nosotros:
- La humildad y sencillez para adelantar el Reino,
- La firmeza y paciencia, para transformar la tierra,
- La constancia y fortaleza, para encontrar consuelo en ti,
- La fortaleza y solidaridad, para compartirlo todo con los demás,
- La comprensión y la tolerancia, para participar de su misericordia,
- La trasparencia y sinceridad, para verte y sentirte cerca,
- La concordia y la reconciliación, para ser en verdad “los hijos de Dios”,
- El testimonio y la alegría, para demostrar tu ayuda, aún en las dificultades...
Ayúdanos, Señor Jesús, a imitar a los Santos
“realizando nuestra santidad
Por la participación en la plenitud de tu amor”. Amén.
TODOS LOS SANTOS
El origen de la fiesta de Todos los Santos es antiquísima. Según algunos, fue el papa Bonifacio VIII, alrededor del año 610, quien consagró el “Panteón de Agripa” al culto de la “Virgen y los mártires”. Posteriormente el papa Gregorio III situó la fecha el 1 de noviembre, porque coincidía con una de las cuatro grandes fiestas de los pueblos germanos. De este modo, los pueblos de tradición pagana que se estaban convirtiendo al cristianismo podrían mantener sus fiestas sin que supusieran desechar su cultura e identidad.
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