miércoles, 21 de abril de 2010

PALABRA DE DIOS


La Biblia es palabra de Dios: porque Dios habla, ¡vaya si habla! Tanto es así que, cuando san Juan quiere mostrarnos al enviado de Dios, le llama Palabra. En Jesús, Dios se ha hecho para nosotros palabra. Y no una palabra cualquiera, sino la Palabra. Más aún: Dios es palabra dirigida a mí. En Jesús Dios se hace Palabra para mí. Para muchos de nosotros, Dios es todavía un ser sordo y mudo. No nos dice nada ni le decimos nada nosotros. Es un algo, o a lo más un “Él”. Él nos manda... Él nos exige... incluso Él nos ama... desde lejos. No es un Tú. Pero Dios es un Tú, y por eso, además de hablar, ama. Nos ama ¡Me ama!

EL BUEN PASTOR


Para los destinatarios el evangelio de Juan la figura del pastor era muy significativa. Los profetas la habían usado muchas veces para hablar de los guías y responsables del pueblo. Generalmente para denunciar los abusos: “¡Ay de los pastores de Israel que se apacientan a sí mismos!” Abundaban los malos pastores. Por eso los lectores de Juan entendían perfectamente la afirmación de que Jesús es el Buen Pastor que da la vida por sus ovejas. El donde Jesús es la vida que supera la muerte. Ésa es la misión que le dio el Padre y Jesús entrega su propia vida para cumplirla. “El Padre y yo somos una sola cosa”. Esa misión es también el fundamento de nuestra unión con Jesús y de la preocupación por nuestros hermanos, pues todo cristiano ha de poseer, en definitiva, los rasgos del Buen Pastor.

BUEN PASTOR


JESÚS, EL BUEN PASTOR
Nos disponemos a profundizar en unas de las páginas más bellas y entrañables de los Evangelios: Las que nos presentan a Jesús como el Buen Pastor y a nosotros como ovejas de su rebaño. Es un tema que ha alimentado la fe y la devoción de los cristianos a lo largo de los siglos. Los primeros cristianos no se atrevían a pintar a Jesús crucificado; sin embargo, en las pinturas de las catacumbas y en los sarcófagos paleocristianos es muy común encontrar representaciones de Jesucristo con una oveja sobre sus hombros. Los presbiterios de las antiguas Basílicas suelen estar decorados con mosaicos que representan dos filas de ovejas acercándose a beber de una fuente. La imagen de Jesús Pastor es tan rica, que nos ayuda a comprender su identidad, su misión y su relación con el Padre y con nosotros. El nombre de Jesús, en hebreo, significa «Salvador». Así le llamó el ángel cuando se apareció, en sueños, a S. José. Él sabía que éramos pecadores y que le íbamos a tratar mal. A pesar de todo, su amor por nosotros era tan grande, que quiso dejar el Cielo y venir a nuestro encuentro para traernos la salvación y la plenitud de la vida eterna. No lo hizo porque nosotros éramos buenos o lo merecíamos, sino sólo por su generosa bondad, por su amor gratuito, en el momento en que Él lo creyó oportuno. Jesús no se quedó esperando a que nosotros fuéramos a su encuentro, sino que Él mismo se puso en camino para buscarnos; por eso se hizo amigo de los pecadores, comía con ellos y les anunciaba el Evangelio (la Buena Noticia) del amor y de la misericordia. Esto agradaba a la gente sencilla, que le escuchaba con gozo, y provocaba rechazo en los corazones orgullosos y complicados. Cuando sus adversarios le acusan de ser amigo de pecadores, les habla del amor de Dios y de su solicitud por cada uno de nosotros, usando la imagen del pastor que sale en busca de la oveja perdida. Lo mejor de todo el relato es la enseñanza final: para Dios somos importantes y Él se ocupa siempre personalmente de cada uno de nosotros, incluso cuando nos alejamos de Él por el pecado. Él nunca se desentiende de nosotros. Como nos recuerda Ezequiel (18, 23), «Dios no quiere la muerte del malvado, sino que se convierta de su conducta y que viva». Dios se goza en perdonar, no en condenar; su misericordia es más grande que nuestras faltas: «El Señor es clemente y misericordioso» (Salmo 103). Toda la vida de Jesús fue un continuo buscar a las ovejas descarriadas: «Él vino a buscar y salvar lo que estaba perdido» (Lucas 19, 10). Para eso descendió del Cielo, para cargar con nuestros pecados y para llevarnos sobre sus hombros a la Casa del Padre, haciendo con todos «un único rebaño con un solo Pastor». El que hace salir el sol sobre justos e injustos y llover sobre buenos y malos, manifiesta una clara preferencia por los pecadores. A pesar de todo, Jesús no suprime la distinción entre pecador y justo. Desde el principio de su ministerio público, Él mismo invitaba a la conversión y a la penitencia: «Convertíos, porque está cerca el Reino de Dios» (Marcos 1, 15). Lo nuevo de su mensaje es el anuncio de que Dios no espera a que seamos justos para amarnos, sino que nos quiere siempre, con pasión, también mientras somos pecadores, y su mayor alegría se produce cuando tomamos conciencia de que necesitamos su salvación y nos abrimos a su perdón y a su amistad. No sólo desea nuestra conversión; también sale a nuestro encuentro de distintas maneras para tocar nuestro corazón y capacitarnos para darle una respuesta de amor. «En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó primero y envió a su Hijo como sacrificio de purificación por nuestros pecados. Queridos míos, si Dios nos ha amado así, también nosotros debemos amarnos los unos a los otros» (1 Juan 4, 10ss). Su amor precede a cualquier decisión que nosotros podamos hacer. Él nos ama desde siempre y ha decidido darnos su Reino. Nosotros comenzamos nuestro verdadero camino de amor cuando comprendemos esto. Durante toda su vida, Jesús supo atraer la atención de sus oyentes. También habló de sí mismo utilizando la imagen del Pastor que conoce a sus ovejas, las ama y da su vida por ellas. Los pastores del tiempo de Jesús dejaban por las noches sus rebaños en un corral común, con un guarda. Era la manera más fácil de protegerlas de los ataques de los lobos o de los ladrones. Al amanecer, antes de salir el sol, cada pastor recogía sus propios animales y los llevaba a pastar. Cada pastor ha visto nacer y crecer a sus propios corderillos y los conoce bien. Incluso tiene un nombre para cada uno. Las ovejas también reconocen el olor y la voz de su dueño y no siguen a otro. Cada pastor entra en el recinto y llama a las ovejas por su nombre. Una vez fuera, las cuenta y, cuando están todas, camina delante de ellas para conducirlas a pastar al campo, haciendo oír su voz para que no se pierdan. A un extraño, sin embargo, no le siguen. Al contrario, tienen miedo de él y huyen de su presencia, porque no están familiarizadas con su voz. El verdadero pastor se diferencia claramente de un asalariado. Éste último trabaja por dinero y no le importa la suerte de las ovejas. Esto se ve cuando llegan los lobos hambrientos a atacar el rebaño. Mientras que, en este caso, el dueño de las ovejas arriesga su vida por defenderlas a ellas, el mercenario huye, pensando sólo en salvarse a sí mismo. El buen pastor conoce a sus ovejas y es capaz de distinguir las suyas de las demás, conoce las necesidades concretas de cada una, sufre con ellas las inclemencias del tiempo y el cansancio de los desplazamientos, vela por su rebaño, lo proteje de los enemigos que lo amenazan, cura a las ovejas enfermas, alimenta con solicitud a las preñadas, dedica una atención especial a las más débiles. Jesús es el verdadero Pastor bueno y generoso que conoce nuestros nombres, nuestras características personales, nuestra historia y que nos ama con un cariño único e irrepetible. Él viene a buscarnos para sacarnos del redil donde estábamos encerrados (la esclavitud del pecado y de la ley) y conducirnos a la libertad de los hijos de Dios. Nos habla, educándonos con sus enseñanzas. Quienes le escuchan saben que sólo Él tiene palabras de vida eterna (Juan 6, 68). Nos alimenta con su propio Cuerpo y su propia Sangre (Juan 6, 55). Nos regala el agua del Espíritu Santo, la única que puede saciar nuestra sed (Juan 4, 14). Nos conduce a la Verdad y la Vida (Juan 14, 6). Nos ha amado hasta el extremo (Juan 13, 1), manifestándonos lo ilimitado de su amor al dar la vida por nosotros (Juan 15, 13). La verdadera felicidad consiste en acogerle y seguirle, porque nadie va al Padre, sino por él. Los creyentes estamos llamados a reconocer la voz de nuestro Pastor, que nos habla al corazón palabras de amor y de comunión íntima

martes, 20 de abril de 2010

EN EL SEQUER EN LA "SEÑO" MARI REME




QUAN ANAVEM A LES MONGETES...


Fa tant de temps que jo no em reconec

25 ANYS DE LA PROMOCIÓ DEL 85


Com pasa el temps... però qualsevol temps pasat no va se millor... vixca el present i sempre endavant. Gràcies a tots els que heu estat a la meua vida de manera especial als que acudireu al sopar dels 25 anys

sábado, 10 de abril de 2010

SERENIDAD


Dios concédeme la
Serenidad para aceptarlas cosas que nopuedo cambiar...
Valor para cambiaraquellas que puedo y
Sabiduría para reconocerla diferencia...

PAZ A VOSOTROS


En ocasión del nacimiento de Jesús, el ángel anunció: Paz en la tierra, y buena voluntad para con los hombres. Y ahora, en la primera aparición a sus discípulos después de su resurrección, el Salvador se dirigió a ellos con las bienaventuradas palabras: "Paz a vosotros." Jesús está siempre listo para impartir paz a las almas que están cargadas de dudas y temores. Espera que nosotros le abramos la puerta del corazón y le digamos: Mora con nosotros. Dice: "He aquí, yo estoy a la puerta y llamo: si alguno oyere mi voz y abriere la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo."

DUDA DE TOMÁS


Parece que Tomás era pesimista por naturaleza. No le cabía la menor duda de que amaba a Jesús y se sentía muy apesadumbrado por su pasión y muerte. Quizás porque quería sufrir a solas la inmensa pena que experimentaba por la muerte de su amigo, se había retirado por un poco de tiempo del grupo. De manera que cuando Jesús se apareció la primera vez, Tomás no estaba con los demás apóstoles. Y cuando los otros le contaron que el Señor había resucitado, aquella noticia le pareció demasiado hermosa para que fuera cierta.
Tomás cometió un error al apartarse del grupo. Nadie está pero informado que el que está ausente. Separarse del grupo de los creyentes es exponerse a graves fallas y dudas de fe. Pero él tenía una gran cualidad: se negaba a creer sin más ni más, sin estar convencido, y a decir que sí creía, lo que en realidad no creía. El no apagaba las dudas diciendo que no quería tratar de ese tema. No, nunca iba a recitar el credo un loro. No era de esos que repiten maquinalmente lo que jamás han pensado y en lo que no creen. Quería estar seguro de su fe.
Y Tomás tenía otra virtud: que cuando se convencía de sus creencias las seguía hasta el final, con todas sus consecuencias. Por eso hizo es bellísima profesión de fe "Señor mío y Dios mío", y por eso se fue después a propagar el evangelio, hasta morir martirizado por proclamar su fe en Jesucristo resucitado. Preciosas dudas de Tomás que obtuvieron de Jesús aquella bella noticia: "Dichosos serán los que crean sin ver".

LA MUERTE


Vivimos normalmente un determinado número de años, habiendo sufrido, como todo mundo, algunas enfermedades pasajeras. Pero un buen día, descubrimos con pena que tenemos cáncer y ese cuerpo tan fiel, tan duradero, tan útil, se nos empieza a desmoronar irremediablemente. Y después de muchos o pocos cuidados, en un plazo más o menos corto, morimos.
0 bien puede suceder que estando perfectamente sanos, caemos fulminados por un paro cardíaco o perecemos víctimas de un accidente fatal.
Al final, de una manera u otra, TODOS MORIREMOS. Nadie absolutamente escapará de la muerte. Es la realidad más irrefutable del mundo. Desde que somos concebidos en el vientre de nuestra madre, somos por definición, mortales.
La muerte es el trance definitivo de la vida. Ante ella cobra todo su realismo la debilidad e impotencia del hombre. Es un momento sin trampa. Cuando alguien ha muerto, queda el despojo de un difunto: un cadáver.
Esta situación provoca en los familiares y la comunidad cristiana un clima muy complejo. El cuerpo del muerto genera preguntas, cuestiones insoportables. Nos enfrenta ante el sentido de la vida y de todo, causa un dolor agudo ante la separación y el aniquilamiento. Todo el que haya contemplado la dramática inmovilidad de un cadáver no necesita definiciones de diccionario para constatar que la muerte es algo terrible.
Ese ser querido, del que tantos recuerdos tenemos, que entrelazó su vida con la nuestra, es ahora un objeto, una cosa que hay que quitar de en medio, porque a la muerte sigue la descomposición. Hay que enterrarlo. Y después del funeral, al retirarnos de la tumba, vamos pensando con Becquer: ¡Qué solos y tristes se quedan los muertos!".

La definición dada por un diccionario muy en boga es:"La cesación definitiva de la vida". Y define la vida como "el resultado del juego de los órganos, que concurre al desarrollo y conservación del sujeto".
Habrá que reconocer que estas u otras definiciones tanto de la vida como de la muerte, no expresan toda la belleza de la primera y todo el horror de la segunda.
La muerte es trágica. El hombre, que es un ser viviente, se topa con la muerte, que es la contradicción de todo lo que un ser humano anhela: proyectos, futuro, esperanzas, ilusiones, perspectivas y magníficas realidades.

miércoles, 7 de abril de 2010

El sentido de nuestra vocación humana, cristiana, religiosa


La vocación de todo ser humano es ser persona, descubrir el sentido profundo de su vida, de su cultura y de su fin trascendente. La vida cristiana reviste diversos modelos, ya sea desde la perspectiva laical, consagrada o clerical, pero todos están orientados a la santidad, es decir, a vivir en el amor. El llamado de Jesús es seguirle a Él y el camino para descubrir la propia vocación cristiana requiere de un encuentro íntimo con Cristo, sabiendo que tenemos todos la misma meta: la santidad. Así lo reconoce la Iglesia al proponernos santos como modelo de todas las condiciones: hombres y mujeres, fundadores y matrimonios, médicos y mendigos, abogados y monjes, príncipes y esclavos, mercaderes y obreros, papas y campesinos, etc. Estamos acostumbrados frecuentemente en nuestra pastoral a buscar objetivos finales: "El Reino de Dios", "la salvación de las almas", etc. Pero hay varias formas de trabajar por el Reino, existen diversas funciones o mediaciones para realizar la pastoral: servicio, celebración y liturgia, comunión, anuncio. Hay diversas instancias o estructuras donde realizamos el apostolado: instituciones, familias, parroquias, colegios, organizaciones, movimientos, comunidades, lugares de trabajo... ¿Consideramos nuestro trabajo como un apostolado? ¿Buscamos en nuestra vida el reino de Dios y su justicia? Cada una de las acciones que hacemos y de las dimensiones en que trabajamos y de las estructuras y medios que utilizamos para nuestro apostolado puede ser una instancia vocacional si realmente tiende a buscar el Reino de Dios. Por eso, podemos decir que la Pastoral vocacional se genera y realiza desde todas las dimensiones de la Pastoral (anuncio, celebración, servicio, comunión). En el lenguaje de la reforma educativa podríamos decir que la Pastoral vocacional es un "objetivo transversal" en nuestro quehacer apostólico, como laicos o como religiosos. La promoción de las vocaciones cristianas es una tarea de todos los integrantes de la Iglesia. A la hora de plantearnos la pastoral vocacional tendríamos que preguntarnos no sólo qué cosas podemos hacer, sino cómo hacer de un modo nuevo, con una actitud distinta, lo que estamos haciendo en los diversos frentes de nuestras actividades apostólicas. No se trata de aumentar la cantidad de acciones sino la calidad de nuestra presencia como educadores maristas, religiosos y laicos.El Señor llama a quien quiere, su gracia actúa por encima de nuestras previsiones, pero podemos observar ciertas constantes en los medios humanos de los cuales El se sirve para llamar. Observamos que detrás de cada persona bautizada o consagrada hay un cristiano comprometido, un padrino, un maestro, un guía que influyó como modelo de identificación en su opción vocacional. También hay modelos y testigos que ayudaron, personas que oraron por su fidelidad, otras que fueron ejemplos creíbles de servicio y disponibilidad para responder a Dios. Detrás de cada hombre o mujer con una vocación de servicio están quienes motivaron con cariño su entrega a los pobres, a los niños, a los enfermos... ayudándole a discernir la voluntad del Señor con su palabra y con su ejemplo.En la pastoral vocacional no intervienen sólo sacerdotes, religiosas, religiosos y profesionales de la orientación, sino toda una cadena de amigos y familiares que permiten formar un hábitat o ambiente vocacional para que surja la respuesta a la vocación específica como laico, religiosa, sacerdote, religioso. A este ambiente favorable, podríamos llamarlo "cultura vocacional" porque favorece la formación de hombres y mujeres capaces de consagrarse a Cristo. Por otra parte, Dios puede llamar y dar su gracia excepcionalmente a quien desee, por encima de los cálculos humanos, pero normalmente se sirve de instrumentos humanos. Por eso, podemos delimitar la pastoral vocacional al campo donde nos encontremos trabajando, siempre que exista y propiciemos un ambiente o "cultura" vocacional. ¿Existe en nuestros colegios una cultura vocacional? ¿Favorecemos la búsqueda de lo que Dios quiera para cada persona? ¿Ayudamos a dar respuestas libres y generosas al plan de Dios sobre cada uno?Una cultura vocacional será ese tejido de personas que encarnan valores y concepciones de la vida que hacen realidad los criterios pastorales, que motivan a los jóvenes a descentrarse de sí mismos, a mirar más allá de los propios proyectos personales, a sentir la vida cristiana como vocación, a escuchar las llamadas de Dios y abrirse a la alternativa de la vida religiosa o sacerdotal como posibilidad real. Entendemos por vocación todo estado de vida elegido como fruto de un proceso de discernimiento para responder a la voluntad de Dios. En un ambiente vocacional, la promoción comenzará por despertar el deseo de ser fieles a las llamadas de Jesucristo y a la misión que Dios desee para cada uno. Sólo en ese contexto se hace significativa la propuesta de un determinado modo de vida, incluyendo la vida consagrada, como posible vocación. Por eso, en la promoción de las vocaciones cristianas, los laicos, los religiosos, los sacerdotes hemos de sumar esfuerzos y no interferir ni restar. Es una acción eclesial y no sectaria ni personalista. Todas las vocaciones surgen en la Iglesia y son para la Iglesia. En el apostolado de cada uno de nosotros descubriremos que la familia juega un papel muy importante. También la parroquia, las comunidades eclesiales, los movimientos, los colegios, los grupos juveniles, etc. Por otra parte, influyen los medios de comunicación, el ambiente, los amigos, los valores y antivalores, las actividades y la ocupación del tiempo libre, etc. En definitiva, la gracia no destruye la naturaleza.Influyen también las comunidades religiosas y el modo de entender en ellas los valores, la vida, la relación con Dios y con los demás. Una comunidad religiosa será vocacional si refleja la gratuidad de Dios, el servicio y la sencillez. Será testimonio si entiende la vida como un modo de dar las gracias, la libertad como posibilidad de fidelidad y compromiso, el amor como entrega oblativa y generosa, el pecado y la enfermedad como lugares donde se manifiesta el poder de Dios, etc.

SENTIDO DE LA VIDA


El tratar de encontrarle sentido a la vida es algo sumamente difícil, una tarea que le corresponde a cada quien, una lucha interna que puede durar toda una existencia. Incluso habrá el que nunca lo logre, o al que nunca le interese hallarlo. Pero muchos ilustrísimos personajes nos han dejado sus reflexiones y nos han mostrado las pautas que según ellos deberíamos seguir en caso de aspirar a obtener dicho conocimiento. Sin embargo, esto es una labor personal, íntima, en ocasiones dolorosa, pero al fin y al cabo, una acción excepcional.
Cuando me preguntan si he encontrado el sentido de mi vida, les tendría que responder que no, que aún no lo he hecho, y ni siquiera sé si algún día lo llegue a lograr.
He buscado algunos sinónimos para la palabra sentido y he encontrado los siguientes: "entendimiento, juicio, conocimiento, razonamiento, significado, interpretación, finalidad, objeto, dirección...".
Lo más usual sería que al intentar hallar un sentido en nuestras vidas, iniciemos primeramente un proceso que involucra a la razón, y de esta manera analizamos nuestra situación principalmente desde una perspectiva cerebral. Vamos, estamos educados para ello, y por lo tanto estamos acostumbrados a hacerlo de esta forma. Al enfrentarnos ante algo que no entendemos, solemos buscar una explicación lógica. Yo lo he intentado en innumerables ocasiones y aún lo continúo haciendo en noches lluviosas como éstas, pero casi siempre termino haciéndome más bolas y entendiendo cada vez menos. Los resultados que obtengo de esta manera a menudo me dejan insatisfecho y con un gran vacío en el fondo del pecho.
Quizás ésta sea la razón por la cual me he inclinado hacia mi lado espiritual, como muchos millones de personas en el mundo, para intentar darle respuestas a aquello que ignoro. Aunque he descubierto, que por sí sola, la espiritualidad tampoco me ha ayudado a alcanzar un pleno entendimiento del sentido de mi vida.
Aquí lo curioso me parece un detalle del cual apenas he caído en cuenta. ¿Se fijan que tanto en español como en inglés la palabra sentido también hace referencia a las sensaciones o "senses", lo cual nos remite a sentimientos o "feelings"? Otra definición que nos da el diccionario es la siguiente: "que incluye sentimiento; facultad mediante la cual perciben el hombre y los animales la impresión de los objetos exteriores a través de ciertos órganos".
Deduzco, pues, que también podemos utilizar nuestro cuerpo para intentar alcanzar el significado de nuestras vidas, y nuestro corazón para condimentar sentimentalmente dicha interpretación. No sé si me explique, pero últimamente más que tratar de quebrarme la cabeza para encontrarle un sentido a mi vida, he pretendido encontrarme la vida con los sentidos.
Porque la vida puede ser tan agria como un limón, o tan dulce como la miel; tan oscura como la cueva de un oso, o tan brillante y hermosa como un diamante; tan melodiosa como una sinfonía orquestada por jilgueros, o tan estruendosa como una céntrica avenida; tan aromática como la hierba en las mañanas, o tan hedionda como el azufre; tan suave como la piel de un bebé, o tan áspera como una lija.
Me dirán que exagero y que cosas como éstas quedan sobreentendidas, pero esto es precisamente lo que quiero evitar: el sobreentender; el dar por hecho las cosas, el dar por entendido el mundo, el caer en la costumbre, en el aburrimiento, el morir en vida. Quiero despertar cada mañana y volver a descubrir el sabor que tiene el jugo de manzana. Una y otra vez, y nunca darlo por hecho; encontrar cada día algún detalle en su sabor que se me haya escapado, y empaparme de él. En pocas palabras, quiero vivir y darme cuenta de que estoy vivo, para entonces intentar explicarme el sentido de mi vida.
Y es que a fin de cuentas, las cosas carecen de sentido, como diría Henry Miller. Somos nosotros los que les brindamos un significado, y de esta manera les otorgamos un lugar en nuestra existencia. El amor y el odio, lo blanco y lo negro, la derecha y la izquierda, la noche y el día, el hombre y la mujer, los iguales y los distintos, los sentidos y los sin sentidos.
Pero para alcanzar una comprensión total del sentido de nuestras vidas, es preciso el equilibrio. Gracias a esta atinada aseveración deducimos que el significado de nuestras existencias debe alcanzarse utilizando equilibradamente la mente, el alma, el cuerpo y el corazón. Cosa en extremo difícil, para no llamarla utópica o idealista. Acción que requiere de una disciplina extrema, y de muchos años de experiencia en esta ocupación denominada vivir. Es así que afirmo que quizás nunca llegue a cruzar esa meta.
Ha habido tipos excelentes como Fromm o Jesucristo, quienes han dicho que el amor debe ser la razón misma de nuestra existencia, y de que debe estar por encima de todas las cosas: "Ámense los unos a los otros...". "El amor es la única forma de alcanzar el conocimiento total...". Aquí parafraseo al buen Erich: "El acto de amar trasciende los pensamientos, las palabras. Nos llega a explicar lo que realmente es la vida, cómo es la vida. Satisface nuestro deseo de saber cómo son las cosas. Te conozco, me conozco a mí mismo, conozco a todos, y en el acto de fusión me descubro, nos descubro a ambos, descubro al hombre." Cuando esta acción es ejercida, y es correspondida, la volcamos hacia nuestro interior, resultando en algo que llega a ser delicioso y sin comparación. Nos iluminamos, en pocas palabras.
Sin embargo, también han existido hombres cuyo sentido de la vida se ha centrado en el odio, la ambición, el egoísmo, etc. O aquellos que dedican la mitad de su vida a hacer desgraciada a la otra mitad. Por eso, como explicaba el maestro Confucio: "Aprende a vivir bien, y sabrás morir bien."
Ahora que si me preguntan si conozco la dirección hacia la cual he encauzado mi vida, les respondería como alguna vez lo hizo un ex presidente mexicano: irremediablemente deseo que sea hacia arriba y hacia adelante. Si me cuestionaran en cuanto al significado que he logrado obtener de mi existencia, les replicaría que aún no he logrado extraer nada rescatable de los profundos pozos de mi ser. Continúo como un papalote ondeando en el viento. Pero creo poseer algunas herramientas que me ayudarán en mi empeño (las cuales seguramente no serán ni las más atinadas ni las más apropiadas).
En primera, emplearé una palabra: dar. Y volveré a citar a Fromm:
"No es rico el que tiene mucho, sino el que da mucho. Sin embargo, la esfera más importante del dar no es la de las cosas materiales, sino el dominio de lo específicamente humano. ¿Qué le da una persona a otra? Da de sí misma, de lo más precioso que tiene, de su propia vida. Ello no significa que sacrifica su vida por la otra, sino que da lo que está vivo en él: da de su alegría, de su interés, de su comprensión, de su conocimiento, de su humor, de su tristeza...".
En segunda, utilizaré otras dos palabras de las cuales soy muy afecto: creer y querer.
Creo en el amor, quiero amar y ser amado; creo en la amistad, quiero tener amigos y ser amigo de mis amigos; creo en los sueños y quiero que se vuelvan realidad; creo en Dios y quiero tener fe en él; creo en la vida y quiero vivir; creo en la vejez y quiero levantarme viejo, sentirme tranquilo y satisfecho de mí mismo; creo en el mundo y quiero su conservación; creo en la gente y quiero creerle; creo en la inocencia y quiero creer cuando me dicen que la luna está hecha de queso; creo en la verdad y quiero alcanzarla; creo en la felicidad y quiero ser feliz; creo en el querer y quiero creer...

El sentido de la vida


Vivir significa asumir la responsabilidad de encontrar la respuesta correcta a las cuestiones que la existencia nos plantea, es decir, cumplir con las obligaciones que la vida nos asigna a cada uno, en cada instante en particular.
La esencia de existir consiste en la capacidad del ser humano para responder responsablemente a estas demandas de la vida.

LOS SIGNOS DE PASCUA


El evangelio de Juan se expresa más con signos que con palabras. Notemos en comienzo del evangelio de las misas de Pascua. Ausencia de Jesús, noche, puertas cerradas, miedo...Aparece Jesús, se coloca en medio, paz, alegría, Espíritu Santo; quien no experimenta esa presencia no cree (Tomás). Juan se empeña en iluminar el camino de la fe en la resurrección de Jesús. Al evangelista le interesan los testimonios de fe para animar a los cristianos de finales del siglo primero y a nosotros hoy. Porque siempre se repiten las dificultades de fe de Tomas o María Magdalena. La comunidad cristiana con Jesús en medio es un signo visible y palpable de la resurrección. Como él fue enviado por el Padre, nosotros ahora comos enviados por Jesús. Somos sus manos, sus pies, sus labios, su corazón para revelar el amor del Padre.

PRESENCIA PASCUAL


En este tiempo de Pascua los signos de Cristo Resucitado son muy expresivos. La segunda aparición pascual que presenta Juan en su evangelio también está cargada de simbolismos. Presenta a Jesús a la orilla del lago, en la tierra firme de la eternidad, mientras que los discípulos bregan en las aguas de la vida. Dirigidos por Pedro, son pescadores de hombres (los peces grandes), pero no pueden pescar nada sin Jesús. Traerán finalmente al Señor 153 peces, número que simboliza la enorme cantidad de personas que tendremos el gran encuentro con Cristo en la orilla de la eternidad. No cabe duda de que el encuentro final pasa por los encuentros de cada día en esta orilla de la vida y en el compartir comida. Lo que quiere decir que la resurrección debe vivirse en la vida cotidiana. El partir y compartir el pan de la vida y de la eucaristía sigue siendo para los cristianos de antes y de ahora uno de los grandes signos de la presencia del Resucitado.

Domingo de Resurrección y Tiempo Pascual


La Resurrección es fuente de profunda alegría. A partir de ella, los cristianos no podemos vivir más con caras tristes. Contempla los lugares donde Cristo se apareció después de Su Resurrección. El Domingo de Resurrección o de Pascua es la fiesta más importante para todos los católicos, ya que con la Resurrección de Jesús es cuando adquiere sentido toda nuestra religión. Cristo triunfó sobre la muerte y con esto nos abrió las puertas del Cielo. En la Misa dominical recordamos de una manera especial esta gran alegría. Se enciende el Cirio Pascual que representa la luz de Cristo resucitado y que permanecerá prendido hasta el día de la Ascensión, cuando Jesús sube al Cielo. La Resurrección de Jesús es un hecho histórico, cuyas pruebas entre otras, son el sepulcro vacío y las numerosas apariciones de Jesucristo a sus apóstoles. Cuando celebramos la Resurrección de Cristo, estamos celebrando también nuestra propia liberación. Celebramos la derrota del pecado y de la muerte. En la resurrección encontramos la clave de la esperanza cristiana: si Jesús está vivo y está junto a nosotros, ¿qué podemos temer?, ¿qué nos puede preocupar? Cualquier sufrimiento adquiere sentido con la Resurrección, pues podemos estar seguros de que, después de una corta vida en la tierra, si hemos sido fieles, llegaremos a una vida nueva y eterna, en la que gozaremos de Dios para siempre. San Pablo nos dice: “Si Cristo no hubiera resucitado, vana seria nuestra fe” (I Corintios 15,14) Si Jesús no hubiera resucitado, sus palabras hubieran quedado en el aire, sus promesas hubieran quedado sin cumplirse y dudaríamos que fuera realmente Dios. Pero, como Jesús sí resucitó, entonces sabemos que venció a la muerte y al pecado; sabemos que Jesús es Dios, sabemos que nosotros resucitaremos también, sabemos que ganó para nosotros la vida eterna y de esta manera, toda nuestra vida adquiere sentido. La Resurrección es fuente de profunda alegría. A partir de ella, los cristianos no podemos vivir más con caras tristes. Debemos tener cara de resucitados, demostrar al mundo nuestra alegría porque Jesús ha vencido a la muerte. La Resurrección es una luz para los hombres y cada cristiano debe irradiar esa misma luz a todos los hombres haciéndolos partícipes de la alegría de la Resurrección por medio de sus palabras, su testimonio y su trabajo apostólico. Debemos estar verdaderamente alegres por la Resurrección de Jesucristo, nuestro Señor. En este tiempo de Pascua que comienza, debemos aprovechar todas las gracias que Dios nos da para crecer en nuestra fe y ser mejores cristianos. Vivamos con profundidad este tiempo. Con el Domingo de Resurrección comienza un Tiempo pascual, en el que recordamos el tiempo que Jesús permaneció con los apóstoles antes de subir a los cielos, durante la fiesta de la Ascensión.

SER CRISTIANO

Ser cristiano no significa tener conocimientos sobre Jesús o defender unas doctrinas sobre él. Ser cristiano es más bien conocer a Jesús, encontrarle, tener la certeza de que está presente en el otro, en su Palabra, en la Eucaristía. Es tener una relación personal con él. ¿Soy capaz de reconocer a Jesús por medio de mis hermanos, por medio de su palabra?