miércoles, 7 de abril de 2010

SENTIDO DE LA VIDA


El tratar de encontrarle sentido a la vida es algo sumamente difícil, una tarea que le corresponde a cada quien, una lucha interna que puede durar toda una existencia. Incluso habrá el que nunca lo logre, o al que nunca le interese hallarlo. Pero muchos ilustrísimos personajes nos han dejado sus reflexiones y nos han mostrado las pautas que según ellos deberíamos seguir en caso de aspirar a obtener dicho conocimiento. Sin embargo, esto es una labor personal, íntima, en ocasiones dolorosa, pero al fin y al cabo, una acción excepcional.
Cuando me preguntan si he encontrado el sentido de mi vida, les tendría que responder que no, que aún no lo he hecho, y ni siquiera sé si algún día lo llegue a lograr.
He buscado algunos sinónimos para la palabra sentido y he encontrado los siguientes: "entendimiento, juicio, conocimiento, razonamiento, significado, interpretación, finalidad, objeto, dirección...".
Lo más usual sería que al intentar hallar un sentido en nuestras vidas, iniciemos primeramente un proceso que involucra a la razón, y de esta manera analizamos nuestra situación principalmente desde una perspectiva cerebral. Vamos, estamos educados para ello, y por lo tanto estamos acostumbrados a hacerlo de esta forma. Al enfrentarnos ante algo que no entendemos, solemos buscar una explicación lógica. Yo lo he intentado en innumerables ocasiones y aún lo continúo haciendo en noches lluviosas como éstas, pero casi siempre termino haciéndome más bolas y entendiendo cada vez menos. Los resultados que obtengo de esta manera a menudo me dejan insatisfecho y con un gran vacío en el fondo del pecho.
Quizás ésta sea la razón por la cual me he inclinado hacia mi lado espiritual, como muchos millones de personas en el mundo, para intentar darle respuestas a aquello que ignoro. Aunque he descubierto, que por sí sola, la espiritualidad tampoco me ha ayudado a alcanzar un pleno entendimiento del sentido de mi vida.
Aquí lo curioso me parece un detalle del cual apenas he caído en cuenta. ¿Se fijan que tanto en español como en inglés la palabra sentido también hace referencia a las sensaciones o "senses", lo cual nos remite a sentimientos o "feelings"? Otra definición que nos da el diccionario es la siguiente: "que incluye sentimiento; facultad mediante la cual perciben el hombre y los animales la impresión de los objetos exteriores a través de ciertos órganos".
Deduzco, pues, que también podemos utilizar nuestro cuerpo para intentar alcanzar el significado de nuestras vidas, y nuestro corazón para condimentar sentimentalmente dicha interpretación. No sé si me explique, pero últimamente más que tratar de quebrarme la cabeza para encontrarle un sentido a mi vida, he pretendido encontrarme la vida con los sentidos.
Porque la vida puede ser tan agria como un limón, o tan dulce como la miel; tan oscura como la cueva de un oso, o tan brillante y hermosa como un diamante; tan melodiosa como una sinfonía orquestada por jilgueros, o tan estruendosa como una céntrica avenida; tan aromática como la hierba en las mañanas, o tan hedionda como el azufre; tan suave como la piel de un bebé, o tan áspera como una lija.
Me dirán que exagero y que cosas como éstas quedan sobreentendidas, pero esto es precisamente lo que quiero evitar: el sobreentender; el dar por hecho las cosas, el dar por entendido el mundo, el caer en la costumbre, en el aburrimiento, el morir en vida. Quiero despertar cada mañana y volver a descubrir el sabor que tiene el jugo de manzana. Una y otra vez, y nunca darlo por hecho; encontrar cada día algún detalle en su sabor que se me haya escapado, y empaparme de él. En pocas palabras, quiero vivir y darme cuenta de que estoy vivo, para entonces intentar explicarme el sentido de mi vida.
Y es que a fin de cuentas, las cosas carecen de sentido, como diría Henry Miller. Somos nosotros los que les brindamos un significado, y de esta manera les otorgamos un lugar en nuestra existencia. El amor y el odio, lo blanco y lo negro, la derecha y la izquierda, la noche y el día, el hombre y la mujer, los iguales y los distintos, los sentidos y los sin sentidos.
Pero para alcanzar una comprensión total del sentido de nuestras vidas, es preciso el equilibrio. Gracias a esta atinada aseveración deducimos que el significado de nuestras existencias debe alcanzarse utilizando equilibradamente la mente, el alma, el cuerpo y el corazón. Cosa en extremo difícil, para no llamarla utópica o idealista. Acción que requiere de una disciplina extrema, y de muchos años de experiencia en esta ocupación denominada vivir. Es así que afirmo que quizás nunca llegue a cruzar esa meta.
Ha habido tipos excelentes como Fromm o Jesucristo, quienes han dicho que el amor debe ser la razón misma de nuestra existencia, y de que debe estar por encima de todas las cosas: "Ámense los unos a los otros...". "El amor es la única forma de alcanzar el conocimiento total...". Aquí parafraseo al buen Erich: "El acto de amar trasciende los pensamientos, las palabras. Nos llega a explicar lo que realmente es la vida, cómo es la vida. Satisface nuestro deseo de saber cómo son las cosas. Te conozco, me conozco a mí mismo, conozco a todos, y en el acto de fusión me descubro, nos descubro a ambos, descubro al hombre." Cuando esta acción es ejercida, y es correspondida, la volcamos hacia nuestro interior, resultando en algo que llega a ser delicioso y sin comparación. Nos iluminamos, en pocas palabras.
Sin embargo, también han existido hombres cuyo sentido de la vida se ha centrado en el odio, la ambición, el egoísmo, etc. O aquellos que dedican la mitad de su vida a hacer desgraciada a la otra mitad. Por eso, como explicaba el maestro Confucio: "Aprende a vivir bien, y sabrás morir bien."
Ahora que si me preguntan si conozco la dirección hacia la cual he encauzado mi vida, les respondería como alguna vez lo hizo un ex presidente mexicano: irremediablemente deseo que sea hacia arriba y hacia adelante. Si me cuestionaran en cuanto al significado que he logrado obtener de mi existencia, les replicaría que aún no he logrado extraer nada rescatable de los profundos pozos de mi ser. Continúo como un papalote ondeando en el viento. Pero creo poseer algunas herramientas que me ayudarán en mi empeño (las cuales seguramente no serán ni las más atinadas ni las más apropiadas).
En primera, emplearé una palabra: dar. Y volveré a citar a Fromm:
"No es rico el que tiene mucho, sino el que da mucho. Sin embargo, la esfera más importante del dar no es la de las cosas materiales, sino el dominio de lo específicamente humano. ¿Qué le da una persona a otra? Da de sí misma, de lo más precioso que tiene, de su propia vida. Ello no significa que sacrifica su vida por la otra, sino que da lo que está vivo en él: da de su alegría, de su interés, de su comprensión, de su conocimiento, de su humor, de su tristeza...".
En segunda, utilizaré otras dos palabras de las cuales soy muy afecto: creer y querer.
Creo en el amor, quiero amar y ser amado; creo en la amistad, quiero tener amigos y ser amigo de mis amigos; creo en los sueños y quiero que se vuelvan realidad; creo en Dios y quiero tener fe en él; creo en la vida y quiero vivir; creo en la vejez y quiero levantarme viejo, sentirme tranquilo y satisfecho de mí mismo; creo en el mundo y quiero su conservación; creo en la gente y quiero creerle; creo en la inocencia y quiero creer cuando me dicen que la luna está hecha de queso; creo en la verdad y quiero alcanzarla; creo en la felicidad y quiero ser feliz; creo en el querer y quiero creer...

No hay comentarios:

Publicar un comentario