Rezar siempre es peligroso. Porque si rezamos como el fariseo, si nos limitamos a hablar frente al espejo de nuestras vanidades, salimos tan fríos como entramos. Y la oración mentirosa que rezamos, empeora todavía más nuestra hipocresía. Pero si rezamos como el publicano, si tenemos la valentía de exponer el corazón al amor de Dios, hay lágrimas y conversión. Nada queda como antes. Pues esta oración, hecha con la verdad que libera, engendra paz y vida nueva.
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Ayúdame, Señor, a llegar a ti
Con un corazón humilde y sincero.
Ten piedad de mí que soy pecador;
Dame un corazón renovado,
Un corazón capaz de amar con tú amas.
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