domingo, 14 de febrero de 2010

SER PERSONA


SÍ, VALE LA PENA

Vale la pena ser hombre, vale la pena ser alto o bajo, sano o enfermo, gigante o enano, listo y hábil o dismuido psíquica o físicamente. Si alguno es leproso, ¡vale la pena ser leproso! ¡vale la pena ser tetrapléjico! ¡vale la pena ser ciego, cojo, manco, tonto, epiléptico, desvalido, pobre, abandonado de todos, vilipendiado, calumniado, marginado... vale la pena cualquier cosa que el mundo imponga por cruel que sea o parezca, por cansado que resulte, por agobiante o doloroso. Esta es la respuesta del Verbo hecho carne: ¡vale la pena! Cristo lo hubiera sido todo si hubiese sido menester. Y lo es en cierto modo. Ha sufrido lo equivalente, y moralmente muchísimo más.¿Qué quiere decir «vale la pena»? Que hay pena, pero por grande que sea, lleva consigo una compensación sobrada: «Por eso, no desmayamos antes bien, aunque nuestro hombre exterior se vaya desmoronando, nuestro hombre interior se va renovando de día en día. Porque la leve tribulación de un instante se convierte para nosotros, incomparablemente, en una gloria eterna y consistente, a cuantos no ponemos nuestros ojos en las cosas visibles, sino en las invisibles, pues las visibles son pasajeras, en cambio las invisibles, eternas» (2 Cor 4, 16-18). Pues bien, si «una leve tribulación» se ve compensada de tal modo, ¿qué sucederá con una tribulación mediana o extrema?

No hay comentarios:

Publicar un comentario