El evangelio del Padre misericordioso subraya el rostro del Dios bueno que comenzamos a descubrir el domingo pasado. Es un Dios con entrañas de madre que se da a los dos hijos por igual. Al pequeño le devuelve su dignidad de hijo y le reintegra en el grupo familiar con los máximos gestos de ternura que cabría esperar. Al mayor, que nunca se había marchado físicamente de casa pero que se había sentido en ella como siervo, le recuerda su dignidad de hijo y de hermano, saliendo a su encuentro igual que había hecho con el hijo menor. Es una parábola para contemplarla y exclamar después con el salmo: “Gustad y ved qué bueno es el Señor”. ¿A qué me invitan las lecturas de este cuarto domingo de cuaresma?
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