martes, 22 de enero de 2013

Amin Malouf - LOS DESORIENTADOS

Aunque nació en Beirut, los primeros años de su infancia los pasó en Egipto, país donde vivía su abuelo materno. Su padre fue un periodista conocido en Líbano, además de poeta y pintor. Amin Maalouf estudió la primaria en su ciudad natal en un colegio francés de jesuitas (su madre era católica y francófona). Cuando estudiaba sociología y economía en la universidad, Amin Maalouf conoció a Andreé, con quien se casaría en 1971. Poco después comenzó a trabajar como periodista para el principal diario libanés, An Nahar. Fue enviado especial en zonas problemáticas como Vietnam y Etiopía. La guerra civil estalló en Líbano en 1975 y Maalouf decidió abandonar su patria, y desde ese año se refugió en París, donde vive y escribe en francés. En 2006 trasladó al resto de su familia a esa capital. Sus libros han sido traducidos a numerosos idiomas. En su narrativa, Amin Maalouf mezcla la realidad histórica con la ficción, y aspectos de dos culturas diversas como la occidental y la oriental.[2] En 1993 recibió el Premio Goncourt por su novela La roca de Tanios. En 2004, publicó un notable libro de memorias: Orígenes. Además de novelas, Maalouf ha escrito varios ensayos y libretos de ópera, especialmente con la compositora finlandesa Kaija Saariaho, con quien ha obtenido gran éxito tanto de crítica como de público. Su obra ha sido traducida en España en Alianza Editorial. El 23 de junio de 2011 fue elegido miembro de la Academia Francesa en la silla 29, que antes ocupó, hasta su muerte en 2009, Claude Lévi-Strauss. “Los desorientados” es la novela más personal y emotiva de Amin Maalouf. La que condensa su manera de ser, de pensar. La clave de todas sus ideas literarias y políticas que ha volcado en sus obras. Una reflexión universal sobre el exilio, la identidad y el choque de culturas y creencias entre oriente y occidente, siempre presentes en su escritura, en un mundo que vive en estado de prórroga.

miércoles, 26 de diciembre de 2012

ARTE EN EL PAIS DOGON

Así es la portada del libro de Arte en el País Dogon

viernes, 21 de diciembre de 2012

EL PAÍS DOGÓN

Interesantísimo el catálogo del País Dogon

domingo, 19 de agosto de 2012

VEN, ESPÍRITU SANTO

Ven, Espíritu Santo, y envía del Cielo un rayo de tu luz. Ven, padre de los pobres, ven, dador de gracias, ven luz de los corazones. Consolador magnífico, dulce huésped del alma, su dulce refrigerio. Descanso en la fatiga, brisa en el estío, consuelo en el llanto. ¡Oh luz santísima! llena lo más íntimo de los corazones de tus fieles. Sin tu ayuda, nada hay en el hombre, nada que sea bueno. Lava lo que está manchado, riega lo que está árido, sana lo que está herido. Dobla lo que está rígido, calienta lo que está frío, endereza lo que está extraviado. Concede a tus fieles, que en Ti confían tus siete sagrados dones. Dales el mérito de la virtud, dales el puerto de la salvación, dales la felicidad eterna.

martes, 27 de marzo de 2012

La paz interior (I)

Uno de los objetivos más elevados en el viaje de la Página de la Vida es conseguir transmitir las herramientas para alcanzar la paz; la paz interior, “la paz que supera toda comprensión”.
Pero uno de nuestros primeros descubrimientos cuando emprendemos el camino de la superación es la guerra que mantenemos con nosotros mismos. Nos enfadamos por nuestros errores; estamos resentidos por nuestras debilidades; nos resistimos a hacer realidad nuestras aspiraciones más elevadas. Queremos progresar en todas las áreas de la vida, pero no nos gusta su precio.
La resolución de estos conflictos estriba en el discernimiento de “lo que es” y ello nos lleva ineludiblemente a la Paz Interior.
La Paz Interior. Vivir conociendo esta cualidad profunda, aunque sutil, es estar tan bien sintonizado con el poder espiritual de la compasión y del amor que seamos contados entre los más próximos a vivir la plenitud de sus posibilidades Divinas. Pero ¿qué es esta paz personal e interior? Y ¿cómo podemos encontrarla?
La paz personal es ese sentido interior, etéreo, de bienestar emocional y espiritual, esa tranquilidad profunda que nos llega cuando somos capaces de desconectarnos de los pensamientos inquietantes, inútiles o amenazantes, y alcanzar a comprender la realidad de “lo que es”.

La paz personal subjetiva, pero muy real, es el sentimiento bien fundado y de unión que tenemos cuando nos liberamos de las preocupaciones, el sufrimiento, el dolor, el estrés y el miedo y somos conscientes de las incontables maravillas que nos ofrece la vida.
La paz interior es el conocimiento de que todo está bien, la compresión de que el Ser Universal lo tiene todo bajo control, aun cuando nuestro mundo parezca a punto de explotar. Nos llega cuando nos apartamos mental, emocional y espiritualmente, y a veces físicamente, de los embrollos mundanos, de los conflictos o de nuestras responsabilidades mal comprendidas. La paz interior se convierte en una realidad cuando trasladamos nuestro centro desde los problemas que no podemos resolver hasta una visión más elevada de compresión del porque. Trascendemos. En este traslado, dejamos caer la tristeza y las preocupaciones. La dicha que queda es la paz.
Si queremos recorrer con éxito el camino que nos lleva a la paz interior, tendremos que desmontar algunos de los obstáculos personales que nos atenazan; el miedo al futuro y las lamentaciones por el pasado no son más que los primarios. El viaje completo a la paz interior significa que también tenemos que superar los baches de la envidia, los desvíos de la impaciencia, las calles sin salida de la terquedad y los puentes helados de la rigidez. Pero debemos viajar. El viaje hacia la paz personal no se realiza en un coche aparcado.
¿El camino de la paz? Pasa por la meditación trascendental o la oración en meditación, que es una disciplina olvidada y mal comprendida. La meditación en oración es una manera excelente de desarrollar la conciencia aumentada en todas las áreas de la vida. Pero es fundamental para alcanzar la paz interior y para conservarla.
Cuando nos atrapan las preocupaciones, o las actitudes de ataque o defensa, estamos desertando, en la práctica, de nuestras posibilidades de alcanzar ese bienestar. La persona que está bien no está en casa. Por ejemplo, podemos estar conduciendo, rabiosos por el tráfico, y perdernos por completo la hermosa puesta de sol. En lugar de verla, nos centramos en escenas interiores de preocupación y de miedo.
La meditación y la meditación en oración nos ayudan a trasladar nuestra atención al momento presente y al control de nuestra mente y de nuestro espíritu. Nos vuelve a traer a casa. Podemos soltar nuestras preocupaciones y estar abiertos y conscientes de la presencia divina. No conocemos otro medio más eficaz para conseguir la paz interior. Destinar un rato cada día a esta actividad será el mejor de los remedios para todos los males que acechan al hombre actual.
Los avatares de la vida cotidiana consumen un esfuerzo enorme. Los conflictos interiores agotan nuestros recursos. Se pierde la paz. Nos quedamos tan inmersos en la resolución de esta guerra interior que nos queda poca energía para hacer en el mundo algo más que ir tirando. Y existen momentos en los que incluso ir tirando es difícil.
El problema no es que falte energía, aunque nos sintamos cansados y fatigados. Tenemos la energía. El problema es que ésta está fragmentada. Necesitamos claramente encontrar una base firme para nuestro bienestar interior. La Paz Personal es esa base.
De modo que declaramos una tregua interior. Nos permitimos momentáneamente retirarnos de la batalla encarnizada. Nos tomamos un tiempo de sosiego. Somos conscientes de nuestras batallas y de nuestro agotamiento
Esta conciencia nos sitúa en una encrucijada decisiva. Uno de los caminos conduce de nuevo a la batalla. El otro conduce al distanciamiento, a la liberación y a la paz interior.
El camino de la reflexión y la meditación nos lleva a una nueva perspectiva. Nos damos cuenta de que nuestros conflictos interiores no son eternos. Pero no debemos mantenernos distanciados de nuestro deber de obrar. La energía que alimentó antes nuestra encarnizada batalla interna puede ser utilizada ahora para vivir creativamente. Con la práctica, nos volvemos centrados y serenos. Nuestra energía emocional y espiritual se dispara entonces hasta las nubes. Y estamos preparados, recargados, renovados para prestar servicio a nuestro mundo.
La paz personal engendra energía. Nuestro incremento eficaz de energía física y espiritual es consecuencia de nuestro descubrimiento de la paz interior. Y su empleo más efectivo significa que tenemos menores probabilidades de derrochar sus preciosos recursos en preocupaciones, lamentaciones, culpabilidades e indecisiones. Éste es un paso de gigante hacia la paz interior al nivel espiritual más elevado.
Cuando avanzamos por el camino de la paz interior ésta nos ayuda a convertirnos en verdaderos pacificadores; pero no en el sentido habitual de resolver las contiendas de otras personas o de otros pueblos. Por el contrario, nos convertimos en pacificadores cuando producimos la serenidad en nuestras almas. Entonces nos llenamos de un poder positivo, de un espíritu que nos carga de energía. Y cuando esa energía se utiliza para el bien, aumenta. Satisfará todas nuestras necesidades, y fluirá para ayudar a otros.
Creemos que la paz interior, que la paz personal es la energía vibrante que puede curar al mundo, que puede producir la paz entre las naciones. Creemos que la paz interior, la paz personal, puede traer al mundo una armonía duradera.
En realidad, los actos sencillos son las cosas que cambian nuestras vidas y nuestro mundo. La búsqueda consciente de la paz es uno de ellos. Si nos tomamos en serio la búsqueda de la paz interior nos convertiremos en libertadores.

lunes, 26 de marzo de 2012

¿ESPERAR O SER?

Uno de los temas importantes del cuarto evangelio es el de la búsqueda-encuentro con Jesús. Al terminar su primera parte (capítulos 1-12), el autor presenta como sujetos de la búsqueda a unos “gentiles”, dejando constancia expresa de la universalidad de la misma: los paganos también quieren ver a Jesús.
Al lector atento no se le escapa que esta escena aparece estrechamente relacionada con aquella primera pregunta que el autor del evangelio pone en boca de Jesús: “¿Qué buscáis?” (Jn 1,38).
En realidad, parece que en el ser humano todo empieza con la búsqueda. Pero es necesario ser lúcidos para detectar y sortear la trampa que la propia búsqueda encierra. Deseo, por tanto, hacer un análisis del proceso que se pone en marcha con la búsqueda inicial y que, si se desarrolla bien, culmina en la superación de la misma. Las etapas de ese proceso, tal como lo veo, son: la búsqueda, la esperanza, la trampa y la resolución.

1. La búsqueda se desencadena a partir de una doble fuente: la necesidad y la aspiración. Como ser necesitado y carente, el humano se ve impulsado a buscar para lograr calmar su insatisfacción.
Los penetrantes versos de Jorge Luis Borges pueden aplicarse al dolor por la pérdida de la persona amada, pero también, más ampliamente, a la sensación de “ausencia” o de lejanía de lo que realmente somos, y que se traduce en una ansiedad constante:

“¿En qué hondonada esconderé mi alma
para que no vea tu ausencia
que como sol terrible, sin ocaso,
brilla definitiva y despiadada?”

Pero la búsqueda no guarda relación solo con la carencia, sino que es, a la vez, expresión del Anhelo que parece constituir a la persona y que se manifiesta en forma de dinamismo vital.
La diferencia entre ambos movimientos –el que nace de la carencia y el que nace del Anhelo- podría expresarse de este modo: por el primero, el ser humano busca aferrarse y apropiarse de algo que percibe como “bueno” para él; en el segundo, por el contrario, lo que se da es el impulso a vivir y a expresar la propia identidad profunda. Es decir, la carencia atrapa, el Anhelo expresa y ofrece. En el primer caso, hablamos del ego y sus movimientos eogcentrados; en el segundo, de nuestra verdadera identidad, en cuanto Plenitud que se desborda.
Pero todo es muy sutil, por lo que no es extraño que ambos movimientos aparezcan mezclados en la práctica, dando lugar a confusiones y equívocos.

2. La búsqueda se traduce pronto en esperanza, entendida como la confianza de que, antes o después, habré de lograr aquello que calme por fin la búsqueda que la desencadenó.
Su nombre nos suena bien, porque aparece a nuestra mente cargada de promesas. Incluso en la tradición cristiana se ha reconocido, junto con la fe y el amor, como una de las “tres virtudes teologales”.
En el contexto cristiano, con ella se quiere expresar la certeza de que algún día, como don de Dios, alcanzaremos la plenitud. Y se nos anima a que esa certeza sostenga y dinamice, de una manera coherente, nuestro caminar diario.

3. Pero justo aquí, en la esperanza, es donde nos espera la trampa. Porque, a poco que analicemos el movimiento que desencadena, nos haremos conscientes de que, en realidad, con la esperanza no hacemos sino fortalecer el ego y escaparnos del único lugar donde se halla la “respuesta” a toda búsqueda y todo Anhelo: el Presente, el Aquí y Ahora.
En lenguaje religioso puede decirse que el mejor modo de no encontrar a Dios es buscarlo. Porque, al hacerlo, estás activando (inconscientemente) el mensaje de que se encuentra en otro lugar y en otro tiempo. Dado que eso no es así, resulta ser la propia búsqueda la que imposibilita el encuentro. Y nos ocurre como a aquel joven pez que andaba buscando el océano en el que estaba nadando. Es decir, no se trata de buscar algo que esperamos encontrar en un futuro, sino sencillamente de reconocer o de caer en la cuenta de que ya lo somos.
Por eso tiene razón el filósofo André Comte-Sponville cuando escribe que “estamos separados de la felicidad por la misma esperanza que la persigue”. Y quizás empecemos a reconocer la verdad que encierran estos otros textos: La sabiduría consiste en desenmascarar la esperanza, es decir, en aprender la desesperación (ausencia de esperanza), porque “no hay esperanza sin temor, ni temor sin esperanza” (B. Spinoza). “La esperanza no es más que un charlatán que nos engaña sin cesar; y, en mi caso, la felicidad solo empezó cuando la había perdido” (N. Chamfort). “No deseo nada del pasado. Ya no cuento con el futuro. El presente me basta. Soy un hombre feliz, pues he renunciado a la felicidad” (J. Renard). “Solo es feliz el que ha perdido toda esperanza, pues la esperanza es la mayor tortura y la desesperación la mayor felicidad” (Sâmkhya-Sûtra; la segunda frase es una cita del Mahâbhârata). (Tomo los textos de André COMTE-SPONVILLE, La felicidad, desesperadamente, Paidós, Barcelona 2011).

4. Con todo esto, nos ponemos en el camino adecuado para salir de la trampa: para reconocer que lo contrario de esperar no es temer, sino conocer, actuar y amar (saber, poder y gozar).
En efecto, la resolución de todo el proceso se produce cuando “traducimos” la esperanza por reconocimiento. Mientras esperábamos algo mejor, estábamos en realidad alejándonos del presente, potenciando el “modo hacer” en detrimento del “modo ser” y, en definitiva, fortaleciendo e inflando el ego que es, en realidad, el sujeto de la esperanza.
El ego se lleva muy bien con la esperanza. Porque como es incapaz de existir en el presente, alimenta el sueño de su pseudoexistencia por medio de expectativas que proyecta en un futuro que nunca llega.
De ese modo, sin darnos cuenta, habíamos caído en la contradicción de utilizar la “esperanza” –una virtud teologal- para alimentar el ego. Es decir, nos habíamos introducido en un callejón sin salida, constriñéndonos más todavía en su laberinto de confusión y de sufrimiento.
La resolución pasa, como decía, justo por el extremo opuesto. Ya san Pablo había avisado: “Ahora subsisten estas tres cosas: la fe, la esperanza, el amor, pero la más excelente de todas es el amor” (1 Corintios 13,13). La fe y la esperanza, por la dinámica propia de su objeto, están llamadas a desaparecer.
Pero lo decisivo es que esa desaparición no ocurrirá en el futuro, sino justo aquí y ahora. Cuando, al venir al Presente, caemos en la cuenta de que la Plenitud no es “algo” que debamos alcanzar o un “premio” que nos aguarda más adelante; es lo que ya somos y siempre hemos sido. Con otras palabras: lo que buscamos no es diferente de lo que somos. El buscador es lo buscado.

Con esta clave podemos volver al texto de hoy: al “ver a Jesús” estamos viendo quiénes somos. Y al desidentificarnos del yo carente y “esperanzado”, emerge la Plenitud que somos en un presente atemporal o eterno: la semilla enterrada se descubre espiga rebosante.
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jueves, 22 de marzo de 2012

Amar hasta el martirio

Los bandidos encuentran al padre Bressini en Canadá con un ladrón que se acababa de convertir al cristianismo, y a los dos los torturan. Fue un martirio lento y refinado: Un día es una uña arrancada, al día siguiente la falange de un dedo y así durante semanas. El padre Bressini¡ mandaba escribir así al Superior de los jesuitas: "No me queda más que un dedo entero, me han arrancado algunas uñas con los dientes. En seis veces han quemado seis falanges. Sólo en las manos me han aplicado el fuego y el hierro más de dieciocho veces y me obligaban a cantar durante el suplicio". Cuando le tocó el suplicio al ladrón decía: "Padre Bressini, ya no puedo más. Veo que voy a flaquear. ¡Pronto, pronto, Padre, muéstrame tus manos! Ellas me dicen cómo hay que amar a Dios". Cuando miramos un crucifijo, al ver clavadas las manos y los pies y la cabeza con las espinas deberíamos decir como el joven ladrón: "En tu Cruz veo cómo me has amado, Señor. Tus llagas me darán fuerzas para seguir aguantando -amando- las pequeñas cruces que permitas en mi vida".