sábado, 30 de enero de 2010

Lucas 4,21-30


En aquel tiempo, comenzó Jesús a decir en la sinagoga: «Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír.» Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de sus labios. Y decían: «¿No es éste el hijo de José?» Y Jesús les dijo: «Sin duda me recitaréis aquel refrán: “Médico, cúrate a ti mismo haz también aquí en tu tierra lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaún.» Y añadió: «Os aseguro que ningún profeta es bien mirado en su tierra. Os garantizo que en Israel había muchas viudas en tiempos de Elias, cuan­do estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses, y hubo una gran ham­bre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, más que a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo; sin embargo, nin­guno de ellos fue curado, más que Naamán, el sirio.» Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte en donde se alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo. Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se alejaba

SER PROFETAS HOY


Jeremías, Elías y Eliseo son profetas que aparecen en las lecturas de este domingo y que fueron rechazados entre los suyos. Jesús también correrá la misma suerte que ellos porque proclamará un mensaje molesto e incómodo para muchos y porque siempre es difícil descubrir, en lo cotidiano, la mano salvadora de Dios.
A pesar de ese rechazo todos seguirán anunciando y denunciando, porque se sienten enviados por un Dios que ama locamente. Pablo, en un precioso himno, expresa algunas características del verdadero amor: es comprensivo, cree sin límites, espera sin límites... Hoy estamos invitados a acoger ese amor de Dios y a proclamarlo, como profetas, en nuestros ambientes.

¿QUÉ ES LA LITURGIA?


Liturgia es una palabra que usamos para denominar todos los actos en que la Iglesia celebra su fe (eucaristía, sacramentos...). Es una palabra de origen griego que significa servicio, ministerio, función pública. Aplicado a la religión, la liturgia era el servicio sagrado en el culto público a Dios. Aplicada al cristianismo es la celebración pública del culto ofrecido a Dios por la Iglesia en nombre de Jesucristo, a través de los ritos correspondientes. La liturgia cristiana supera los cultos paganos, pero el significado se mantiene en el sentido de celebración comunitaria, con unos ritos establecidos. El valor añadido de la liturgia cristiana está en que no se trata sólo de un acto de culto del pueblo para con Dios, sino también de la santificación de las personas por la gracia de Dios; o sea, en un doble movimiento “hacia arriba y hacia abajo”, por decirlo de alguna manera.
Explicado mejor, y para que se entienda... la liturgia celebra la obra salvadora de Dios para con la humanidad, que empezó desde la creación del mundo y se ha ido manifestando de diversas manera a lo largo de la historia y que ha culminado en Jesucristo: su vida, sus palabras, sus gestos curadores, y sobre todo su muerte y resurrección, completada con el don del Espíritu Santo. Podemos decir que Jesucristo es el gran sacerdote (mediador) en quien se hace presente de forma plena la obra del amor salvador de Dios para con los seres humanos. La Iglesia, que es el Cuerpo de Cristo, continúa a través de la liturgia esta obra salvadora de Dios en Jesucristo por la fuerza del Espíritu Santo. En la celebración litúrgica los cristianos alabamos a Dios y le damos gracias por este amor tan grande, al mismo tiempo que se hace presente, se actualiza, se realiza el misterio de la redención obtenida por él.

jueves, 28 de enero de 2010

TODO ES POSIBLE


Desconfía de lo más trivial. Examina lo que parece habitual. No aceptes lo habitual como cosa natural, pues en tiempo de confusión organizada, de arbitrariedad consciente, de humanidad deshumanizada, nada debe parecer natural, nada debe parecer imposible de cambiar (Bertold Brecht)

LAS PARÁBOLAS DE JESÚS


Es evidente que las parábolas que cuenta Jesús son de ambiente rural, agrícola, sacadas de la vida misma. La parábola del sembrador (Mc 4,1-20) nos cuestiona varias cosas: la cosecha no depende sólo de la semilla ¿Qué es más importante: la fuerza de la semilla o la calidad del terreno? Si Dios es generoso en la siembra de sus dones, ¿cómo es el terreno mío donde caen esos dones?

ORACIÓN IRLANDESA
Que los caminos se abran a tu encuentro;
Que el sol brille templado sobre tu rostro;
Que la lluvia caiga suave sobre los campos;
Que el viento sople siempre a tu espalda;
Y que hasta el día que volvamos a encontrarnos,
Dios nos tenga en la palma de su mano.

SAN SABINIANO (29 de enero)


La diócesis de Troyes lo venera como primer apóstol y mártir de la ciudad del mismo nombre. El santo nació en la isla de Samos; su conversión al cristianismo fue gracias a que leyó la Biblia, y luego se dirigió a Galia para predicar el Evangelio. Sin embargo, el emperador Aureliano ordenó su captura ante las numerosas conversiones de romanos y paganos por obra de San Sabiniano. Tras una serie de incidentes milagrosos, como por ejemplo el de que el fuego no le consumió y que las flechas no le atravesaron, fue finalmente decaptiado por la espada.

Viernes 29 (semana 3 Tiempo Ordinario) / Marcos 4,26-34


En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: "El reino de Dios se parece a un hombre que echa simiente en la tierra. Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo la cosecha ella sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega."
Dijo también: "¿Con qué podemos comparar el reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos? Con un grano de mostaza: al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña, pero después brota, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes que los pájaros pueden cobijarse y anidar en ellas." Con muchas parábolas parecidas les exponía la palabra, acomodándose a su entender. Todo se lo exponía con parábolas, pero a sus discípulos se lo explicaba todo en privado.

MISERICORDIA, DIOS MÍO...


Misericordia, Dios mío, por tu bondad,por tu inmensa compasión borra mi culpa;lava del todo mi delito,limpia mi pecado.
Pues yo reconozco mi culpa,tengo siempre presente mi pecado: contra ti, contra ti solo pequé, cometí la maldad que aborreces.
En la sentencia tendrás razón, en el juicio resultarás inocente. Mira, en la culpa nací, pecador me concibió mi madre.
Hazme oír el gozo y la alegría, que se alegren los huesos quebrantados. Aparta de mi pecado tu vista,borra en mí la culpa.

MANOS UNIDAS


Manos Unidas es una Organización no gubernamental para el Desarrollo (ONGD) de la Iglesia católica, formada por voluntarios. Su finalidad es la de luchar contra el hambre, la pobreza, el subdesarrollo y las causas que lo provocan.
Nació de manos de mujeres en 1960, cuando las Mujeres de Acción Católica hicieron suyo el llamamiento de la FAO y lanzaron en España la campaña contra el hambre en el mundo, dedicando una jornada a recoger fondos mediante una colecta en parroquias y colegios, destinada a los países de África y la India. Esa jornada se celebra desde entonces el segundo domingo de Febrero y ha alcanzado gran popularidad en la sociedad española. Aún conservando esa originaria identidad femenina y católica, toda persona, mujer o varón, de buena voluntad puede colaborar con Manos Unidas.
Está presente en todo el territorio español a través de 71 Delegaciones. Las artífices de la Campaña contra el Hambre tomaron en el año 1978 el nombre de Manos Unidas, ONGD, que ha logrado una amplia penetración social y gran credibilidad. Sus fondos proceden de la citada colecta anual, de las cuotas de sus socios y de donativos. Desde su fundación sus trabajos se han centrado en dos actividades complementarias: sensibilizar a la población española para que conozca y sea consciente de la realidad de los países en vías de desarrollo. Y apoyar y financiar proyectos en África, América, Asia y Oceanía para colaborar con el desarrollo de los pueblos del Sur. Asimismo, desde sus comienzos, quedaron definitivamente establecidas las prioridades, vigentes hoy en día, a la hora de seleccionar los proyectos que se apoyan y que son: Desarrollo agrícola; Promoción educativa; Atención sanitaria; Promoción de la mujer y Promoción social. En 2008 cuenta con más de 96.000 personas entre socios, voluntarios y colaboradores, y sólo 203 profesionales contratados.
El compromiso de Manos Unidas con la transparencia se materializa en un informe anual de auditoría. Desde la primera recaudación 3.000 € se ha llegado en 2005 a 60.000.000 €. Ese mismo año se apoyaron 1.206 proyectos repartidos en 64 países.
Manos Unidas pertenece al Consejo Pontificio Cor Unum, que el Papa Pablo VI creó en 1971 para que le ayudara a cumplir el deber de la caridad universal por un mundo más justo. En 1986 Manos Unidas promovió como cofundadora la Coordinadora de Organizaciones No Gubernamentales para el Desarrollo en España (CONGDE) cuya presidencia asumió. Desde 1998, Manos Unidas es miembro de pleno derecho de la alianza de Cooperación Internacional para el Desarrollo y la Solidaridad (CIDSE), constituida por 14 organizaciones de desarrollo católicas, establecidas en Europa y Norte de América que dependen de la Conferencia episcopal de su país.
Junto con Cáritas Española y el Centro de Investigación y Documentación Africanas (CIDAF), Manos Unidas funda en 2003 una nueva asociación, la Fundación SUR que tiene por objeto el estudio e investigación de la problemática humana, social, económica y política de los países empobrecidos de África.

LUZ SOBRE EL CANDELERO


21. Les dijo también: "Acaso se trae la luz para ponerla debajo del celemín o debajo de la cama? ¿No es acaso para ponerla en el candelero? 22. Nada hay oculto que no haya de manifestarse, ni ha sido escondido sino para que sea sacado a luz. 23. Si alguien tiene oídos para oír, ¡oiga!" 24. Díjoles además: "Prestad atención a lo que oís: con la medida con que medís, se medirá para vosotros; y más todavía os será dado a vosotros los que oís; 25. porque a quien tiene se le dará, y a quien no tiene, aun lo que tiene le será quitado".


COMENTARIO
22. Jesús insiste en que su predicación no tiene nada de secreto ni de esotérico. El grado de penetración de su luminosa doctrina depende del grado de atención que prestamos a sus palabras, como lo dice en el v. 24, en el cual promete a los que las oyen bien, una recompensa sobreabundante. Cf. Luc. 12, 1 ss. y nota.
24. Véase en Mateo 7, 2 y nota la explicación de este pasaje. San Marcos añade aquí, en las palabras finales, un nuevo rasgo de esa divina misericordia que se excede siempre en darnos más de lo que merecemos. El Papa San Pío V condenó, entre los errores de Miguel Bayo, la proposición según la cual en el día del juicio las buenas obras de los justos, no recibirán mayor recompensa que la que merezcan según la mera justicia (Denz. 1014).

SANTO TOMÁS DE AQUINO


Tomás de Aquino en italiano: Tommaso D'Aquino (nacido en Roccasecca, Lacio ó Belcastro, Calabria,[1] Italia el 28 de enero de 1225 – † Abadía de Fossanuova, en la actual Provincia de Latina, 7 de marzo de 1274), fue un teólogo cristiano perteneciente a la Orden de Predicadores, y es el principal representante de la tradición escolástica, y fundador de la escuela tomista de teología y filosofía. Es conocido también como Doctor Angélico o Doctor Común, y es considerado santo por la Iglesia Católica. Su trabajo más conocido es la Suma de Teología, tratado en el cual postula cinco vías para demostrar la existencia de Dios. Canonizado en 1323, fue declarado Doctor de la Iglesia en 1567 y santo patrón de las universidades y centros de estudio católicos en 1880. Su festividad se celebra el 28 de enero.

TAREA DE PROFETA


Compete al ministerio profético llevar a un auténtico confrontamiento las exigencias de la tradición y la situación del momento presente. Es decir, el profeta está llamado a ser un hijo de la tradición (de la memoria) que se ha tomado en serio la tarea de recrear su propio entorno social. Es el hombre capaz de discernir con la suficiente celeridad los puntos de coincidencia y de desacuerdo de dicha memoria con la situación eclesial del momento.
El profeta no es un adivinador, un presagiador de acontecimientos futuros ni la profecía debe ser reducida a "injusta indignación" entendida como "acción social".
El profeta devuelve la fe a su pueblo -a base de rearticular la historia antigua- creando un nuevo y firme fundamento, sobre el que sea posible establecer una nueva humanidad.
La tarea del ministerio profético consiste en propiciar, alimentar y evocar una conciencia y una percepción de la realidad alternativas a las del entorno cultural dominante.
El ministerio profético debe abordar en toda momento la permanente y fundamental crisis que significa el hecho de que nuestra vocación alternativa se vea domesticada y aburguesada.
Esta conciencia alternativa que es preciso propiciar sirve:
para criticar, desmantelándola, la conciencia dominante rechazando y deslegitimando el presente estado de cosas.
para dinamizar a personas y comunidades con su promesa de un tiempo y una situación diversos, viviendo en la apasionada anticipación de la novedad que Dios ha prometido y que con toda seguridad habrá de dar. Según este modo de pensar la palabra clave es ALTERNATIVA.
alternativa, ¿a qué?
alternativa, ¿de qué manera?
alternativa, ¿con qué radicalidad?
¿podría haber alguna alternativa que evitara la "domesticación"?
¿cómo presentar y hacer realidad alternativas en una comunidad de fe que, por regla general, ni siquiera comprende que existen alternativas o no está dispuesta a aceptarlas en el caso de que hagan su aparición? Por eso todo acto de un profeta debería formar parte de todo un proceso tendente a suscitar, formar y reformar una COMUNIDAD ALTERNATIVA, dotada de una "contra-conciencia" e interesada en el total desmantelamiento del régimen en orden a hacer posible el resurgir de una nueva realidad.
La tradición profética es perfectamente consciente de que ofrece una verdadera alternativa, que hunde sus raíces en la misma y verdadera alternativa que es el propio Yahvé. La profecía arranca del hecho mismo de percibir cuán verdaderamente alternativo es Yahvé.
El relato del Exodo pretende mostrar la radical crítica y el no menos radical desmantelamiento del imperio egipcio: el Exodo va mostrando cómo las pretensiones religiosas de los dioses quedan invalidadas por este Señor de la libertad, cómo la política de opresión queda superada por la práctica de la justicia y la compasi6n.
La crítica definitiva es ésta: el pretendido poder de la cultura dominante, tan seguro de sí, se revela como un fraude (a través de la simple constatación de que las falsas pretensiones de autoridad y de poder no son suficientes para cumplir las promesas).

Al fin y al cabo, hemos sido hechos a imagen de Dios, y no existirá para nosotros investigación teológica más importante que la de discernir qué Dios es ese a cuya imagen hemos sido hechos

miércoles, 27 de enero de 2010

AMISTAD VERDADERA


Amistad verdadera El trato diario y la amistad con Jesucristo nos llevan a una actitud abierta, comprensiva, que aumenta la capacidad de tener amigos. La oración afina el alma y la hace especialmente apta para comprender a los demás, aumenta la generosidad, el optimismo, la cordialidad en la convivencia, la gratitud… virtudes que facilitan al cristiano el camino de la amistad.
La amistad verdadera es desinteresada, pues más consiste en dar que en recibir; no busca el provecho propio, sino el del amigo. El amigo verdadero no puede tener, para su amigo, dos caras: la amistad, si ha de ser leal y sincera, exige renuncias, rectitud, intercambio de favores, de servicios nobles y lícitos. El amigo es fuerte y sincero en la medida en que, de acuerdo con la prudencia sobrenatural, piensa generosamente en los demás, con personal sacrificio. Del amigo se espera la correspondencia al clima de confianza, que se establece con la verdadera amistad; se espera el reconocimiento de lo que somos y, cuando sea necesaria, también la defensa clara y sin paliativos.
Para que haya verdadera amistad es necesario que exista correspondencia, es preciso que el afecto y la benevolencia sean mutuos, si es verdadera, la amistad tiende siempre a hacerse más fuerte: no se deja corromper por la envidia, no se enfría por las sospechas, crece en la dificultad. Entonces se comparten con naturalidad las alegrías y las penas.
La amistad es un bien humano y, a su vez, ocasión para desarrollar muchas virtudes humanas, porque crea una armonía de sentimientos y gustos que prescinde del amor de los sentidos, pero, en cambio, desarrolla hasta grados muy elevados, e incluso hasta el heroísmo, la dedicación del amigo al amigo: "Creemos - enseñaba Pablo VI - que los encuentros (…) dan ocasión a almas nobles y virtuosas para gozar de esta relación humana y cristiana que se llama amistad. Lo cual supone y desarrolla la generosidad, el desinterés, la simpatía, la solidaridad y; especialmente, la posibilidad de mutos sacrificios".
El buen amigo no abandona en las dificultades, no traiciona; nunca habla mal del amigo, ni permite que, ausente sea criticado, porque sale en su defensa. Amistad es sinceridad, confianza, compartir penas y alegrías, animar, consolar, ayudar con el ejemplo.
Es propio de la amistad dar al amigo lo mejor que se posee. Nuestro más alto valor, sin comparación posible, es el haber encontrado a Cristo. No tendríamos verdadera amistad si no comunicáramos el inmenso don de nuestra fe cristiana. Nuestros amigos deben encontrar en nosotros, los cristianos que quieren seguir de cerca de Jesús, apoyo y fortaleza y un sentido sobrenatural para su vida.
La amistad en la vida cristiana.
La amistad nos lleva a iniciar a nuestros amigos en una verdadera vida cristiana si están lejos de la Iglesia, o a que reemprendan el camino que un mal día abandonaron, si dejaron de practicar la fe que recibieron. Con paciencia y constancia, sin prisa, sin pausa, se irán acercando al Señor, que les espera.
En ocasiones podremos hacer junto con ellos un rato de oración, una obra de misericordia visitando a un enfermo o a una persona necesitada, les pediremos que nos acompañen a hacer una visita a Jesús Sacramentado… cuando sea oportuno les hablaremos del sacramento de la misericordia divina: la Confesión, y les ayudaremos a prepararse para recibirlo.
La amistad todo lo puede con la ayuda de la gracia: ayuda que debemos implorar al Señor con oración y mortificación. El Señor desea que tengamos muchos amigos porque es infinito su amor por los hombres y nuestra amistad es un instrumento para llegar a ellos.
¡Cuántas personas con las que cada día nos relacionamos están esperando, aún sin saberlo, que les llegue la luz de Cristo! ¡Que alegría la nuestra cada vez que un amigo nuestro se hace amigo del Amigo!.
Jesús que pasó haciendo el bien, y que se ganó el corazón de tantas personas, es nuestro Modelo. Así hemos de pasar nosotros por la familia, el trabajo, los vecinos, los amigos. Hoy es un día oportuno para que nos preguntemos si las personas que habitualmente se relacionan con nosotros se sienten movidas por nuestro ejemplo y nuestra palabra a estar más cerca del Señor, si nos preocupa su alma, si se puede decir con verdad que, como Jesús, estamos pasando por su vida haciendo el bien.

AMIGOS DE DIOS



Introducción:
El Señor Jesús dijo a sus discípulos: "Si hacen lo que les digo, son mis amigos. Ya no les digo siervos, porque un siervo no sabe los planes de su amo. Les digo amigos porque les di a conocer todo lo que escuché del Padre." (Juan 15:14, 15). De Abraham, Dios dijo que era "su amigo" (Isaías 41:8. Cf. 2 Crónicas 20:7). ¿Ha meditado usted en este aspecto?¿Es posible ser amigo de Dios?¿Cuáles son las condiciones para ser "amigo" de Dios? ¿Qué responsabilidades acarrea esta condición especial? Estos interrogantes y otros que sin duda se estará formulando, tendrán respuesta en la Lección de hoy.
I.- Ser amigo de Dios es una condición posible de alcanzar
Si nos preguntamos qué características rodean a un "amigo de Dios", podemos sintetizarlas en dos elementos fundamentales: el primero, lealtad, y el segundo, perseverancia. Ninguna relación se construcción con el deseo unilateral, es decir, de una de las partes, sino de los dos interesados. En nuestra relación con Dios, el amado Padre está vivamente interesado en ser nuestro "amigo"; sin embargo, para que el esquema esté completo, se requiere que de nuestra parte exista un interés similar.
1.- El Señor Jesús anunció que podríamos ser sus amigos (Juan 15:14).- Él dejó claro el propósito que tenía de concedernos ese titulo especial de acercamiento. Dijo, sin embargo, que para ser sus amigos, deberíamos cumplir los mandamientos. El proceso es sencillo: primero, los conocemos; segundo, los asimilamos; tercero, los ponemos en práctica.
2.- La historia demuestra que sí es posible: Abraham fue considerado por Dios como su amigo (Isaías 41:8; Cf. 2 Crónicas 20:7).- Fue fiel al Creador. Vivió en consonancia con aquello que Dios esperaba de Él. Mantenía íntima comunión en oración. Y además, se fortaleció en la fe aun cuando las circunstancias adversas hacían temer que no se materializaría aquello que Dios le había prometido.
3.- La fe constituyó el peldaño que le permitió a Abraham ser considerado "amigo" de Dios (Santiago 2:22, 23).- La vida de Abraham puso en evidencia que tenía su fe afincada en Dios; a pesar de las dificultades no menguó sino que creció porque cada nuevo incidente le llevó a tomarse con mayor fuerza de la mano del Padre; depositó siempre su confianza de que Dios cumpliría aquello que le había prometido y además, fue agradable delante de sus ojos.
II.- Es necesario volvernos a Dios para ser sus amigos.
Entre tanto nos movamos conforme a los parámetros de la mundanalidad, estaremos distantes de Dios y cosecharemos el fruto de la maldad que hayamos sembrado (Santiago 4:1-3). Nadie obra de buenas a primeras sujeto al pecado. Es cierto, nacemos con una naturaleza pecaminosa, pero la alimentamos con nuestros pensamientos y acciones. Y no podemos olvidar que aquél que es amigo del mundo se constituye en enemigo de Dios (Santiago 4:4).
1.- Si anhelamos ser amigos de Dios, debemos ir a Él (Santiago 4:8).- La decisión de ser amigos de Dios no parte de nuestro amado Señor sino de cada uno de nosotros. Para lograrlo es necesario despojarnos de todo aquello que pudiera amarrarnos a la mundanalidad. Significa en esencia, renuncia.
2.- Para ser amigos de Dios es necesario honrarle (Salmo 25:14; Cf. Proverbios 3:32).- ¿Cuándo honramos a Dios? Cuando andamos en sus caminos y, sujetos a Él, deseamos de todo corazón exaltarle con lo que pensamos y con lo que hacemos. El Señor espera un pueblo así, comprometido, que se desenvuelva en sus preceptos los cuales aseguran una buena relación con el Padre, con nosotros mismos y con los demás.
3.- Si anhelamos ser amigos de Dios, debemos reconocer su grandeza y poder (Job 10:6; 37:23).- El mayor problema es que los seres humanos sin Cristo en el corazón, tendemos a confiar más en nuestras fuerzas y capacidades, que en el poder de Dios. Solamente cuando nos sometemos a Él aprendemos a desarrollar una estrecha dependencia del Padre.
4.- Sin anhelamos ser amigos de Dios, debemos ser leales a Él (Salmo 37:28; Proverbios 2:7, 8).- Fieles a Dios no es otra cosa que permanencia en Él, por encima de las circunstancias que puedan asaltarnos. Sean favorables o desfavorables las condiciones, estar siempre ahí, en la brecha. Asidos de la mano de Dios. Tener conciencia de que Él no nos dejará solos jamás.
5.- Si anhelamos ser amigos de Dios, debemos disponernos para que Él nos guíe (Isaías 48:17).- Para tal propósito es imperativo que le reconozcamos como nuestro Dios. Aprender de sus enseñanzas. Permitir que opere una transformación total en nuestra forma de pensar y de actuar. Es el secreto. No hay otro. Abrirle nuestro corazón a Aquél que todo lo puede.
Conclusión:
Si nos conformamos con ser parte del montón, como cristianos que ven pasar la vida sin que su existencia sea transformada por Dios y así impactar al mundo sin Cristo, no habremos avanzado en la escalera del crecimiento personal y espiritual. Pero si nos disponemos para el Señor, abriendo el corazón para que Él opere los cambios que considere oportunos y necesarios, habremos dado pasos agigantados hacia el hombre o mujer que Dios quiere que seamos.

CULTIVAR LA AMISTAD


EL AMOR DE AMISTAD
Filósofos y pensadores están de acuerdo en afirmar que el amor de amistad es uno de los más elevados, es una unión de espíritus, en el que la comprensión mutua, el don que se intercambia, el apoyo que se da y se recibe llega a ser de los más gratificantes que una persona puede recibir.
Pero la amistad no surge de la noche a la mañana. Requiere cubrir unas etapas hasta llegar a cuajar en algo verdadero. Y entre esas etapas está, sin lugar a dudas, la del trato frecuente el intercambio de opiniones y sentimientos.
EL TIEMPO NECESARIO
Se precisa posibilidad de compartir experiencias, diálogo tranquilo e intercambio de intimidad. Por eso las mejores amistades se fraguan entre estudiantes de un mismo curso, compañeros de trabajo, vecinos...Personas que coinciden habitualmente y pueden ir profundizando en el trato.
Inicialmente se establece una simpatía mutua. Cada uno encuentra en el otro una serie de cualidades aceptables y ciertas afinidades por las que le resulta agradable el tiempo que pueden pasar juntos. La simpatía mutua predispone a hacer más frecuentes los encuentros para seguir charlando de las cosas más dispares. Se pasa así al momento en que se hacen confidencias, se comunica al otro eso que nunca se ha dicho a nadie porque el sujeto intuye que va a ser comprendido. Se establece una solidaridad. Cada uno sabe que va a tener un apoyo en el otro, que en caso de apuro va a contar con una ayuda no tanto material -que a veces se sabe que es imposible- sino moral.
SE CUENTA CON LA LEALTAD
Algo fundamental entre amigos es la lealtad. Está hecha de sinceridad y de afecto. El amigo dice siempre la verdad, que puede ser en ocasiones, amarga, pero que por ir acompañada de amor, es una verdad constructiva y ayuda a encontrar solución al error.
Una buena amistad necesita del crisol de las dificultades hará que se consolide o se reconozca como tal. Un buen amigo no es el que da siempre la razón, sino quien entiende las razones que se pueden tener para obrar de una determinada manera pero que es capaz de señalar los errores.
La lealtad exige que se hable bien del amigo cuando él no está presente. Exige que se preste ayuda en todos los momentos necesarios. Que se pueda contar siempre con él.
RECUPERACIÓN DE AMISTADES
Es necesario saber cultivar las amistades que se poseen y estar abiertos a nuevas amistades. Cualquier edad de la vida es buena para iniciar una nueva amistad y merece la pena tenerlo en cuenta para no perder ninguna ocasión que se presente al paso.
¿Cuántos amigos están siendo olvidados por el simple sistema de no tener trato con ellos? En los planes de cada semana habría que marcarse un tiempo para los amigos en una operación que podría llamarse "recuperación de amigos". Hay muchos ratos de ocio que se llenan por el cómodo e individualista método de conectar la televisión, navegar por internet, jugar en el videojuego o escuchar música del ipod con los cascos puestos y que, sin embargo podrían ser mucho más gozosos si se dedicaran a estar con amigos.
ABIERTOS A TODO EL MUNDO
Estar abiertos a la amistad es una señal de juventud de espíritu. Con quienes ahora mismo se tenga un contacto obligado por razones profesionales, de vecindad, etc. son -pueden ser- amigos en potencia. Bastará forzar un poco la comunicación con ellos para descubrir que esa personas son mucho más agradables que el mero formulismo coloquial puede hacer sospechar. Una invitación a tomar algo juntos o a la propia casa sería el primer paso para profundizar en el conocimiento mutuo y llegar luego a una amistad inicial. La aceleración, de que se hablaba al principio, puede ser un tanto positiva en el sentido de quemar etapas y pasar pronto a tratarse como auténticos y verdaderos amigos. Vale un tesoro intentarlo.

LA PACIENCIA DE DIOS NUESTRA SALVACIÓN


Algunas personas describen a Dios como un dictador mezquino que está ansioso de encontrar una causa para abatir a la raza humana vil que ha creado. ¿Es esa la manera que la Biblia describe a Dios? Romanos 2:4 dice: “¿O menosprecias las riquezas de su benignidad, paciencia y longanimidad, ignorando que su benignidad te guía al arrepentimiento?”. Romanos 15:5 enfatiza la paciencia de Dios: “Pero el Dios de la paciencia y de la consolación os dé entre vosotros un mismo sentir según Cristo Jesús”. Pedro escribió: “[L]a paciencia de nuestro Señor es para salvación” (2 Pedro 3:15).
Dios es paciente porque no quiere que nadie se pierda eternamente. “El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento” (2 Pedro 3:9). Un significado de “paciencia”, según el Diccionario Ilustrado de Oxford, es “la capacidad de esperar calmadamente y serenamente”. Dios ha prometido que habrá un día en que los pecadores recibirán su condenación final (2 Pedro 2:9; 3:7), pero Dios está esperando que más pecadores puedan aceptar y obedecer al Evangelio. Wayne Jackson señaló ejemplos bíblicos de esa paciencia:
Dios no impone Su ira impulsivamente. En cambio, la historia ha demostrado repetidamente que Dios tiene “mucha paciencia” para los que merecen el castigo (Romanos 9:22). Su paciencia se demostró en la generación del tiempo de Noé (Génesis 6:3). Él esperó para destruir a la Sodoma corrupta (Génesis 18:26et.seq.). Jehová se reveló a Moisés como un Dios que es “tardo para la ira” (Éxodo 34:6; cf. Salmos 103:8). El Señor fue incluso paciente con un impío tan vil como Acab (1 Reyes 21:29). Por siglos fue tolerante con la nación arrogante y testaruda de Israel (Nehemías 9:17) [2000].
Nosotros necesitamos desesperadamente la paciencia de Dios, así como el apóstol Pablo la necesitó. Dios dio a Pablo la oportunidad de ser salvo, a pesar del hecho que fue “el primero” de los pecadores (1 Timoteo 1:15-16; vea Nicks, 1981, p. 190). El potencial de la salvación yace en la paciencia de Dios. En vez de destruir instantáneamente a la gente cuando peca, Él da providencialmente oportunidades y ánimo que debería guiar al arrepentimiento (Tito 2:11). Dios espera que pidamos Su paciencia continua cuando cometemos errores (1 Juan 1:9; Lucas 11:4), y Él demuestra Su paciencia al perdonar continuamente nuestros pecados (basado en el sacrificio de la sangre de Cristo y nuestra obediencia sincera a Su voluntad; vea 1 Juan 1:7).
Deberíamos imitar la paciencia de Dios. Romanos 2:6-7 enfatiza la necesidad de paciencia en las vidas de los cristianos: “[Dios—CC] pagará a cada uno conforme a sus obras: vida eterna a los que, perseverando en bien hacer, buscan gloria y honra e inmortalidad” (énfasis añadido). Pablo instruyó a los cristianos a ser pacientes: “También os rogamos, hermanos, que amonestéis a los ociosos, que alentéis a los de poco ánimo, que sostengáis a los débiles, que seáis pacientes para con todos” (1 Tesalonicenses 5:14, énfasis añadido; cf. la parábola de Cristo del siervo paciente en Mateo 18:23-35). La gente no puede salvarse a menos que tenga paciencia, ya que sin paciencia es imposible realizar la obra cristiana (vea Eclesiastés 7:8; Efesios 4:2; 2 Timoteo 2:24; Santiago 1:4). La paciencia también es necesaria porque otras virtudes cristianas, incluyendo la fe, la esperanza y el gozo, dependen de ella (Santiago 1:2-4; Romanos 5:3; 15:4; Colosenses 1:11; vea Nicks, 1981, pp. 191-192). William Barclay observó:
Si Dios hubiera sido un hombre, hubiera alzado su mano y arrasado con el mundo hace mucho tiempo atrás; pero Dios tiene esa paciencia que soporta a los pecadores y que no les destruirá. En nuestras vidas, en nuestra actitud y trato hacia nuestro prójimo, debemos reproducir esta actitud divina amorosa, tolerante, perdonadora y paciente hacia nosotros (1958, p. 56).
La paciencia de Dios está balanceada por Su justicia perfecta. Se castigará el pecado no perdonado, pero la paciencia de Dios concede tiempo para el arrepentimiento (Mateo 25:41; 2 Pedro 2:9; vea Colley, 2007). Isaías 30:18 clarifica: “Por tanto, Jehová esperará para tener piedad de vosotros, y por tanto, será exaltado teniendo de vosotros misericordia; porque Jehová es Dios justo; bienaventurados todos los que confían en él”. La paciencia generosa de Dios debería motivarnos a obedecerle.

¿CÓMO PUEDEN VOLAR LAS MARIPOSAS?


I
Si el frio golpea salvajementea pleno sol
Si la lluvia de metal arrecia
y no moja
II
Si el capullo es de cabilla y concreto
y no se rompe
Si el gusano siempre se sentirá gusano
aunque no quiera
III
Si las nubes son águilas que cazan
y hay miedo
Si la vida se desgarra en pedazos
camino a la avenida
IV
Si la probóscide es catador de fármacos
y sangra
Si las alas son de papel mache
y se queman
V
Si soy yo y somos todos
orugasSi tu miras indolente
me pregunto
¿Como pueden volar las mariposas?

NO ROMPAMOS EL AMOR...



Dios es Amor: ¿Cómo definimos nosotros el Amor?“Dios es Amor”. ¿Pero cómo lo definimos? El diccionario define al amor como “un intenso afecto por otra persona, basado en lazos familiares o personales”. Habitualmente, este “intenso afecto” tiene raíz en una atracción sexual por otra persona. Nosotros amamos a otra gente o decimos amar a otras personas, cuando somos atraídos a ellos o cuando nos hacen sentir bien. Fíjate que la frase clave en la definición de amor del diccionario, es la frase “basado en”. Esta frase implica que nosotros amamos de manera condicional; en otras palabras, nosotros amamos a alguien porque ellos cumplen una condición que nosotros requerimos antes de que podamos amarles. ¿Cuántas veces has escuchado o has dicho: “Te amo porque eres linda”, o “Te amo porque me cuidas”, o “Te amo porque es divertido estar contigo”? Nuestro amor no solo es condicional, también es “mercurial”. Nuestro amor se basa en sentimientos y emociones que pueden cambiar de un momento a otro. La tasa de divorcios es extremadamente alta en la sociedad actual, porque los esposos y esposas supuestamente dejan de amarse unos a otros o se “desenamoran”. Podrían estar atravesando un bache en su matrimonio y ya no “sienten” amor por sus cónyuges, así que se dan por vencidos. Evidentemente, su voto matrimonial de “hasta que la muerte nos separe”, significa que pueden separarse cuando el amor por su cónyuge muera, en lugar de cuando mueran físicamente. ¿Puede alguien realmente comprender el amor “incondicional”? Parece que el amor que los padres tienen por sus hijos es lo más cercano que podemos ver de un amor incondicional, sin la ayuda del amor de Dios en nuestras vidas. Nosotros continuamos amando a nuestros hijos a través de los buenos y malos tiempos, y no dejamos de amarlos, aunque no cumplan las expectativas que tenemos de ellos. Tomamos la decisión de amar a nuestros hijos, aunque los consideremos no merecedores de ese amor; nuestro amor no se detiene cuando nosotros no “sentimos” amor por ellos. Este amor es similar al amor de Dios por nosotros. Pero como lo veremos, el amor de Dios trasciende la definición humana de amor a un punto que nos es difícil entender.
Dios es Amor: ¿Cómo define Dios el Amor?La Biblia nos dice que “Dios es Amor” (1 Juan 4:8). ¿Pero cómo podemos siquiera comenzar a comprender esa verdad? Hay muchos pasajes en la Biblia que nos dan la definición de Dios del amor. El versículo mejor conocido es Juan 3:16: “Porque tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna”. Así pues, una manera en la que Dios define el amor es en el acto de entrega. Sin embargo, lo que Dios dio (o deberíamos decir, a “quien” Dios dio), no era simplemente un obsequio envuelto; Dios sacrificó a su hijo único para que nosotros, los que ponemos nuestra fe en su hijo, no pasemos la eternidad separados de él. Este es un amor asombroso, porque nosotros somos quienes escogemos estar separados de Dios por nuestro propio pecado, y aun así, es Dios quien enmienda esta separación por medio de su intenso sacrificio personal, y todo lo que tenemos que hacer es aceptar su obsequio. Otro gran versículo sobre el amor de Dios se encuentra en Romanos 5:8: “Pero Dios demuestra su amor por nosotros en esto: en que cuando todavía éramos pecadores, Cristo murió por nosotros”. En este versículo y en Juan 3:16, no encontramos condición alguna de la cual dependa el amor de Dios por nosotros. Dios no dice: “Tan pronto como limpies tus acciones, te amaré”; ni tampoco dice: “Sacrificaré a mi hijo si prometes amarme”. De hecho, en Romanos 5:8, encontramos exactamente lo opuesto. Dios quiere que nosotros sepamos que su amor es incondicional; por eso envió a su hijo, Jesucristo, a morir por nosotros, mientras nosotros éramos aún pecadores. No tuvimos que limpiarnos, no tuvimos que hacer ninguna promesa a Dios antes de poder experimentar su amor. Su amor por nosotros siempre ha existido y por ello, él entregó todo y sacrificó todo mucho antes de que estuviéramos conscientes de que necesitábamos su amor.
Dios es Amor: Es IncondicionalDios es Amor, y su amor es muy diferente al amor humano. El amor de Dios es incondicional y no se basa en sentimientos o emociones. No nos ama porque nosotros seamos fáciles de amar o porque le hagamos sentir bien; él nos ama porque él es amor. Él nos creó para tener una relación amorosa con él y sacrificó a su propio hijo (quien también estaba dispuesto a morir por nosotros) para restaurar esa relación.

DEFRAUDADO


La veritat es que aní a vore-la perquè havien dit que era molt bona. Però no m'acabà d'agradar. Evidentment és una peli molt bona, amb molts efectes especials i tot això, pero em recordava les películes de l'Oest, on un soldat Yanki s'atreveix a ajudar als nadius indis d'Amèrica que al final van ser masacrats pels occidentals, cosa que encara continua fent USA. En quant al 3D encara queda molt perquè aquesta tecnologia m'acabe de convencer: ni les sales, ni les ulleres, ni tantes coses encara estàn a la mida del que es vol transmetre per la pantalla. N'he vist de més bones, i això que a mi la ciència ficció m'agrada tota.

viernes, 22 de enero de 2010

UNIDAD DE LOS CRISTIANOS


Tradicionalmente, la Semana de oración por la unidad de los cristianos se celebra del 18 al 25 de enero. Estas fechas fueron propuestas en 1908 por Paul Watson para cubrir el periodo entre la fiesta de san Pedro y la de san Pablo.
Son unos días de súplica a la Santísima Trinidad pidiendo el pleno cumplimiento de las palabras del Señor en la Última Cena: “Padre Santo, guarda en tu nombre a aquellos que me has dado, para que sean uno como nosotros” (Juan 17,11). La oración de Cristo alcanza también a quienes nunca se han contado entre sus seguidores. Dice Jesús: Tengo otras ovejas que no son de este redil, a ésas también es necesario que las traiga, y oirán mi voz y formarán un solo rebaño con un solo pastor (Juan 10, 16).
En el Octavario por la Unión de los Cristianos pedimos por nuestros hermanos separados; hemos de buscar lo que nos une, pero no podemos ceder en cuestiones de fe y moral. Junto a la unidad inquebrantable en lo esencial, la Iglesia promueve la legítima variedad en todo lo que Dios ha dejado a la libre iniciativa de los hombres. Por eso, fomentar la unidad supone al mismo tiempo respetar la multiplicidad, que es también demostración de la riqueza de la Iglesia. El principal obstáculo para la conversión, dice Scott Hahn son los mismos católicos... El principal apostolado que hemos de realizar en el mundo es contribuir a que dentro de la Iglesia se respire el clima de la auténtica caridad. En el octavario del 2005 decía Juan Pablo II: Sin oración y sin conversión no hay ecumenismo. Podemos acudir a la Virgen María para ser más humildes y, por tanto, más fieles

NOSOTROS TAMBIÉN SOMOS UNGIDOS

La unción de Cristo. El NT hace mención de una sola unción de Jesús durante su vida terrena (en cuanto a la unción regia en su entronización celestial, cf. Heb 1,9), la que recibió en el bautismo: «Fue ungido del Espíritu Santo y de poder» (Act 10,38). Jesús mismo, aplicándose el texto de Is 61,1, explica esta unción como una unción profética para el anuncio del mensaje. Pero la comunidad apostólica, inspirándose en las palabras de Jesús (Me 10,38; Lc 12, 50), interpretaría el bautismo en la perspectiva de la muerte de Cristo (Act 4,27; cf. Rom 6,3s): la misión recibida a comienzos de la vida pública no era todavía sino una misión de predicación, la del siervo-profeta (Is 42,1-7); pero debía consumarse en el Calvario (cf. Un 5,6), en el sacrificio del siervo paciente. También el cristiano recibe una unción (2Cor 1,21; Un 2,20.27); sin embargo, no se trata de un rito sacramental (bautismo o confirmación), sino de una participación en la unción profética de Jesús, una unción espiritual por la fe. El catecúmeno, antes de recibir el *sello del *Espíritu en el momento del bautismo, ha sido ungido por Dios (2Cor 1,21; cf. Ef 4,30): Dios ha hecho penetrar en él la doctrina del *Evangelio, ha suscitado en su corazón la fe en la palabra de verdad (cf. Ef 1,13). Por eso a esta palabra venida de Cristo la llama Juan «aceite de unción», (khrisma): «el aceite de unción», interiorizado por la fe bajo la acción del Espíritu (Jn 14,26; 16,13), «permanece en nosotros» (Un 2,27), nos da el sentido de la verdad (v. 20s), nos instruye en todas las cosas (v. 27); así puede Juan decir que el cristiano no tiene necesidad de que se le enseñe: la esperanza de los profetas en la nueva alianza se realiza (Jer 31,34; cf. Is 11,9). Esta doctrina de la unción interior es importante en la tradición y en la espiritualidad cristiana. Clemente de Alejandría pone en boca de Cristo esta invitación y esta promesa a los paganos: «Yo os ungiré con el ungüento de la fe»; y san Bernardo considera como un rasgo distintivo de los hijos de Dios que «la unción los instruye en todas las cosas».

LA UNCIÓN POR EL ESPÍRITU SANTO


UNIDO A DIOS Y AL SER HUMANO
Jesús es el elegido por Dios, el Ungido, lleno del Espíritu Santo y enviado. Estar estrechamente vinculado a Dios le dispone para estar cercano a los pobres, a los cautivos, a los ciegos, a los oprimidos, a los que ansían liberación. Su vida consistirá en anunciar esta buena noticia a los desfavorecidos. Es un anuncio que se realiza hoy, ahora, aquí. Todo momento es apropiado para acoger la salvación de Dios realizada en Jesús. Nosotros hemos sido bautizados en el mismo Espíritu que impulsó a Jesús a anunciar la buena noticia. Es él quien también hoy nos conforta con Cristo y nos empuja a vivir el Evangelio con los otros, sobre todo con los oprimidos y marginados.

Domingo III Tiempo Ordinario


DOMINGO III TIEMPO ORDINARIO
Nehemías 8,2-4a.5-6.8-10
Todo el pueblo estaba atento a la lectura del libro de la ley.

Salmo 18
Tus Palabras, Señor, son espíritu y vida.

1Cor 12,12-30
Vosotros sois el cuerpo de Cristo.

Lucas 1,1-4;4,14-21
Muchos han emprendido la tarea de componer un relato de los hechos que se han verificado entre nosotros, siguiendo las tradiciones transmiti­das por los que primero fueron testigos oculares y luego predicadores de la palabra. Yo también, después de comprobarlo todo exactamente desde el principio, he resuelto escribírtelos por su orden, para que co­nozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido. En aquel tiempo, Jesús volvió a Galilea con la fuerza del Espíritu; y su fama se extendió por toda la comarca. Enseñaba en las sinagogas, y todos lo alababan. Fue a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le en­tregaron el libro del profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista. Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor.» Y, enrollando el libro, lo devolvió al que le ayudaba y se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él. Y él se puso a decirles: —«Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír.»

miércoles, 20 de enero de 2010

N. S. DEL PERPETUO SOCORRO



El icono de la Virgen, pintado sobre madera, de 21 por 17 pulgadas, muestra a la Madre con el Niño Jesús. El Niño observa a dos ángeles que le muestran los instrumentos de su futura pasión. Se agarra fuerte con las dos manos de su Madre Santísima quien lo sostiene en sus brazos. El cuadro nos recuerda la maternidad divina de la Virgen y su cuidado por Jesús desde su concepción hasta su muerte. Hoy la Virgen cuida de todos sus hijos que a ella acuden con plena confianza.


En el siglo XV un comerciante acaudalado de la isla de Creta (en el Mar Mediterráneo) tenía la bella pintura de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro. Era un hombre muy piadoso y devoto de la Virgen María. Cómo habrá llegado a sus manos dicha pintura, no se sabe. ¿Se le habría confiado por razones de seguridad, para protegerla de los sarracenos? Lo cierto es que el mercader estaba resuelto a impedir que el cuadro de la Virgen se destruyera como tantos otros que ya habían corrido con esa suerte.
Por protección, el mercader decidió llevar la pintura a Italia. Empacó sus pertenencias, arregló su negocio y abordó un navío dirigiéndose a Roma. En ruta se desató una violenta tormenta y todos a bordo esperaban lo peor. El comerciante tomó el cuadro de Nuestra Señora, lo sostuvo en lo alto, y pidió socorro. La Santísima Virgen respondió a su oración con un milagro. El mar se calmó y la embarcación llegó a salvo al puerto de Roma.


Tenía el mercader un amigo muy querido en la ciudad de Roma así que decidió pasar un rato con él antes de seguir adelante. Con gran alegría le mostró el cuadro y le dijo que algún día el mundo entero le rendiría homenaje a Nuestra Señora del Perpetuo Socorro.
Pasado un tiempo, el mercader se enfermó de gravedad. Al sentir que sus días estaban contados, llamó a su amigo a su lecho y le rogó que le prometiera que, después de su muerte, colocaría la pintura de la Virgen en una iglesia digna o ilustre para que fuera venerada públicamente. El amigo accedió a la promesa pero no la llegó a cumplir por complacer a su esposa que se había encariñado con la imagen.
Pero la Divina Providencia no había llevado la pintura a Roma para que fuese propiedad de una familia sino para que fuera venerada por todo el mundo, tal y como había profetizado el mercader. Nuestra Señora se le apareció al hombre en tres ocasiones, diciéndole que debía poner la pintura en una iglesia, de lo contrario, algo terrible sucedería. El hombre discutió con su esposa para cumplir con la Virgen, pero ella se le burló, diciéndole que era un visionario. El hombre temió disgustar a su esposa, por lo que las cosas quedaron igual. Nuestra Señora, por fin, se le volvió a aparecer y le dijo que, para que su pintura saliera de esa casa, él tendría que irse primero. De repente el hombre se puso gravemente enfermo y en pocos días murió. La esposa estaba muy apegada a la pintura y trató de convencerse a sí misma de que estaría más protegida en su propia casa. Así, día a día, fue aplazando el deshacerse de la imagen. Un día, su hijita de seis años vino hacia ella apresurada con la noticia de que una hermosa y resplandeciente Señora se le había aparecido mientras estaba mirando la pintura. La Señora le había dicho que le dijera a su madre y a su abuelo que Nuestra Señora del Perpetuo Socorro deseaba ser puesta en una iglesia; y, que si no, todos los de la casa morirían.
La mamá de la niñita estaba espantada y prometió obedecer a la Señora. Una amiga, que vivía cerca, oyó lo de la aparición. Fue entonces a ver a la señora y ridiculizó todo lo ocurrido. Trató de persuadir a su amiga de que se quedara con el cuadro, diciéndole que si fuera ella, no haría caso de sueños y visiones. Apenas había terminado de hablar, cuando comenzó a sentir unos dolores tan terribles, que creyó que se iba a morir. Llena de dolor, comenzó a invocar a Nuestra Señora para que la perdonara y la ayudara. La Virgen escuchó su oración. La vecina tocó la pintura, con corazón contrito, y fue sanada instantáneamente. Entonces procedió a suplicarle a la viuda para que obedeciera a Nuestra Señora de una vez por todas.
Accede la viuda a entregar la pintura
Se encontraba la viuda preguntándose en qué iglesia debería poner la pintura, cuando el cielo mismo le respondió. Volvió a aparecérsele la Virgen a la niña y le dijo que le dijera a su madre que quería que la pintura fuera colocada en la iglesia que queda entre la basílica de Sta. María la Mayor y la de S. Juan de Letrán. Esa iglesia era la de S. Mateo, el Apóstol.
La señora se apresuró a entrevistarse con el superior de los Agustinos quienes eran los encargados de la iglesia. Ella le informó acerca de todas las circunstancias relacionadas con el cuadro. La pintura fue llevada a la iglesia en procesión solemne el 27 de marzo de 1499. En el camino de la residencia de la viuda hacia la iglesia, un hombre tocó la pintura y le fue devuelto el uso de un brazo que tenía paralizado. Colgaron la pintura sobre el altar mayor de la iglesia, en donde permaneció casi trescientos años. Amado y venerado por todos los de Roma como una pintura verdaderamente milagrosa, sirvió como medio de incontables milagros, curaciones y gracias.
En 1798, Napoleón y su ejército francés tomaron la ciudad de Roma. Sus atropellos fueron incontables y su soberbia, satánica. Exilió al Papa Pío VII y, con el pretexto de fortalecer las defensas de Roma, destruyó treinta iglesias, entre ellas la de San Mateo, la cual quedó completamente arrasada. Junto con la iglesia, se perdieron muchas reliquias y estatuas venerables. Uno de los Padres Agustinos, justo a tiempo, había logrado llevarse secretamente el cuadro.
Cuando el Papa, que había sido prisionero de Napoleón, regresó a Roma, le dio a los agustinos el monasterio de S. Eusebio y después la casa y la iglesia de Sta. María en Posterula. Una pintura famosa de Nuestra Señora de la Gracia estaba ya colocada en dicha iglesia por lo que la pintura milagrosa de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro fue puesta en la capilla privada de los Padres Agustinos, en Posterula. Allí permaneció sesenta y cuatro años, casi olvidada.
Hallazgo de un sacerdote Redentorista
Mientras tanto, a instancias del Papa, el Superior General de los Redentoristas, estableció su cede principal en Roma donde construyeron un monasterio y la iglesia de San Alfonso. Uno de los Padres, el historiador de la casa, realizó un estudio acerca del sector de Roma en que vivían. En sus investigaciones, se encontró con múltiples referencias a la vieja Iglesia de San Mateo y a la pintura milagrosa de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro.
Un día decidió contarle a sus hermanos sacerdotes sobre sus investigaciones: La iglesia actual de San Alfonso estaba construida sobre las ruinas de la de San Mateo en la que, durante siglos, había sido venerada, públicamente, una pintura milagrosa de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro. Entre los que escuchaban, se encontraba el Padre Michael Marchi, el cual se acordaba de haber servido muchas veces en la Misa de la capilla de los Agustinos de Posterula cuando era niño. Ahí en la capilla, había visto la pintura milagrosa. Un viejo hermano lego que había vivido en San Mateo, y a quien había visitado a menudo, le había contado muchas veces relatos acerca de los milagros de Nuestra Señora y solía añadir: "Ten presente, Michael, que Nuestra Señora de San Mateo es la de la capilla privada. No lo olvides". El Padre Michael les relató todo lo que había oído de aquel hermano lego.
Por medio de este incidente los Redentoristas supieron de la existencia de la pintura, no obstante, ignoraban su historia y el deseo expreso de la Virgen de ser honrada públicamente en la iglesia.
Ese mismo año, a través del sermón inspirado de un jesuita acerca de la antigua pintura de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, conocieron los Redentoristas la historia de la pintura y del deseo de la Virgen de que esta imagen suya fuera venerada entre la Iglesia de Sta. María la Mayor y la de S. Juan de Letrán. El santo Jesuita había lamentado el hecho de que el cuadro, que había sido tan famoso por milagros y curaciones, hubiera desaparecido sin revelar ninguna señal sobrenatural durante los últimos sesenta años. A él le pareció que se debía a que ya no estaba expuesto públicamente para ser venerado por los fieles. Les imploró a sus oyentes que, si alguno sabía dónde se hallaba la pintura, le informaran dueño lo que deseaba la Virgen.
Los Padres Redentoristas soñaban con ver que el milagroso cuadro fuera nuevamente expuesto a la veneración pública y que, de ser posible, sucediera en su propia Iglesia de San Alfonso. Así que instaron a su Superior General para que tratara de conseguir el famoso cuadro para su Iglesia. Después de un tiempo de reflexión, decidió solicitarle la pintura al Santo Padre, el Papa Pío IX. Le narró la historia de la milagrosa imagen y sometió su petición.
El Santo Padre escuchó con atención. Él amaba dulcemente a la Santísima Virgen y le alegraba que fuera honrada. Sacó su pluma y escribió su deseo de que el cuadro milagroso de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro fuera devuelto a la Iglesia entre Sta. María la Mayor y S. Juan de Letrán. También encargó a los Redentoristas de que hicieran que Nuestra Señora del Perpetuo Socorro fuera conocida en todas partes.
Aparece y se venera, por fin, el cuadro de Nuestra Señora
Ninguno de los Agustinos de ese tiempo había conocido la Iglesia de San Mateo. Una vez que supieron la historia y el deseo del Santo Padre, gustosos complacieron a Nuestra Señora. Habían sido sus custodios y ahora se la devolverían al mundo bajo la tutela de otros custodios. Todo había sido planeado por la Divina Providencia en una forma verdaderamente extraordinaria.
A petición del Santo Padre, los Redentoristas obsequiaron a los Agustinos una linda pintura que serviría para reemplazar a la milagrosa.
La imagen de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro fue llevado en procesión solemne a lo largo de las vistosas y alegres calles de Roma antes de ser colocado sobre el altar, construido especialmente para su veneración en la Iglesia de San Alfonso. La dicha del pueblo romano era evidente. El entusiasmo de las veinte mil personas que se agolparon en las calles llenas de flores para la procesión dio testimonio de la profunda devoción hacia la Madre de Dios
A toda hora del día, se podía ver un número de personas de toda clase delante de la pintura, implorándole a Nuestra Señora del Perpetuo Socorro que escuchara sus oraciones y que les alcanzara misericordia. Se reportaron diariamente muchos milagros y gracias.
Hoy en día, la devoción a Nuestra Señora del Perpetuo Socorro se ha difundido por todo el mundo. Se han construido iglesias y santuarios en su honor, y se han establecido archicofradías. Su retrato es conocido y amado en todas partes.

Sant Sebastián, ora pro nobis


Nació en Narbona (Francia) en el año 256, pero se educó en Milán. Cumplía con la disciplina militar, pero no participaba en los sacrificios de idolatría. Como buen cristiano, ejercitaba el apostolado entre sus compañeros, visitaba y alentaba a los cristianos encarcelados por causa de su religión. Fue denunciado al emperador Maximiano, quien lo obligó a escoger entre ser su soldado o seguir a Jesucristo.
El santo escogió la milicia de Cristo; desairado el emperador, le amenazó de muerte, pero Sebastián, convertido en soldado de Cristo por la confirmación, se mantuvo firme en su fe. Enfurecido Maximiano, le condenó a morir asaeteado: los soldados del emperador lo llevaron al estadio, lo desnudaron, lo ataron a un poste y lanzaron sobre él una lluvia de saetas, dándolo por muerto. Sin embargo, sus amigos, se acercaron y al verlo todavía con vida, lo llevaron a casa de una noble cristiana romana llamada Irene, que lo mantuvo escondido y le curó las heridas hasta que quedó restablecido.
Sus amigos le aconsejaron que se ausentara de Roma, pero Sebastián se negó rotundamente. Se presentó con valentía ante el emperador, desconcertado porque lo daba por muerto, y Sebastián le reprochó con energía su conducta por perseguir a los cristianos. Maximiano mandó que lo azotaran hasta morir, y los soldados cumplieron esta vez sin errores la misión y tiraron su cuerpo en un lodazal. Los cristianos lo recogieron y lo enterraron en la Vía Apia, en la célebre catacumba que lleva el nombre de San Sebastián. Murió en el año 288.

lunes, 11 de enero de 2010

Libertad: Ley, Razón y Verdad

San Agustín nos brinda una paradojal concepción de "libertad", la cual, no obstante, puede resultar iluminadora para nuestro tiempo, pues nos ayuda a redescubrir la estrecha relación que existe entre libertad y verdad.
Nuestra propuesta es acompañar al Obispo de Hipona en su itinerario del De libero arbitrio, el cual intentamos sintetizar en el título de esta ponencia: "Libertad: Ley, Razón y Verdad". Por tanto, dividiremos nuestra exposición en cuatro momentos.
Ley
El diálogo se abre con una dificultad planteada por Evodius: ¿cuál es el origen del mal moral? (Cf. De lib. arb. I, I, 1, p. 249; I, II, 4, p. 253). Parecería que Dios fuera el último responsable, ya que Él fue quien creó a los hombres libres, otorgándoles el poder de obrar bien o mal. No es extraño que Agustín haya escogido este tema antimaniqueo, que tanto lo atormentó desde su juventud. En efecto, el joven Agustín adhirió a esta secta por casi diez años, hasta que, a los veintinueve años, se convierte al catolicismo y recibe el bautismo en el 387. En ese mismo año, inspirándose en una discusión que tuvo con sus amigos, entre ellos Evodius, durante su segunda estadía en Roma, Agustín comienza la redacción del primer libro del De libero arbitrio.
En el marco de esta búsqueda del responsable último del mal moral, surge la cuestión de la libertad. ¿Debió Dios habernos creado sin libertad, sin el poder de elegir entre bien y mal? (Cf. De lib. arb. II, II, 4, p. 313). De ningún modo, pues la libertad es un bien para el hombre, sin el cual carecería de algo útil y valioso (Cf. De lib. arb. II, XVIII, 47-48, p. 389-391). No se trata, sin embargo, de un bien absoluto (Cf. De lib. arb. II, XIX, 50-53, p. 393-397). El hombre puede abusar de él, es decir, darle un uso contrario para el cual Dios nos lo ha otorgado. Dios nos ha dotado de libertad para que pudiéramos elegir el bien libremente y, así, llegar a la verdadera bienaventuranza (Cf. De lib. arb. II, I, 1-3, p. 309-311). Todos los hombres desean alcanzar ante todo una vida feliz (beata vita) (Cf. De lib. arb. I, XIV, 30, p. 297). Pero, si todos desean la felicidad, ¿por qué no todos la alcanzan? Puesto que "no quieren lo que le es inseparable y sin lo cual (...) nadie lo consigue, a saber, el vivir según razón" (De lib. arb. I, XIV, 30, p. 297) o, lo que es lo mismo, el "vivir rectamente" (De lib. arb. I, XIV, 30, p. 298). Tales personas son felices porque aman algo eterno, inmutable, que no pueden perder contra su voluntad: la vida recta y virtuosa. En cambio, quienes buscan los bienes temporales por sobre el bien eterno de la vida recta (riquezas, honores, placeres) no conseguirán ser felices, pues tales bienes pueden no conseguirlos aunque los deseen o, en caso de poseerlos, pueden perderlos contra su voluntad (Cf. De lib. arb. I, XV, 31, p. 299).
Con estas palabras define Agustín la felicidad: "el vivir dichosamente consiste en (...) el goce de los bienes verdaderos y estables" (De lib. arb. I, XIII, 29, p. 295-297). Amar los bienes eternos por sobre los temporales equivale a vivir rectamente o en consonancia con la ley eterna: "aquellos a quienes el amor de las cosas eternas hace felices viven (...) según los dictados de la ley eterna, mientras que los infelices viven sometidos al yugo de la ley temporal" (De lib. arb. I, XV, 32, p. 301). En efecto, "los que viven según la ley temporal, no pueden, sin embargo, quedar libres de la ley eterna, de la cual (...) procede todo lo que es justo" (De lib. arb. I, XV, 31, p. 301). Más importante todavía, esta ley temporal contingente, por ser promulgada por hombres limitados, sujetos al tiempo, se haya fundada por la ley eterna (Cf. De lib. arb. I, VII, 16-17).
La ley eterna establece un orden: lo más digno debe gobernar a lo inferior. En palabras de Agustín: "no hay (...) orden, allí donde lo más digno se halla subordinado a lo menos digno" (De lib. arb. I, VIII, 18, p. 277). El hombre mismo es quien escoge su felicidad o infelicidad al momento de optar entre respetar (o no) el orden marcado por esta ley, la cual nadie puede alegar desconocer pues, según el filósofo, se haya impresa en el corazón de todo hombre.
Razón
La razón es, para Agustín, lo que distingue al hombre de los animales (Cf. De lib. arb. II, III, 7, p. 319-320). Aún más, es lo superior en el hombre (Cf. De lib. arb. II, VI, 13-14, p. 333-335). Por tanto, un hombre ordenado será sólo aquel en quien gobierne lo superior, su razón: "cuando la razón, mente o espíritu gobierna los movimientos irracionales del alma, entonces, y sólo entonces, es cuando se puede decir que domina en el hombre lo que debe dominar, y domina en virtud de aquella ley que dijimos que era la ley eterna" (De lib. arb. I, VIII, 18, p. 277). Ahora bien, podríamos preguntarnos si existe algo superior a la mens. Evidentemente todos los seres creados quedan descartados, pues recién acabamos de ver que la razón era el ser más perfecto de la creación. Sólo Dios, debido a su ser inmutable (Cf. De lib. arb. II, VIII, 20-24, p. 343-351; II, XVII, 45, p. 385-387; III, VIII, 23, p. 441), eterno y, por ende, increado, será superior a la mens del hombre (Cf. De lib. arb. II, XII, 33-34, p. 367-369).
¿Qué es eso útil y valioso que el libre albedrío nos confiere? Sin una voluntad libre, no seríamos capaces de llevar una vida recta y ordenada, pues, para ser gobernados por la razón, debemos antes contar con una "buena voluntad", esto es, "la voluntad por la que deseamos vivir recta y honestamente y llegar a la suma sabiduría" (De lib. arb. I, XII, 25, p. 289). ¿Y cómo obtenemos una buena voluntad? El requisito para conseguirla es, precisamente, poseer una voluntad libre, pues la alcanzamos en el momento en que preferimos el bien libremente. Voluntad, libre albedrío, poder de elección entre bien y mal: este es el primer significado de "libertad".
Verdad
Por consiguiente, nos encontramos ante una nueva dificultad: si libertad es sinónimo de voluntad, poder de elección entre bien y mal, Dios carecería de esta perfección: Él no puede más que obrar el bien.
Agustín hace reflexionar, entonces, a su interlocutor acerca del significado metafísico del mal moral: todo mal implica un no-ser, una privación (Cf. De lib. arb. II, XX, 54, p. 399). Por lo tanto, que el ser de Dios excluya, incluso, hasta la misma posibilidad de obrar mal no es una carencia. Todo lo contrario, esto manifiesta su perfección y superioridad con respecto a nosotros, hombres imperfectos, pues podemos escoger el mal y, así, sufrir una pérdida en nuestro ser.
Comprendemos, entonces, por qué, para Agustín, sólo es bienaventurado el hombre que lleva una vida recta, respetando el orden fijado por la ley eterna de la razón. Aún más: sólo es bienaventurado el sabio y, sólo el sabio es bienaventurado (Cf. De lib. arb. II, IX, 26, p. 353). ¿Quién es sabio? Quien posee el poder de obrar siempre el bien, es decir, en primer lugar Dios, que es la Verdad, y, luego, el hombre, que busca aprehender esa Verdad con todas sus fuerzas: "Una cosa es ser racional y otra ser sabio. La razón hace al hombre capaz de preceptos, a los que debe someterse, tan fielmente que cumpla lo que se le manda. Así como la razón conduce a la inteligencia de los preceptos, así con la observancia de los preceptos se alcanza la sabiduría" (De lib. arb. III, XXIV, 72, p. 513).
Agustín nos pone frente a una paradojal definición de libertad: "En esto consiste (...) nuestra libertad, en someternos a esta verdad suprema" (De lib. arb. II, XIII, 37, p. 373). Este sometimiento no anula, en consecuencia, nuestra voluntad, sino que la presupone. Si no contáramos con libre albedrío, no podríamos ni elegir el bien voluntariamente, ni someternos con mérito a la Verdad.
Lo que al comienzo podía parecernos un obstáculo se torna, ahora, en condición imprescindible para la consecución de la auténtica libertad. La libertad como libre albedrío alcanza su perfección y su máximo grado ontológico, al someterse a la Verdad. Esta obediencia perfecciona nuestra voluntad, hasta el extremo de posibilitarle trascenderse a sí misma y conducirla, así, a la unión con la Verdad.
Libertad
Comparemos, por último, estos dos sentidos de "libertad" presentes en Agustín. La libertad como libre albedrío es universal: todos los hombres cuentan con este poder de elección entre bien y mal; es un hecho inamovible, ya que, sea la que fuere nuestra elección, continuaremos contando con este poder. Sin embargo, la libertad de la buena voluntad sólo es alcanzada por unos pocos, los sabios, aunque todos poseamos lo necesario para llegar a esta libertad: libre albedrío y razón. Por otra parte, esta libertad no es estática, sino dinámica. La voluntad la consigue gradualmente, a medida que se acerca a la Verdad y abandona, al mismo tiempo, todo mal, todo no-ser.
He aquí el auténtico significado de "libertad" para Agustín: humildad, reconocimiento de la propia condición metafísica. Somos creaturas, recibimos nuestro ser, somos finitos y contingentes, nuestra voluntad es aún imperfecta. Pretender vivir como seres autónomos, autosuficientes, sólo nos conduciría a la infelicidad, a la esclavitud. Esto es lo que ocurre a quienes confunden libertad con dominio de todos, sin someterse a nada ni a nadie. Agustín nos previene contra esta falsa definición de libertad colocándola junto a los restantes bienes temporales, que nunca lograrán saciar nuestro deseo de felicidad (Cf. De lib. arb. I, XV, 32, p. 301).
La Verdad: ella es quien nos regala la plena libertad y bienaventuranza. Agustín nos recuerda la siguiente cita de San Juan: "Si fuereis fieles en guardar mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres" (De lib. arb. II, XIII, 37, p. 373). No puede definirse la libertad sin su último fundamento, la Verdad; pues libertad es, en última instancia, obediencia a la Verdad, reconocimiento de la propia condición, humildad.
Así, Agustín nos invita a recorrer, con nuestra voluntad y razón, un camino filosófico y místico a la vez, cuya meta final consistirá en la unión con la Verdad, la auténtica libertad. Esta vocación, que todo hombre está llamado a corresponder, nos descubre un aspecto esencial de nuestra identidad: el hombre es el ser capaz de buscar y permanecer en la Verdad.
Alexia Schmitt

EL SR. PAPA DEBERÍA APLICARSE TODO ESO DE LIBERTAD Y VERDAD


I. LA PREGUNTAEn la mente del hombre contemporáneo la libertad se manifiesta en gran medida como el bien absolutamente más elevado, al cual se subordinan todos los demás bienes. Consecuentes con lo anterior, las decisiones de los tribunales atribuyen a la libertad artística y a la libertad de opinión preponderancia por encima de todos los demás valores morales. Los valores que compiten con la libertad o que pueden requerir una restricción de la misma parecen ser trabas o “tabúes”, es decir, restos de prohibiciones y temores arcaicos. Para ser aceptada, la política de los gobiernos debe dar muestras de contribuir al progreso de la libertad. Incluso la religión logra hacer oír su voz únicamente presentándose como fuerza liberadora del hombre y la humanidad. En la escala de valores de la cual el hombre depende para su existencia humana, la libertad aparece como el valor básico y el derecho humano fundamental. En contraste, tendemos a reaccionar suspicazmente ante el concepto de verdad: recordamos que ya se ha recurrido al término “verdad” en muchas opiniones y sistemas, y que la afirmación de la verdad ha sido a menudo un medio para suprimir la libertad. Por otra parte, las ciencias naturales han alimentado el escepticismo en relación con todo aquello que no puede explicarse o demostrarse mediante sus métodos exactos. Todo esto parece en definitiva ser puramente una asignación subjetiva de un valor que no puede aspirar a un carácter universalmente obligatorio. La actitud moderna hacia la verdad se resume en la forma más sucinta en la pregunta de Pilatos: “Qué es la verdad?”. Quienquiera afirme estar al servicio de la verdad con su vida, su palabra y su acción debe estar dispuesto a ser considerado un soñador o un fanático, porque “el mundo del más allá está cerrado a nuestra mirada”. Esta frase del Fausto de Goethe caracteriza nuestra actual sensibilidad común. Indudablemente, la perspectiva de una pasión enteramente segura de sí misma por la verdad sugiere motivos suficientes para preguntar cautelosamente “¿Qué es la verdad?”. Sin embargo, existen motivos igualmente válidos para plantear la interrogante “¿Qué es la libertad?”. ¿Qué queremos realmente decir al exaltar la libertad ubicándola en el pináculo de nuestra escala de valores? A mi modo de ver, el contenido en general asociado por las personas con la exigencia de libertad está explicado muy acertadamente en los términos de un pasaje de Karl Marx en el cual éste expresa su propio sueño de libertad. En el estado de la sociedad comunista del futuro -dice- será posible “hacer una cosa hoy día y otra mañana, cazar en la mañana, pescar en la tarde, criar ganado en la noche y criticar después de la cena, simplemente a gusto de cada uno...”[1]. Es precisamente el sentido en que la opinión del común de la gente entiende de manera espontánea la libertad, como el derecho y la oportunidad de hacer simplemente todo lo que queramos y no tener que hacer cosa alguna que no deseemos llevar a cabo. Dicho en otros términos, la libertad significaría que nuestra propia voluntad es la única norma de nuestra acción y no sólo podemos desearlo todo, sino además tenemos la posibilidad de realizar los deseos de esa voluntad. Sin embargo, en este punto, comienzan a surgir interrogantes: ¿En qué medida es libre la voluntad después de todo? ¿Y hasta dónde es razonable? ¿Es una voluntad no razonable realmente una voluntad libre? ¿Es una libertad no razonable realmente libertad? ¿Es realmente un bien? Para evitar la tiranía de la sinrazón, ¿no debemos completar la definición de libertad señalando que es la capacidad de desear y hacer lo que deseamos, ubicándolo en el contexto de la razón, de la totalidad del hombre? ¿Y no implicará también la interacción entre la razón y la voluntad la búsqueda de la razón común compartida por todos los hombres y por consiguiente de la compatibilidad de las libertades? Evidentemente, la pregunta sobre la verdad está implícita en la pregunta sobre el carácter razonable de la voluntad y el vínculo entre ésta y la razón.No son consideraciones filosóficas puramente abstractas las que nos exigen hacernos esas preguntas, sino la situación muy concreta de nuestra sociedad. Aún cuando en esta situación no disminuye la exigencia de libertad, salen cada vez con mayor dramatismo a relucir las dudas sobre todas las formas de movimientos de lucha por la liberación y sistemas de libertad existentes hasta ahora. No olvidemos que el marxismo comenzó su trayectoria como la gran fuerza política de nuestro siglo sosteniendo que introduciría un nuevo mundo de libertad y liberación humana. Fue precisamente la seguridad otorgada por el marxismo de conocer el camino científicamente garantizado hacia la libertad y de estar en condiciones de crear un nuevo mundo lo que atrajo a muchas de las mentes más audaces de nuestra época hacia ese movimiento. A la larga, el marxismo llegó a visualizarse como el poder mediante el cual la doctrina cristiana de la redención podría convertirse finalmente en una práctica realista de la liberación, es decir, en la realización concreta del reino de Dios como el verdadero reino del hombre. Con la caída del “socialismo real” de las naciones de Europa Oriental, no han desaparecido enteramente esas esperanzas, que subsisten silenciosamente en distintos lugares buscando un nuevo rostro. Junto con el fracaso político y económico no ha habido una verdadera derrota intelectual, y en ese sentido la interrogante planteada por el marxismo está todavía lejos de resolverse. No obstante, está claramente a la vista de todos el hecho de que el sistema marxista no funcionó en la forma prometida. Nadie puede seguir negando seriamente que este ostensible movimiento de liberación ha sido, junto con el Nacional Socialismo, el mayor sistema de esclavitud de la historia moderna. El alcance de esta cínica destrucción del hombre y el medio ambiente se ha aquietado con cierta vergüenza, pero ya nadie puede ponerlo en duda.Estos procesos han mostrado la superioridad moral del sistema liberal en la política y la economía. Sin embargo, dicha superioridad no es motivo de entusiasmo. Ciertamente, es demasiado grande el número de aquellos que no tienen participación en los frutos de esta libertad, perdiéndola en todas sus formas. Así, el desempleo está siendo nuevamente un fenómeno masivo y la sensación de no ser necesarios, de tener un carácter superfluo, tortura a los hombres no menos que la pobreza material. Hay una propagación de la explotación inescrupulosa, el crimen organizado aprovecha las oportunidades que le ofrece el mundo libre y democrático, y en medio de esta situación nos acosa el espectro de la insignificancia. En las Semanas Universitarias de Salzburgo, en 1995, el filósofo polaco Andrej Szizpiorski describía ampliamente el dilema de la libertad que ha surgido con posterioridad a la caída del muro de Berlín. Es aconsejable prestarle mayor atención:No cabe duda alguna de que el capitalismo ha avanzado un gran paso. Y tampoco cabe duda alguna de que no ha estado a la altura de lo esperado. El clamor de las enormes masas cuyos deseos no se han cumplido es permanente en el capitalismo. La caída de la concepción soviética del hombre y el mundo en la práctica política y social liberó a millones de vidas humanas de la esclavitud. Sin embargo, en el patrimonio intelectual europeo, a la luz de la tradición de los últimos doscientos años, la revolución anticomunista también marca el fin de las ilusiones de la ilustración, es decir, la destrucción de la concepción intelectual fundamental en el desarrollo inicial de la Europa moderna (...). Ha comenzado una época notable y sin precedentes de desarrollo uniforme. Y de pronto se ha visto, probablemente por primera vez en la historia, que existe únicamente una fórmula, un camino, un modelo y un método para organizar el futuro. Y el ser humano ha perdido fe en el significado de las revoluciones que están ocurriendo. También ha perdido la esperanza de que el mundo pueda cambiar y su transformación valga la pena (...). Con todo, ante la carencia total de alternativas, las personas se plantean interrogantes totalmente nuevas. La primera pregunta es la siguiente: ¿se equivocó después de todo el Occidente? Y la segunda: si el Occidente no tenía la razón, ¿quién la tenía entonces? Nadie puede dudar en Europa que el comunismo no estaba en lo cierto, con lo cual surge la tercera interrogante, ¿no será que nadie puede tener la razón? Si es así, todo el legado intelectual de la Ilustración carece de valor (...). Tal vez, al cabo de dos siglos de funcionamiento útil y sin dificultades, el motor a vapor desgastado de la Ilustración se ha detenido a la vista de nosotros y con nuestra cooperación. Y el vapor simplemente se está evaporando. Si de hecho así están las cosas, las perspectivas son desalentadoras[2].Aún cuando aquí también podrían plantearse muchas interrogantes en respuesta, no podemos dejar de lado el realismo y la lógica de las preguntas fundamentales de Szizypiorski. Al mismo tiempo, su diagnóstico es tan desconsolador que no podemos detenernos ahí. ¿Nadie tenía la razón? ¿Tal vez no existe “razón alguna”? ¿Son los fundamentos de la Ilustración Europea, en los cuales descansa el desarrollo histórico de la libertad, falsos o al menos deficientes? En definitiva, la pregunta “¿qué es la libertad?” no es menos complicada que la pregunta “¿qué es la verdad?”. El dilema de la Ilustración, en el cual hemos caído incuestionablemente, nos limita a replantear estas dos preguntas y a renovar nuestra búsqueda de relación entre ambas. Con el fin de avanzar, debemos por lo tanto considerar nuevamente el punto de partida del curso de la libertad en la modernidad. La corrección claramente requerida del curso, para que los senderos puedan asomar nuevamente ante nosotros desde el panorama obscurecido, debe remontarse a los puntos de partida y comenzar a operar desde allí. Ciertamente, en el marco estrecho de un artículo sólo se puede procurar destacar algunos puntos. Mi objetivo consiste aquí en mostrar en cierta medida la magnitud y los peligros del camino de la modernidad y así contribuir a una nueva reflexión.II. EL PROBLEMA: LA HISTORIA Y EL CONCEPTO DE LIBERTAD EN LA MODERNIDADSin duda, la libertad ha sido desde el comienzo el tema que define la época que podemos llamar moderna. La ruptura repentina con el viejo orden para ir en busca de nuevas libertades es el único motivo que justifica esta distinción de un nuevo período. En el polémico texto de Lutero Von der Freiheit eines Christenmenschen (Sobre la libertad de un cristiano), se abordó por primera vez el tema en forma vigoroza y con tonos resonantes[3]. Fue el grito de libertad que hizo ponerse de pie y observar a los hombres, que provocó una verdadera avalancha y convirtió los escritos de un monje en ocasión de un movimiento de masas transformando radicalmente la faz del mundo medieval. Estaba en discusión la libertad de conciencia frente a la autoridad de la Iglesia, es decir, la más íntima de todas las libertades humanas. No es el orden de la comunidad lo que salva al hombre, sino su fe enteramente personal en Cristo. El hecho de que la totalidad del sistema ordenado de la Iglesia medieval en definitiva había perdido importancia se consideró un impulso masivo hacia la libertad. El orden que en realidad estaba destinado a apoyar y salvar parecía una carga; había dejado de ser valedero, es decir, carecía de significado redentor. La redención ahora significaba liberación, liberación del yugo del orden supraindividual. Aún cuando no sería correcto hablar del individualismo de la Reforma, la nueva importancia del individuo y el cambio de la relación entre la conciencia individual y la autoridad constituyen no obstante parte de sus rasgos predominantes. Sin embargo, este movimiento de liberación se circunscribió dentro de la esfera propiamente religiosa. Cada vez que se extendía a un programa político, como la guerra de los campesinos o el movimiento anabaptista, Lutero se oponía vigorosamente. Lo ocurrido en el ámbito político fue precisamente lo contrario de la liberación: con la creación de iglesias territoriales y nacionales, aumentó y se consolidó el poder de la autoridad secular. En el mundo anglosajón las iglesias libres surgieron posteriormente de esta nueva fusión del gobierno religioso y político, llegando a ser precursoras de una nueva construcción de la historia, que más tarde adquirió características claras en la Ilustración, segunda etapa de la era moderna.Es común a toda la Ilustración el deseo de emancipación, inicialmente en el sentido kantiano del sapere aude, atreverse a usar la razón por sí mismo. Kant impulsa encarecidamente a la razón individual a liberarse de los lazos de la autoridad, la cual debe someterse plenamente a un examen crítico. Sólo se otorga validez a lo accesible mediante los ojos de la razón. Este programa filosófixo es por su propia naturaleza también de carácter político: la razón reinará y en definitiva no se acepta otra autoridad fuera de la razón. Sólo tiene validez lo accesible para la razón; lo no razonable, es decir, no accesible para la razón, tampoco puede ser valedero. Esta tendencia fundamental de la Ilustración se manifiesta con todo en filosofías sociales y programas políticos diferentes e incluso contrarios. A mi modo de ver, podemos distinguir dos corrientes principales. La primera es la corriente anglosajona, con su orientación predominantemente basada en los derechos naturales y su tendencia hacia la democracia constitucional, concebida como el único sistema realista de la libertad. En el extremo opuesto del espectro, se encuentra el enfoque radical de Rousseau, que en definitiva apunta hacia una total autarquía. El pensamiento basado en los derechos naturales implica en forma crítica el criterio de los derechos innatos del hombre tanto al derecho positivo como a las formas concretas de gobierno. Estos derechos se consideran anteriores a todo orden legal y constituyen su base y medida. “El hombre ha sido creado libre y sigue siéndolo aún cuando haya nacido encadenado”, dice Friedrich Schiller en este sentido. Schiller no está haciendo una afirmación para consolar a los esclavos con nociones metafísicas, sino que ofrece un principio a los luchadores, una máxima para la acción. Un orden jurídico que crea esclavitud es un orden injusto. Desde la creación el hombre tiene derechos que deben hacerse cumplir para que exista la justicia. La libertad no se otorga al hombre desde el exterior. Él es el titular de derechos porque ha sido creado como ser libre. Este pensamiento dio origen a la idea de los derechos humanos, Carta Magna de la lucha moderna por la libertad. Cuando se alude a la naturaleza en este contexto, no se hace referencia únicamente a un sistema de procesos biológicos. Lo importante es más bien el hecho de que los derechos se encuentran presentes naturalmente en el hombre mismo con anterioridad a toda construcción legal. En este sentido, la idea de los derechos humanos es en primer lugar de carácter revolucionario: se opone al absolutismo del estado y a los caprichos de la legislación positiva; pero también es una idea metafísica, contiene en sí misma una afirmación ética y legal. No es una materialidad ciega que luego pueda configurarse de acuerdo con un carácter puramente funcional. La naturaleza contiene el espíritu, el carácter distintivo y la dignidad, y en este sentido constituye tanto la afirmación jurídica como la medida de nuestra liberación. En principio, aquí encontramos algo muy parecido al concepto de naturaleza de la epístola a los Romanos. De acuerdo a este concepto, inspirado por el estilóbato y transformado por la teología de la creación, los gentiles conocen la ley guiados “por la razón natural” y son para sí mismos ley (Rom 2:14).En esta línea de pensamiento, el elemento específico, propio de la Ilustración y la modernidad, reside en la noción de acuerdo con la cual el carácter jurídico de la naturaleza implica frente a las formas de gobierno existentes ante todo la exigencia de que el estado y las demás instituciones respeten los derechos del individuo. La naturaleza humana posee en primer lugar derechos en oposición a la comunidad, que deben protegerse de la misma: la institución se visualiza como el polo opuesto de la libertad, mientras el individuo aparece como su portador, siendo su meta la total emancipación.Hay aquí un punto de contacto entre la primera corriente y la segunda, con una orientación considerablemente más radical. Para Rousseau, todo cuanto debe su origen a la razón y a la voluntad es contrario a la naturaleza y la corrompe y contradice. El concepto de naturaleza no está en sí mismo configurado por la idea de un derecho supuestamente anterior a todas nuestras instituciones como ley de la naturaleza. El concepto de naturaleza de Rousseau es antimetafísico y correlativo con su sueño de una total libertad, absolutamente no reglamentada[4]. Ideas similares reaparecen en Nietzsche, que opone el frenesí dionisíaco al orden apolíneo, evocando así las antítesis primordiales de la historia de las religiones: el orden de la razón, representado simbólicamente por Apolo, que corrompe el frenesí libre y sin restricciones de la naturaleza[5], Klages retoma el mismo motivo con su idea de que el espíritu es el adversario del alma: el espíritu no es el gran nuevo don en el cual únicamente existe la libertad, sino un elemento corrosivo del origen prístino con su pasión y libertad[6]. En cierto sentido, esta declaración de guerra al espíritu es enemiga de la Ilustración, y en esa medida el Nacional Socialismo, con su hostilidad a la Ilustración y su culto a “la sangre y el suelo”, podía recurrir a este tipo de corrientes. En todo caso, aún aquí el grito de libertad, motivo fundamental de la Ilustración, no es puramente operativo y se da en su forma más radicalmente intensificada. En la política radical del siglo pasado y el actual, han surgido repetidamente diversas formas de esas tendencias contra la forma de libertad domesticada democráticamente. La revolución francesa, que comenzó con la idea de una democracia constitucional, se despojó muy pronto de esa cadena, adoptando el camino de Rousseau y la concepción anárquica de la libertad, por lo cual precisamente se convirtió de forma inevitable en una dictadura sangrienta.El marxismo es también una continuación de esta línea radical: criticó permanentemente la libertad democrática, calificándola de impostura y ofreciendo una libertad superior, más radical. Ciertamente, su poder de fascinación provenía justamente de la promesa de una libertad mayor y más vigorosa que aquella obtenida en las democracias. Dos aspectos del sistema marxista me parecen de especial importancia en relación con el problema de la libertad en el período moderno y la pregunta sobre la verdad y la libertad.
El marxismo parte del principio según el cual la libertad es indivisible, es decir, existe como tal únicamente cuando es de todos. La libertad está unida a la igualdad. La existencia de la libertad exige ante todo el establecimiento de la igualdad. Por consiguiente, es necesario renunciar a la libertad con el fin de alcanzar la meta de la total libertad. La solidaridad de quienes luchan por la libertad de todos es anterior a la reivindicación de las libertades individuales. La cita de Marx que sirvió de punto de partida para nuestras reflexiones nos muestra que la idea de libertad sin límites del individuo reaparece al final del proceso. Con todo, en el presente, la norma es el carácter prioritario de la comunidad, la subordinación de la libertad a la igualdad y por lo tanto la preponderancia del derecho comunitario en oposición al individuo.
Está ligada con esta noción la suposición según la cual la libertad del individuo depende de la estructura de la totalidad y la lucha por la libertad no debe trabarse principalmente para asegurar los derechos del individuo, sino para modificar la estructura del mundo. Sin embargo, ante la interrogante sobre la supuesta forma de esta estructura y los medios para concretarla, el marxismo no pudo dar una respuesta, ya que en el fondo hasta un ciego podría ver que ninguna de sus estructuras permite realmente que la libertad en nombre de la cual se hacía un llamado a los hombres, deje de lado la misma libertad; pero los intelectuales son ciegos en relación con sus propias construcciones intelectuales y por este motivo podían abjurar de todo realismo y seguir luchando por un sistema incapaz de honrar sus promesas. Se refugiaron en la mitología, afirmando que la nueva estructura daría origen a un hombre nuevo, porque en realidad las promesas del marxismo sólo podían operar con hombres nuevos, totalmente distintos a lo que son en este momento. Si el carácter moral del marxismo descansa en el imperativo de la solidaridad y en la idea de la indivisibilidad de la libertad, existe una mentira evidente en su proclamación del hombre nuevo, que paraliza incluso su ética incipiente. Las verdades parciales son correlativas con una mentira y este hecho anula la totalidad: toda mentira sobre la libertad neutraliza incluso los elementos de verdad asociados con la misma. La libertad sin verdad no es en absoluto libertad.
Detengámonos en este punto. Hemos llegado una vez más a lo esencial de los problemas formulados tan drásticamente por Szizypiorski en Salzburgo. Sabemos ahora cuál es la mentira, al menos en relación con las formas en que se ha dado hasta ahora el marxismo; pero todavía estamos lejos de saber qué es la verdad. En realidad, se intensifica nuestra aprensión: ¿tal vez no existe verdad alguna? ¿Es posible que simplemente no exista derecho alguno? ¿Debemos contentarnos con un orden social mínimo de carácter momentáneo? ¿Pero es posible que incluso semejante orden no dé resultado, como lo muestran los últimos acontecimientos en los Balcanes y tantas otras partes del mundo? El escepticismo aumenta y los fundamentos del mismo adquieren un carácter más convincente. Al mismo tiempo, no es posible descartar el deseo de lo absoluto.La sensación de que la democracia no es la forma correcta de libertad es bastante común y se propaga cada vez más. No es fácil descartar simplemente la crítica marxista de la democracia: ¿en qué medida son libres las elecciones? ¿En qué medida son manipulados los resultados por la propaganda, es decir, por el capital, por un pequeño número de individuos que domina la opinión pública? ¿No existe una nueva oligarquía, que determina lo que es moderno y progresista, lo que un hombre ilustrado debe pensar? Es suficientemente notoria la crueldad de esta oligarquía y su poder de ejecución pública. Cualquiera que interfiera su tarea es un enemigo de la libertad, porque después de todo está obstaculizando la expresión libre de la opinión. ¿Y cómo se llega a tomar decisiones en los órganos representativos? ¿Quién podría seguir creyendo que el bienestar general de la comunidad orienta realmente el proceso de toma de decisiones? ¿Quién podría dudar del poder de ciertos intereses especiales, cuyas manos sucias están a la vista cada vez con mayor frecuencia? Y en general, ¿es realmente el sistema de mayoría y minoría realmente un sistema de libertad? ¿Y no son los grupos de intereses de todo tipo manifiestamente más fuertes que el parlamento, órgano esencial de la representación política? En este enmarañado juego de poderes surge el problema de la ingobernabilidad en forma aún más amenazadora: el predominio de la voluntad de ciertos individuos sobre otros obstaculiza la libertad de la totalidad.Existe indudablemente un coqueteo con las soluciones autoritarias y un alejamiento de una libertad que se escapa. Sin embargo, esta actitud no define aún la mentalidad de nuestro siglo. La corriente radical de la Ilustración no ha perdido su atractivo y ciertamente está adquiriendo cada vez más poder. Precisamente en el enfrentamiento con los límites de la democracia, el clamor por la libertad total adquiere mayor vigor. Hoy como ayer, ciertamente -y en mayor medida- la “Ley y el Orden” se consideran la antítesis de la libertad. Hoy como ayer la institución, la tradición y la autoridad parecen ser polaridades opuestas de la libertad. La tendencia anarquista del anhelo de libertad está adquiriendo mayor fuerza porque las formas ordenadas de la libertad pública son insatisfactorias. Las grandes promesas hechas en los inicios de la modernidad no se han cumplido, de manera que su fascinación no ha disminuido. La forma democráticamente ordenada de la libertad no puede seguir defendiéndose puramente mediante una reforma legal determinada. La interrogante se remonta a los fundamentos mismos, está vinculada con lo que el hombre es y cómo puede vivir adecuadamente tanto individual como colectivamente.Vemos cómo el problema político, filosófico y religioso de la libertad ha llegado a ser una totalidad indisoluble. Todo aquel que busque caminos hacia delante debe tener en cuenta esta totalidad y no puede contentarse con pragmatismos superficiales. Antes de intentar describir en la última parte algunas orientaciones que en mi opinión se están abriendo, quisiera revisar brevemente la filosofía tal vez más radical de la libertad de nuestro siglo, la de J.P. Sartre, en la medida que hace resaltar claramente toda la magnitud y gravedad del problema. Sartre considera al hombre condenado a la libertad. En contraste con el animal, el hombre no tiene “naturaleza”. El animal vive su existencia de acuerdo a leyes con las cuales simplemente ha nacido; no necesita considerar qué debe hacer con su vida. Sin embargo, la esencia del hombre es indeterminada. Es una pregunta abierta. Yo mismo debo decidir qué entiendo por “humanidad”, qué quiero hacer con la misma y cómo deseo moldearla. El hombre no tiene naturaleza, pero es pura libertad. Su vida debe tomar alguna dirección, pero en definitiva a nada llega. Esta libertad absurda es el infierno del hombre. Lo inquietante de este enfoque es el hecho de conducir a una separación de la libertad y la verdad hasta llegar a la conclusión más radical: no existe en absoluto la verdad. La libertad no tiene dirección ni medida[7]. En todo caso, esta ausencia total de la verdad, esta ausencia total de todo vínculo moral y metafísico, esta libertad absolutamente anárquica, entendida como cualidad esencial del hombre, se manifiesta a un individuo que procura vivirla no como supremo realce de la existencia, sino como frustración en la vida, vacío absoluto y definición de la condenación. El aislamiento de un concepto radical de la libertad, que para Sartre fue una experiencia vivida, muestra con toda la claridad deseable que al liberarnos de la verdad no obtenemos la libertad pura, sino su abolición. La libertad anárquica, considerada radicalmente, no redime, sino convierte al hombre en una criatura extraviada, un ser sin sentido.III. VERDAD Y LIBERTAD
Sobre la esencia de la libertad humana
Después de esta tentativa de comprender el origen de nuestros problemas y obtener una visión clara de su tendencia interna, corresponde ahora buscar respuestas. Ha llegado a ser evidente que el punto crítico de la historia de la libertad en el cual nos encontramos ahora descansa en una idea no aclarada y unilateral de la libertad. Por una parte, el concepto de libertad se ha aislado y por consiguiente falsificado: la libertad es un bien, pero únicamente dentro de una red de otros bienes, junto con los cuales constituye una totalidad indisoluble. Por otra parte, la noción misma se ha restringido estrechamente, abarcando únicamente los derechos de la libertad individual, con lo cual ha quedado desprovista de su verdad humana. Quisiera ilustrar el problema que presenta esta forma de comprender la libertad recurriendo a un ejemplo concreto. Al mismo tiempo, este ejemplo puede abrir el camino hacia una visión más adecuada de la libertad. Me refiero al problema del aborto. En la radicalización de la tendencia individualista de la Ilustración, el aborto aparece como un derecho propio de la libertad: la mujer debe estar en condiciones de hacerse cargo de sí misma; debe tener la libertad de dicidir si trae un hijo al mundo o se deshace del mismo; debe tener la facultad de tomar decisiones sobre su propia vida, y nadie puede imponerle (así nos dicen) desde afuera norma alguna de carácter definitivamente obligatorio. Lo que está en juego es el derecho a la autodeterminación. ¿Pero realmente está tomando una decisión sobre su propia vida la mujer que aborta? ¿No está decidiendo precisamente sobre otro ser, decidiendo que no debe otorgársele libertad alguna, y en ese espacio de libertad, que es vida, debe ser despojado de la misma porque está compitiendo con su propia libertad? Por consiguiente, la pregunta que debemos hacernos es la siguiente: ¿exactamente qué tipo de libertad tiene incluso derecho a anular la libertad de otro ser tan pronto como ésta surge?Ahora bien, no puede decirse que el tema del aborto es un caso especial, inadecuado para aclarar el problema general de la libertad. No, precisamente este ejemplo destaca la figura básica de la libertad humana y muestra claramente lo típicamente humano de la misma. Porque ¿qué está en juego aquí? El ser de otra persona está tan íntimamente vinculado con el de la madre que en el presente sólo puede sobrevivir encontrándose físicamente con ella, en una unidad física con la misma. Sin embargo, dicha unidad no anula el hecho de que este ser sea otro ni nos autoriza a poner en duda su individualidad propia. Con todo, el ser uno mismo en esta forma proviene radicalmente de otro ser y se da a través de éste. A la inversa, es ser-con exige al ser del otro, es decir, de la madre, a convertirse en un ser-para, en contradicción con su propio deseo de autonomía, y por consiguiente ella lo experimenta como la antítesis de su propia libertad. Debemos agregar que incluso después de nacer el hijo y cambiar la forma exterior de su ser a partir de y con, sigue siendo igualmente dependiente y encontrándose a merced de un ser-para. Ciertamente, se podría entregar el niño a una institución y someterlo al cuidado de otro “para”, pero la figura antropológica es la misma, ya que sigue existiendo un “a partir de” que exige un “para”. Debo Aceptar los límites de mi libertad, o más bien dicho vivir mi libertad no como competencia, sino con espíritu de mutuo apoyo. Si abrimos los ojos, vemos que a su vez esto no sólo ocurre en relación con el hijo, sino que la presencia del mismo en el útero materno es simplemente una representación muy gráfica de la esencia humana en general. También el adulto sólo puede existir con otro y a partir del mismo, y por consiguiente es permanentemente remitido a ese ser-para del cual justamente quisiera prescindir. Dicho con más precisión, el hombre espontáneamente da por sentado el ser-para de los demás en la configuración de la actual red de sistemas de servicios, pero si tuviera la posibilidad, preferiría no estar obligado a participar en ese “a partir de” y “para” y le gustaría llegar a ser totalmente independiente y poder hacer y no hacer únicamente lo que le plazca. La exigencia radical de libertad, que cada vez con más claridad comprobamos ser producto del curso histórico de la Ilustración, sobre todo de la línea iniciada por Rousseau, y que en la actualidad configura en gran medida la mentalidad general, prefiere no tener un de dónde ni un adónde, no ser a partir de ni para, sino encontrarse plenamente en libertad. En otras palabras, considera lo que es realmente la figura fundamental de la existencia humana en sí misma como un ataque a la libertad, que la acomete antes que el individuo tenga la posibilidad de vivir y actuar. El clamor radical por la libertad exige la liberación del hombre de su esencia misma de hombre, de tal manera que pueda convertirse en el “hombre nuevo”. En la nueva sociedad, las dependencias que restringen el yo y la necesidad de altruismo no tendrían derecho a seguir existiendo. “Seréis como dioses”. Es posible visualizar con bastante claridad esta promesa detrás de la exigencia radical de libertad de la modernidad. Aún cuando Ernst Topisch creía poder decir con seguridad que en la actualidad ningún hombre razonable todavía aspira a ser como Dios, si observamos más detenidamente, podemos afirmar precisamente lo contrario: la meta implícita de todas las luchas por la libertad de la modernidad es llegar a ser en definitiva como un dios que no depende de nada y de nadie y cuya propia libertad no esté restringida por la de otro ser. Una vez vislumbrado este núcleo teológico oculto del deseo radical de libertad, podemos también percibir el error fundamental que sigue ejerciendo su influjo aún cuando esas conclusiones radicales no se deseen directamente o incluso se rechacen. El deseo de ser totalmente libres, sin la libertad competitiva de otros, sin un “a partir de” ni un “para”, no presupone una imagen de Dios, sino un ídolo. El error fundamental de semejante deseo radicalizado de libertad reside en la idea de una divinidad concebida como puro egoísmo. El dios concebido de esta manera no es un Dios, sino un ídolo. Ciertamente, es la imagen de lo que la tradición cristiana llamará el demonio, el anti-Dios, porque contiene exactamente la antítesis radical del verdadero Dios. El verdadero Dios es por su propia naturaleza enteramente un ser-para (Padre), un ser a partir de (Hijo) y un ser-con (Espíritu Santo). El hombre, por su parte, es precisamente a imagen de Dios en la medida en que el “a partir de”, el “con” y el “para” constituyen el patrón antropológico fundamental. Cada vez que existe una tentativa de liberarnos de este patrón, no estamos en el camino hacia la divinidad, sino hacia la deshumanización, hacia la destrucción del propio ser mediante la destrucción de la verdad. La variante jacobina de la idea de liberación (llamemos así a los radicalismos de la modernidad) es una rebelión contra el ser mismo del hombre, una rebelión contra la verdad, que por consiguiente conduce al hombre, como Sartre vio con gran penetración, hacia una existencia contradictoria en sí misma, que llamamos infierno.De lo anterior se desprende que la libertad está asociada a una medida, la medida de la realidad, que es la verdad. La libertad de destruirse a sí mismo o destruir a otro no es libertad, sino parodia demoníaca. La libertad del hombre es compartida, en la existencia conjunta de libertades que se limitan y por tanto se apoyan entre sí. La libertad debe medirse por lo que soy, por lo que somos; de lo contrario, se anula a sí misma. Habiendo dicho esto, estamos en condiciones de hacer una corrección esencial de la imagen superficial de libertad tan predominante en el presente: si la libertad del hombre sólo puede consistir en la coexistencia ordenada de libertades, esto significa que el orden -derecho[8]- no es la antítesis conceptual de la libertad, sino más bien condición, ciertamente, elemento constitutivo de la libertad misma. El derecho no es un obstáculo para la libertad, sino un elemento constitutivo de la misma. La ausencia de derecho es ausencia de libertad.
Libertad y responsabilidad
Claramente, este enfoque da lugar de inmediato a nuevas interrogantes: ¿qué derecho es acorde con la libertad? ¿Cómo debe estructurarse el derecho para constituir un orden justo de la libertad? Porque indudablemente existe un falso derecho, que esclaviza y por tanto no es en absoluto derecho, sino una forma regulada de injusticia. Nuestra crítica no debe dirigirse al derecho en sí mismo, en la medida que éste es parte de la esencia de la libertad; debe desenmascarar el falso derecho como tal y servirnos para arrojar luz sobre el verdadero derecho, aquel que es acorde con la verdad y por consiguiente con la libertad.¿Pero cómo encontramos este orden justo? Esta es la gran interrogante de la verdadera historia de la libertad, planteada en definitiva en su forma correcta. Como lo hemos hecho hasta ahora, abstengámonos de trabajar con consideraciones filosóficas abstractas. Procuremos más bien enfocar una respuesta en forma inductiva a partir de las realidades de la historia tal como están dadas efectivamente. Si comenzamos con una pequeña comunidad de proporciones manejables, sus posibilidades y límites nos entregan cierta base para detectar el orden más adecuado para la vida compartida por todos los miembros, de tal manera que surge una forma común de libertad de su existencia conjunta. En todo caso, semejante pequeña comunidad no es autónoma; está ubicada dentro de órdenes mayores, que junto con otros factores determinan se esencia. En la era de las naciones, se acostumbraba dar por sentado que la propia nación era la unidad representativa, que el bien común de la misma era también la justa medida de su libertad como comunidad. Los acontecimientos de nuestro siglo han demostrado que este punto de vista es inadecuado. Agustín señaló al respecto que si un Estado se mide a sí mismo únicamente por sus intereses comunes y no por la justicia misma, por la verdadera justicia, no se diferencia estructuralmente de una banda de ladrones debidamente organizada. Después de todo, la banda de ladrones típicamente emplea como medida de sí misma su propio bien independientemente del bien de los demás. Si nos remontamos al período colonial y los estragos que legó al mundo, vemos hoy día cómo incluso Estados debidamente ordenados y civilizados tenían en algunos aspectos semejanzas con la naturaleza de las bandas de ladrones, ya que pensaban únicamente en términos de su propio bien y no del bien en sí mismo. Por consiguiente, la libertad garantizada en esta forma tiene algo de la libertad del bandido. No es una libertad verdadera y auténticamente humana. En la búsqueda de la justa medida, toda la humanidad debe ser considerada y nuevamente -como lo vemos cada vez con más claridad- no sólo la humanidad actual, sino también futura.Por lo tanto, el criterio del verdadero derecho, que puede llamarse tal por ser acorde con la libertad, sólo puede ser el bien de la totalidad, el bien en sí mismo. Basándose en este enfoque, Hans Jonas definió la responsabilidad como el concepto central de la ética[9]. Así, para comprender debidamente la libertad debemos concebirla siempre en un paralelo con la responsabilidad. Por consiguiente la historia de la liberación sólo puede darse como historia del incremento de la responsabilidad. La mayor libertad ya no puede descansar puramente en dar cada vez más amplitud a los derechos individuales en sí mismos. La mayor libertad debe ser mayor responsabilidad, y eso incluye la aceptación de los vínculos cada vez mayores requeridos por las exigencias de la existencia en común de la humanidad y por la conformidad con la esencia del hombre. Si la responsabilidad responde a la verdad del ser del hombre, podemos decir entonces que un componente esencial de la historia de la liberación es la purificación en curso en aras de la verdad. La verdadera historia de la libertad consiste en la purificación de los individuos y las instituciones a través de esta verdad.El principio de responsabilidad establece un marco que requiere llenarse con cierto contenido. Este es el contexto en el cual debemos considerar la propuesta del desarrollo de un carácter distintivo planetario, de la cual Hans Küng ha sido un portavoz principal y apasionadamente comprometido. Indudablemente, en nuestra actual situación, es sensato y necesario buscar los elementos básicos comunes de las tradiciones éticas de las diversas religiones y culturas. En este sentido, semejante esfuerzo es de todas maneras importante y apropiado. Por otra parte, los límites de este tipo de tarea son evidentes. Joachim Fest, entre otros, ha llamado la atención sobre estos límites en un análisis comprensivo, pero también muy pesimista, con una tendencia general muy vinculada al escepticismo de Szizypiorski[10]. Porque este mínimo ético que se desprende de las religiones del mundo carece en primer lugar de toda la obligatoriedad y autoridad intrínseca que es requisito previo de la ética. A pesar de todos los esfuerzos por llegar a una posición claramente comprensible, también carece de la evidencia de la razón, que en opinión de los autores podría y debería sustituir a la autoridad, y también carece del carácter concreto sin el cual la ética no puede entrar en su propio terreno. Una idea implícita en este experimento me parece correcta: la razón debe escuchar a las grandes tradiciones religiosas si no quiere llegar a ser sorda, muda y ciega precisamente ante lo esencial de la existencia humana. Toda gran filosofía adquiere vida al escuchar y aceptar la tradición religiosa. Cuando desaparece esta relación, el pensamiento filosófico se marchita y se convierte en puro juego conceptual[11]. El tema mismo de la responsabilidad, es decir, el problema de anclar la libertad en la verdad del bien del hombre y el mundo, revela con gran claridad la necesidad de escuchar atentamente esa tradición, ya que aún cuando el enfoque general del principio de responsabilidad es en gran medida acertado, todavía nos preguntamos cómo llegar a una visión amplia de lo que es el bien para todos, no sólo para el presente, sino también para el futuro. Aquí nos acecha un doble peligro. Por una parte existe el riesgo de caer en el consecuencialismo, criticado debidamente por el Papa en su encíclica moral (Veritatis splendor, nn.71-83). El hombre simplemente se engaña a sí mismo si cree ser capaz de determinar toda la gama de consecuencias provenientes de su acción y convertirlas en normas de su libertad. Al hacerlo, sacrifica el presente por el futuro, mientras al mismo tiempo deja de construir el futuro. Por otra parte, ¿quién decide lo que prescribe nuestra responsabilidad? Cuando la verdad deja de visualizarse en el contexto de una apropiación inteligente de las grandes tradiciones de la fe, se sustituye por el consenso. Con todo, debemos preguntarnos una vez más: ¿el consenso de quiénes? La respuesta común es “el consenso de quienes son capaces de elaborar argumentos racionales”. Como es imposible desconocer la arrogancia elitista de semejante dictadura intelectual, se dice entonces que las personas capaces de elaborar argumentos racionales también deberían comprometerse en la “defensa” de quienes no tienen esa capacidad. Toda esta línea de pensamiento difícilmente puede inspirar confianza. Es evidente para todos la fragilidad de los consensos y la facilidad con que en cierto clima intelectual los grupos partidistas pueden afirmar que son los únicos representantes equitativos del progreso y la responsabilidad. También es muy fácil aquí expulsar al demonio con Belcebú o sustituir el demonio de los sistemas intelectuales del pasado con otros siete nuevos y peores.
La verdad de nuestra humanidad
La forma de establecer la relación correcta entre responsabilidad y libertad no puede determinarse simplemente mediante un cálculo de los efectos. Debemos volver a la idea de que la libertad del hombre se da en la coexistencia de las libertades. Sólo así es verdadera, es decir, en conformidad con la auténtica realidad del hombre. Por consiguiente, no es de ninguna manera necesario buscar elementos externos para corregir la libertad del individuo. De lo contrario, libertad y responsabilidad, libertad y verdad serían eternos opuestos, y no lo son. Entendida debidamente, la realidad del individuo en sí mismo incluye una referencia a la totalidad, al otro. Así, nuestra respuesta a la pregunta anterior es que existe una verdad común de una humanidad única presente en todos los hombres. La tradición ha llamado a esta verdad la “naturaleza” humana. Basándonos en la fe en la creación, podemos formular este punto con mayor claridad: existe una idea divina, el “hombre”, a la cual debemos responder. En esta idea, la libertad y la comunidad, el orden y la preocupación por el futuro constituyen una totalidad única.La responsabilidad consistiría entonces en vivir nuestro ser como respuesta a lo que somos en verdad. Esta verdad del hombre, en la cual la libertad y el bien de la totalidad son correlativos en forma inextricable, se expresa centralmente en la tradición bíblica en el Decálogo, que a propósito coincide en muchos aspectos con las grandes tradiciones éticas de otras religiones. El Decálogo es al mismo tiempo la autorrepresentación y autoexhibición de Dios y la exposición de lo que es el hombre, la manifestación luminosa de su verdad. Esta verdad llega a ser visible en el espejo de la esencia divina, porque el hombre sólo puede comprenderse debidamente en relación con Dios. Vivir el Decálogo significa vivir nuestra semejanza con Dios, corresponder a la verdad de nuestro ser y por consiguiente hacer el bien. Dicho de otra manera, vivir el Decálogo significa vivir la divinidad del hombre, que es la definición misma de la libertad: la fusión de nuestro ser con el ser divino y la consiguiente armonía de todo con todo (Catecismo de la Iglesia Católica, nn 2052-82).Para comprender correctamente esta afirmación, debemos agregar una observación. Toda palabra humana significativa alcanza una mayor profundidad, más allá de lo que el hablante tiene conciencia inmediata de estar diciendo; en lo dicho siempre hay un excedente de lo no dicho, que permite a las palabras crecer en el curso de las épocas. Si esto es verdad en relación con el habla humana, debe ser a fortiori verdad en cuanto al mundo proveniente de las profundidades de Dios. El Decálogo nunca se comprende simplemente de una vez por todas. En las situaciones sucesivas y cambiantes en que se ejerce históricamente la responsabilidad, el Decálogo aparece en perspectivas siempre nuevas, y se abren permanentemente nuevas dimensiones en su significado. El hombre es conducido hacia la totalidad de la verdad, que en ningún caso puede nacer únicamente en un momento histórico (cf. Jn 16: 12f). Para el cristiano, la exégesis del Decálogo que se realiza en las palabras y en la vida, pasión y resurrección de Cristo es la autoridad interpretativa decisiva, que abre una profundidad hasta ahora no sospechada. Por consiguiente, el hecho de escuchar el hombre el mensaje de la fe no consiste en registrar pasivamente información desconocida de otra forma, sino el renacimiento de nuestra memoria sofocada y la apertura de los poderes de comprensión que esperan la luz de la verdad en nosotros. Así esta comprensión es un proceso sumamente activo, en el cual se despliega por primera vez toda la búsqueda de la razón de los criterios de nuestra responsabilidad. La búsqueda de la razón no se sofoca, sino que se libera del círculo de impotencia de la oscuridad impenetrable y emprende su camino. Si el Decálogo, aclarado en una comprensión racional, es la respuesta a las exigencias intrínsecas de nuestra esencia, no es el polo opuesto de nuestra libertad, sino su verdadera forma. En otras palabras, es la base de todo orden justo de la libertad y el verdadero poder liberado de la historia humana.IV. SÍNTESIS DE LOS RESULTADOS“Tal vez, al cabo de dos siglos de funcionamiento útil y sin dificultades, el motor a vapor desgastado de la Ilustración se ha detenido a la vista de nosotros y con nuestra cooperación. Y el vapor simplemente se está evaporando”. Este es el diagnóstico pesimista de Szizypiorski, que habíamos citado al comienzo como invitación a la reflexión. Ahora diría que la operación de esta máquina nunca careció de dificultades. Pensemos tan sólo en las dos guerras mundiales de nuestro siglo y en las dictaduras que hemos presenciado. También quisiera agregar que de ninguna manera es necesario dejar fuera de servicio la totalidad del legado de la Ilustración como tal y declararlo motor a vapor desgastado. Sin embargo, lo que realmente necesitamos es corregir el curso en tres puntos esenciales, con los cuales me gustaría resumir el resultado de mis reflexiones.
Es falsa una comprensión de la libertad que tiende a considerar la liberación exclusivamente como la anulación cada vez más total de las normas y una permanente ampliación de las libertades individuales hasta el punto de llegar a la emancipación completa de todo orden. Para no conducir al engaño y la autodestrucción, la libertad debe estar orientada por la verdad, es decir, por lo que realmente somos, y debe corresponder con nuestro ser. Puesto que la esencia del hombre consiste en ser a partir de; ser con y ser para, la libertad humana sólo puede existir en la comunión ordenada de las libertades. Por consiguiente, el derecho no es la antítesis de la libertad, sino una condición, ciertamente un elemento constitutivo de la misma. La liberación no reside en la abolición gradual del derecho y las normas, sino en la purificación de nosotros mismos y las normas de tal manera que sea posible la coexistencia humana de las libertades.
De la verdad de nuestro ser esencial se desprende otro punto: nunca existirá un estado absolutamente ideal de cosas en nuestra historia humana y jamás se establecerá el orden definitivo de la libertad. El hombre está siempre en camino y es siempre finito. Szizypiorski, considerando la notoria injusticia del orden socialista y todos los problemas del orden liberal, ha planteado la siguiente interrogante llena de dudas: ¿y si no existe en absoluto un orden justo? Nuestra respuesta debe ser ahora que en realidad nunca existirá un orden de cosas absolutamente ideal, justo en todos los aspectos[12]. Quienquiera afirme que existirá no está diciendo la verdad. La fe en el progreso no es falsa en todo sentido. Lo falso, sin embargo, es el mito del mundo liberado del futuro, en el cual todo será diferente y bueno. Podemos establecer únicamente órdenes relativos, que sólo pueden ser justos en forma relativa; pero debemos esforzarnos precisamente por lograr esta aproximación lo mejor posible a lo que es realmente justo. Nada más, ninguna escatología histórica interna, libera, sino engaña y por lo tanto esclaviza. Por este motivo, el esplendor mítico atribuido a conceptos tales como el cambio y la revolución debe desmitificarse. El cambio no es un bien en sí mismo. Su carácter positivo o negativo depende de su contenido concreto y de los puntos de referencia. La opinión de acuerdo con la cual la tarea esencial en la lucha por la libertad consiste en transformar el mundo es -repito- un mito. La historia siempre tendrá sus vicisitudes. En cuanto a la naturaleza ética del hombre en sentido estricto, las cosas no se dan en línea recta, sino en ciclos. Nuestra tarea consiste en todo momento en luchar en el presente por la constitución relativamente mejor de la existencia en común del hombre y al hacerlo preservar el bien ya obtenido, superar los males existentes y resistir la irrupción de las fuerzas destructivas.
Debemos también descartar de una vez y para siempre el sueño de la autonomía absoluta y la autosuficiencia de la razón. La razón humana necesita el apoyo de las grandes tradiciones religiosas de la humanidad y por cierto examinará críticamente cada una de ellas. La patología de la religión es la enfermedad más peligrosa de la mente humana. Existe en las religiones, pero también se da precisamente cuando la religión como tal es rechazada y se asigna una condición de valor absoluto a bienes relativos. Los sistemas ateístas de la modernidad constituyen los ejemplos más aterradores de una pasión religiosa desprovista de su propia naturaleza, enfermedad de la mente humana que amenaza la vida. Cuando se niega a Dios, en vez de construir la libertad, se la despoja de sus bases y por consiguiente se distorsiona[13]. Cuando se descartan enteramente las tradiciones religiosas más puras y profundas, el hombre se aparta de su verdad, vive contra sí mismo y pierde la libertad. Ni siquiera la ética filosófica puede ser incondicionalmente autónoma. No puede renunciar a la idea de Dios ni a la idea de una verdad del ser con carácter ético[14]. Si no existe una verdad acerca del hombre, éste carece de libertad. Sólo la verdad nos hace libres.